lundi 14 octobre 2024

La dulce guerrilla urbana en pantalones de campana del Frente de Liberación Popular

FUENTE: https://conversacionsobrehistoria.info/2024/05/06/la-dulce-guerrilla-urbana-en-pantalones-de-campana-del-frente-de-liberacion-popular/

Antonio Yelo

 

Papá cuéntame otra vez ese cuento tan bonito
de gendarmes y fascistas, y estudiantes con flequillo.
Y dulce guerrilla urbana en pantalones de campana
y canciones de los Rolling y niñas en minifalda.

Papá cuéntame otra vez todo lo que os divertisteis
estropeando la vejez a oxidados dictadores.
Y cómo cantaste «Al Vent» y ocupasteis la Sorbona
en aquel mayo francés en los días de vino y rosas.

Papá cuéntame otra vez», de Ismael Serrano)

 

Aunque parezca el comienzo de una película de James Bond, lo relatado a continuación es un hecho real y forma parte de la historia de España.

El día 14 de mayo de 1962, los príncipes Juan Carlos de Borbón y Sofía de Grecia contrajeron matrimonio en Atenas (Grecia). Se celebraron dos ceremonias religiosas. La primera por el rito católico en la catedral de Dionisio Areopagita a las diez de la mañana. Dos horas después, en la catedral de la Anunciación de Santa María, se llevó a cabo la ceremonia ortodoxa. Acudieron ciento cuarenta y siete invitados entre los que había miembros de veintisiete casas reales de todo el mundo. El dictador Francisco Franco mandó a su ministro de Marina como representante del gobierno y miles de españoles monárquicos se desplazaron hasta la capital griega para festejar el enlace. Hasta aquí la historia es de sobra conocida y se puede consultar en la hemeroteca de los periódicos y en varios libros. Lo que no era de dominio público hasta hace pocos años es que, entre los invitados oficiales por parte del novio, acudió al evento un peligroso revolucionario español perteneciente a un grupo subversivo de la izquierda política española más radical. A buen seguro, el príncipe Juan Carlos desconocía la doble vida de su invitado y amigo.

Nuestro hombre, unos días antes de la ceremonia, se encontraba en la antigua Yugoslavia, entonces un país comunista. A sus padres les había contado que residía en Ginebra (Suiza) ampliando sus estudios sobre Economía, carrera universitaria que había terminado con buenas notas. Al país eslavo lo había enviado el grupo político al que de forma secreta se había unido cuatro años antes. Junto a un nutrido grupo de militantes de ideología comunista de otros países (algunos del tercer mundo y la mayoría prosoviéticos), el activista español aprendía técnicas para la revolución de sus anfitriones yugoslavos; entre ellas, métodos de falsificación de documentos, teorías para la reforma agraria y planificación económica al estilo marxista.

Gracias a las buenas novelas de espías, se sabe que la existencia de quienes viven en la clandestinidad o llevan una doble vida es complicada. Desde una vida anodina, como la que nos ha tocado al común de los mortales, es difícil hacerse una idea de los pensamientos que cruzan por la mente de estos activistas encubiertos; más aún viviendo una situación tan estresante como aquella de la boda real. Cuando, por ejemplo, en pleno cocktail de la celebración nupcial y con un canapé de salmón en una mano, el revolucionario llevara con la otra una copa de champan francés a sus labios ¿se sentiría culpable recordando a los pobres y explotados jornaleros del campo andaluz? En el caso de que sintiera una punzada de ansiedad a causa de las injusticias sociales, ¿calmaría su inquietud pensando que, gracias a sus compañeros de lucha y a él, la opresión de la famélica legión llegaría en breve a su fin? En el supuesto de que hubiera sacado a bailar a una joven y bella princesa centroeuropea, ¿pondría toda su atención en no pisar los delicados pies de aquella descendiente del último emperador austrohúngaro o, al admirar su estilizado cuello, no podría evitar acordarse de la guillotina, aquel mecanismo que de forma tajante e inapelable impartió justicia en los tiempos de la revolución francesa?

Tras el triunfo en 1959 de la revolución cubana, el grupo insurgente al que pertenecía nuestro revolucionario había decidido incorporar la lucha armada a su catálogo de métodos para cambiar la sociedad y hacer caer el franquismo. Cambiar en pocas horas el entorno marxista y austero de la revolución por el lujo de los palacios y las bodas reales hizo darse cuenta a nuestro joven aventurero que sus días transcurrían con emoción e intensidad. Tenía veintidós años y la vida era excitante. El futuro estaba en sus manos.

Nuestro héroe se llama José Luis Leal, tiene ochenta y cuatro años y acaba de publicar sus memorias. Después de abandonar la lucha subversiva llegó a ser ministro de Economía en uno de los primeros gobiernos de la democracia y presidente de la Asociación Española de Banca.

José Luis Leal con Juan Carlos de Borbón 
(foto: 20 Minutos)

Introducción

La historia de los movimientos revolucionarios españoles de los años 60 y 70 del siglo pasado es el relato de un fracaso: el dictador murió en la cama y España —que en 1978 adoptó la democracia como sistema político— continuó siendo un país capitalista en el que los poderes fácticos y los clanes familiares y económicos tenían (y siguen teniendo) demasiado poder e influencia.

En numerosos trabajos históricos sobre aquellos años se argumenta que estas organizaciones subversivas, a pesar de no conseguir sus objetivos, contribuyeron con su rebeldía a la llegada de la democracia a nuestro país.  Entre los jóvenes que pertenecieron a estos movimientos hubo algunos que se jugaron la vida (y unos cuantos la perdieron), la integridad física, la libertad y el futuro laboral o social. También los hubo que arriesgaron poco, hablaron mucho y, pasado el tiempo, se colocaron medallas antifranquistas que no les correspondían. Incluso los hubo que, como dice la letra de la canción de Ismael Serrano, se divirtieron, ligaron con chicas e hicieron contactos que con la llegada de la democracia utilizaron para obtener un buen empleo o un cargo político y un salario de por vida.

A continuación, se relatan las andanzas de un grupo de jóvenes idealistas que se integraron en el Frente de Liberación Popular, el «Felipe». Su historia está llena de aventuras, anécdotas divertidas y desgracias. Fueron solo once años los que el Frente se mantuvo en activo (1958-1969), pero dicho periodo dio mucho de sí.

  1. El curso del 56

El Sindicato Español Universitario (SEU) fue fundado en 1933, durante la Segunda República, bajo el amparo de Falange Española. Tomando como ejemplo el fascismo italiano, su principal objetivo era controlar ideológicamente la universidad. Durante las primeras décadas de la dictadura, nadie movía un dedo en la universidad española sin que el SEU lo supiera y lo autorizara. En los años cincuenta, primero tímidamente y luego de forma más decidida, algunos estudiantes comenzaron a moverse fuera del control del sindicato fascista. Estos jóvenes cuestionaban las verdades impuestas por el franquismo; eran mayoritariamente hijos de vencedores de la guerra civil y pertenecían a las primeras generaciones de españoles que no habían vivido la contienda.

Tampoco los estudiantes falangistas estaban conformes con la situación política. A pesar de que el SEU era el único sindicato de estudiantes autorizado por el gobierno franquista, en 1954 la policía tuvo que disolver violentamente una manifestación convocada por esta organización. Protestaban porque Franco no había puesto en marcha la reforma agraria y la nacionalización de la banca, proyectos que formaban parte del programa fundacional de Falange.

En 1955, el profesor de Psicología Experimental de la Universidad Complutense de Madrid José Luis Pinillos dirigió una encuesta entre los estudiantes madrileños. Los resultados sorprendieron a las autoridades de la universidad y alertaron al régimen franquista: el 82 % de los universitarios no tenían confianza alguna en las élites dirigentes; el 85 % consideraba «inmorales» a los gobernantes y el 74 % los tildaba de «incompetentes». En el capítulo dedicado a las Fuerzas Armadas, el 90 % de los consultados los consideraba «ignorantes, burócratas e inútiles» y para el 48 % eran «brutales, libertinos y bebedores». El 70 % de los encuestados consideraba que el compromiso social de la Iglesia era insuficiente y, por último, a la hora de mostrar las preferencias por una forma de Estado, el 30 % optaba por la monarquía, el 30 % por la república y solo el 10 % por una dictadura militar. El 20 % se mostraba indiferente. Solo un 10 % de los entrevistados se manifestaba como falangista1.

Manifestación estudiantil, foto del blog (http://pueblodeespana.blogspot.com/)

1956 fue el año en que la tensa paz en la universidad saltó por los aires. Los estudiantes de izquierdas y los monárquicos (que era entonces una manera de oponerse al régimen), que no respetaban la autoridad de SEU, comenzaron a hacer oír su voz. Con motivo del fallecimiento en octubre del 55 del filósofo Ortega y Gasset (a quien el régimen nunca tuvo mucho aprecio) se le organizó un homenaje en el entorno del Congreso de Escritores Jóvenes. Finalmente, este congreso se canceló por orden de la autoridad. En febrero varios estudiantes comunistas redactaron un manifiesto contra el SEU; se imprimieron numerosas copias y se distribuyeron en todas las facultades de Madrid. En el escrito no se citaba el nombre del SEU, pero quedaba claro a quién se echaba la culpa de todos los males de la universidad:

(…) la organización que hoy se atribuye cada día de un modo más ilusorio al monopolio del pensamiento, de la expresión y de la vida corporativa de la vida universitaria en el aspecto profesional, social, cultural e internacional, posee una estructura artificiosa que o no permite o tergiversa la auténtica manifestación y representación de los universitarios.

El documento denunciaba el «divorcio» entre la universidad real y la oficial:

Este divorcio explica muy bien la esterilidad y los fracasos cosechados en el terreno intelectual, deportivo y sindical, fracasos que nos humillan en todo contacto internacional ante los estudiantes de otros países.

En la parte final del texto se convocaba un Congreso Nacional de Estudiantes para abril de ese mismo año, y se solicitaba la celebración en marzo de elecciones libres de representantes.

Aquel manifiesto era un torpedo lanzado directamente a la línea de flotación del SEU. Los estudiantes falangistas, que se consideraban más varoniles y eran más echados para adelante que todos aquellos «traidores» comunistas y «afeminados» monárquicos, no iban a consentir una falta de respeto como aquella. Durante los primeros días de febrero se produjeron violentos enfrentamientos entre los miembros del SEU y los estudiantes partidarios de la apertura. La policía intervino con violencia para frenar las agresiones. En los altercados se produjeron graves destrozos en las dependencias de la universidad, numerosos contusionados y un falangista herido por arma de fuego.

El régimen acabó cortando cabezas y destituyó al rector, al ministro de Educación y al secretario general del Movimiento. A partir de ese momento el SEU perdió su hegemonía y los estudiantes entendieron que tenían poder, que podían influir en la marcha de la política en España. El SEU se desmontó en 1965. Los cabecillas de las movilizaciones del 56 fueron Enrique Múgica, Javier Pradera, y Ramón Tamames2.

Jesús Ibáñez, Julián Marcos y Vicente Girbau visitan en la cárcel a Pablo Sánchez Bonmatí, 
José María González Muñoz, Francisco Bustelo García del Real, 
Joaquín Marcos y Manuel Fernández-Montesinos García, 
condenados por los sucesos de 1956 (foto: blog Pueblo de España)
  1. Creación del Frente de Liberación Popular

Yo a Julio le caí muy bien y conmigo lo pasaba divinamente. Siempre andábamos en su coche, un Jaguar que él conducía sin manos muy pintorescamente a 140 o 150 Km/hora, y Antonio, el cura, le decía: «Julio sábete que estoy en pecado mortal, y es responsabilidad tuya si voy al infierno. Haz el favor de parar, no corras tanto». Julio se reía y seguía corriendo. Siempre estábamos de comilonas por ahí, pasándonoslo muy bien. 

(José María González Muñoz, que participó de las primeras reuniones del FLP, sobre Julio Cerón, en entrevista con Julio Antonio García Alcalá)3

Animados por los altercados en la universidad del año 56 y liderados por Julio Cerón, diplomático católico y hombre extravagante, un grupo de intelectuales y sacerdotes de asociaciones cristianas como la Juventud Obrera Católica (JOC) y la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) formaron un nuevo grupo político. El Evangelio, la dotrina social de la Iglesia y la lectura de libros entonces prohibidos cimentaron el edificio ideológico de la organización. Decepcionados por los partidos que como el PCE lideraban la lucha antifranquista, llegaron a la conclusión de que tenían la fórmula mágica para redimir a la sociedad española: marxismo + cristianismo = justicia social y libertad.

Julio Cerón, como diplomático, había visitado la URSS y la China Comunista y se había entrevistado con personajes destacados de la izquierda internacional. Inquieto intelectualmente y cercano a los nuevos grupos cristianos, Cerón se puso en contacto con los hermanos Juan y Lorenzo Gomis (este último director de la revista cultural El Ciervo, impulsada por la Asociación Católica Nacional de Propagandistas). Además de con los Gomis, habló «asediándolo a telefonazos» con Jesús Ibáñez (que había pasado por la cárcel debido a los altercados de 1956); con José Ramón Recalde, abogado donostiarra, con el arquitecto Joaquín Aracil, con el sociólogo Francisco Díaz del Corral y con el matemático Ernesto García Camarero. También estaban entre los primeros contactos el abogado y sociólogo Ignacio Fernández de Castro, el estudiante Fernando Martínez Pereda y el sacerdote Antonio Jiménez Marañón. Con todos ellos —y tras dos reuniones en un convento y en una iglesia— fundó Cerón en 1958 el Frente de Liberación Popular (FLP) o también conocido como el «FELIPE». El nombre fue idea de Jesús Ibáñez y estaba inspirado en los frentes de liberación de países como Argelia y Vietnam que entonces estaban de moda entre la progresía politizada nacional. Entre los miembros fundadores usaban «la fiesta» como nombre en clave para referirse al Frente. Como sede para las operaciones clandestinas alquilaron un piso en la calle Alonso Cano del centro de Madrid, y en él instalaron una multicopista construida chapuceramente con rodillos de lavadora. En la jerga particular de la organización a la copiadora la llamaban «lavadora» y al hecho de editar propaganda política, «lavar». En otras organizaciones clandestinas a estas multicopistas se las llamaba «vietnamitas» debido a que las octavillas impresas con estas rudimentarias máquinas eran utilizadas por el Vietcong durante la guerra contra los norteamericanos en el país asiático. El FLP era original hasta para esto4.

Julio Cerón en 1984 (foto: El País)

Las primeras captaciones de activistas se hicieron en la universidad. Juan Tomás de Salas (más tarde editor del periódico Diario 16) contaba así su entrada en la organización:

Íbamos desde el CEU, cerca de la Ciudad Universitaria, hacia el centro de Madrid, camino de la Facultad de Derecho. Conmigo, Nicolás Sartorius, José Luis Leal y no sé si alguno más. En las proximidades de San Bernardo (sede entonces la Facultad de Derecho) empezamos a notar agitación callejera. Multitud de estudiantes lanzaban consignas en la calle. La policía y sus colaboradores del interior ejercían con dureza la represión. Alguien se dirigió a nosotros: «Son los fascistas de dentro -gritó- tened cuidado». Era la primera vez que veíamos a fascistas uniformados, por supuesto de azul, ejercitando directamente la violencia. Vino entonces un estudiante hacia nosotros. Era un amigo, creo recordar que Paco Montalvo: «Venid conmigo». Y nos llevó hasta un café cercano que era al parecer un refugio cercano. Allí nos presentó a otro amigo, mayor que nosotros. «Julio Cerón», nos dijo. Poco después ingresábamos los tres, Sartorius, Leal y yo, en el Frente de Liberación Popular.5

José Luis Leal, estudiante de Económicas, describe así en sus memorias la prueba de acceso para nuevos miembros en el FELIPE:

El acto formal de adhesión (al Frente de Liberación Popular) tuvo lugar una tarde de primavera, poco después de la puesta de sol. Mi contacto me citó en una calle de Madrid advirtiéndome de que era preciso que fuese en el coche de mi familia. (…) Después de recogerle estuvimos dando algunas vueltas por Madrid hasta que, tras mirar su reloj, el contacto me dijo: «Vamos a la esquina de Menéndez Pelayo con O´Donnell». Seguí sus instrucciones. Luego me ordenó «Para aquí». Paré y en ese momento un individuo penetró en la parte trasera del vehículo y dijo: «En marcha, sigue por esta calle». Seguimos unos metros en silencio, tras lo cual mi misterioso interlocutor dictaminó: «Da una vuelta a la manzana y aparca en primer sitio que encuentres en O´Donnell». Así lo hice y, tras detener el automóvil, comenzó el interrogatorio después de haberme conminado a que no volviere la cabeza. «¿Qué piensas de la revolución de Fidel Castro?», «¿Qué estás dispuesto a dar por la causa?». Respondí lo mejor que pude y, antes de llegar al final de la conversación, mi interlocutor me explicó de manera condescendiente que en otras organizaciones se propinaba una paliza al futuro miembro para comprobar si tenía condiciones para resistir un interrogatorio de la policía. En el tono de voz se notaba cierta admiración hacia esas organizaciones, dando a entender que aquella era la manera adecuada de proceder y que si no se practicaba en el FLP era por temor a la falta de entereza de los estudiantes.6

Juan Antonio Ortega Diaz-Ambrona, en Memorial de Transiciones (1939-1978) define a los felipes: «Románticos, ingenuos, innovadores y heterodoxos y tal vez fueran un poco de todo eso. Algo caóticos, a veces, y faltos de un programa definido. No quisieron estar en una formación monolítica y homogénea. Se sentían más a gusto conviviendo con seguidores de distintas corrientes socialistas, creyentes y ateos, sindicalistas y líderes universitarios, dentro del ámbito nuevo, cambiante y en ocasiones muy poco seguro que se exploraba en Europa, «la nueva izquierda»».

Jesús Ibáñez (arriba, segundo por la izquierda) en la facultad 
de Ciencias Políticas y Sociología en 1950 (foto: nodo50.org)

En 1956, en el congreso celebrado en Praga, el Partido Comunista había decidido utilizar una nueva vía para conseguir sus fines. El PCE venía de una larga travesía por el desierto. En 1947 el comisario Roberto Conesa, temido por sus brutales interrogatorios en los que utilizaba todo tipo de torturas, había conseguido infiltrar agentes en la organización.  Con aquella operación se hicieron más de dos mil detenciones que después de los juicios resultaron en un total de 1744 años de penas de cárcel y 46 condenados a muerte. Esta nueva estrategia antes citada se bautizó como «Reconciliación nacional». Después de haber intentado derrocar a Franco mediante la lucha armada en los años cuarenta, el PCE optó por la lucha política abandonado los métodos violentos. Huelgas, manifestaciones y propaganda fueron sus instrumentos de movilización popular. La fundación del FLP puso en cuestión a los partidos que según Cerón habían fracasado en la lucha contra la dictadura. Al PCE se le consideraba pactista y reformista. El FLP, nada más nacer y sin consultar a nadie, se colocó ideológicamente a la izquierda del Partido Comunista. Según los jóvenes integrantes del Frente, el Partido Comunista estaba burocratizado y era demasiado dependiente del exterior (donde vivían sus dirigentes) y estas circunstancias le restaban eficacia en la lucha. Como respuesta a los partidos clásicos, el Frente se lanzó como una organización abierta y ecléctica. En su seno se permitía la heterodoxia ideológica y era habitual oír en sus debates internos frases como: «yo soy luxemburguista» o «yo soy guevarista». Enemigo de comités centrales, estructuras encorsetadas y un tanto excéntrico de carácter, Julio Cerón, máxima autoridad reconocida por todos los jóvenes integrantes del Frente, se nombró a sí mismo «pontífice organizativo».7

«Nos proponíamos nada menos que cambiar totalmente la sociedad y hacerla radicalmente justa», escribió José Pedro Pérez-Llorca, estudiante de Derecho y miembro del FLP. Este idealismo funcionó como motor de los jóvenes estudiantes y la actividad política en el piso de calle Alonso Cano durante los primeros meses fue frenética. José Luis Leal cuenta en sus memorias a qué se dedicaban en aquellos primeros días de revolución:

Una de nuestras actividades principales, en el orden intelectual, consistía en la búsqueda incansable de las cuarenta familias a las que considerábamos dueñas de España y del entramado del poder. (…) Compramos un anuario en el que venían los miembros de todos los consejos de administración de todas las empresas españolas y comenzamos a hacer fichas por orden alfabético para aquellas personas que nos parecían implicadas en un mayor número de consejos. Nos pareció que habíamos dado con el núcleo del poder de la España de entonces. Sería muy fácil, en cuanto se realizase la revolución, expropiarlos y devolver al pueblo sus bienes.

Comenta Leal que entonces le preocupaba que los técnicos (capataces de fábricas, y la llamada «aristocracia obrera») no colaborasen con las fuerzas revolucionarias. Los más radicales del grupo —añade Leal— daban una solución para ese caso: «Con un buen pistolón basta y sobra: ya verás si colaboran».

A pesar un expreso compromiso con el proletariado oprimido, entre los fundadores del FLP solo había un obrero. Se llamaba Manuel Morillo Carretero y pertenecía a la HOAC. Era reparador de contadores eléctricos y al comienzo de la guerra civil los falangistas intentaron lincharlo. Terminada la guerra, ingresó en el PCE. Lo detuvo la policía y fue condenado a muerte por un consejo de guerra. La pena no se ejecutó y estuvo en la cárcel hasta 1950. Al salir, ingresó en la HOAC y continuó luchando por los derechos de los trabajadores. A causa de las presiones del cardenal Enrique Pla y Deniel, que no quería radicales de izquierdas en la organización de Acción Católica, abandonó el grupo y se incorporó al FLP.

Por ser en su mayoría estudiantes pertenecientes a familias de clase media-alta, su conocimiento de los problemas de los obreros era escaso. El acercamiento al proletariado se convirtió en una obsesión para los miembros del Frente, llegando a abrir un despacho laboralista en barrios obreros como Vallecas o a apuntarse una excursión para hacer alpinismo (como fue el caso de José Luis Leal, que pasó tanto miedo que se juró a sí mismo no volver a hacerlo). Juan Tomás de Salas reconoció con posterioridad que nunca consiguieron ser realmente aceptados por los obreros.

Portada y página interior del número 5-6 de Presencia Obrera, órgano del FLP 
(abril-mayo de 1964)(Fons Viladot del Centre Documental de la Comunicació de la UAB)
  1. Situación socioeconómica en España 

Durante aquellos años sesenta, los jóvenes izquierdistas escuchaban Radio España Independiente, coloquialmente llamada «La Pirenaica». En esta emisora montada por el Partido Comunista de España y que retrasmitía desde Moscú, se anunciaba día sí y día también la inminente «sublevación popular que acabará con el franquismo». Había que mantener alta la moral. Ese levantamiento de las masas nunca llegó. Uno de los principales motivos por los que la oposición democrática fracasó en el objetivo de derrocar al dictador fue la ausencia de un análisis ajustado a la realidad de la situación socioeconómica.

Tras comprobar el régimen franquista, a mediados de los años cincuenta, que el modelo económico basado en la autarquía estaba agotado, se puso en marcha en 1959 el llamado Plan de Estabilización. Liberalizar la economía española y abrirse al exterior fue un acierto. En los sesenta, España experimentó un periodo de fuerte crecimiento. En aquellos años, solo Japón obtuvo tasas de crecimiento superiores a las españolas. Los ingresos por turismo, por ejemplo, ayudaron a este crecimiento. El volumen de turistas pasó de una media anual de 13.1 millones entre 1962 y 1966 a una media de 25.3 millones entre 1967 y 1972 y a 34.6 millones en 1973. El nivel de vida subió y se consolidó una burguesía que era equiparable a la de otros países desarrollados. Algunos indicadores que demuestran este nuevo nivel de vida son: el porcentaje de gasto en alimentación dentro del presupuesto familiar. Se pasó del 50,4 % en 1958 a un 39,9 % en 1972. Este decremento es un claro indicador de que el consumo de las familias españolas se comenzaba a parecer al del resto de los países de la Europa occidental. El parque automovilístico que no superaba los 100 000 coches en 1950, creció hasta los 5 millones de vehículos en 1975. El número de televisores por cada 1000 habitantes pasó de 5 en 1960 a 70 en 1970. Y entre los mismos años, la cantidad de frigoríficos creció de 1 a 25 y en el caso de las lavadoras de 3 a 15. Entre 1959 y 1975 la renta per cápita tuvo un incremento anual medio del 5,5 %. Los salarios de los obreros industriales se incrementaron en un 287 % entre 1964 y 1972. Aunque también es verdad que la inflación creció de forma considerable. La desigualdad seguía siendo un problema (lo sigue siendo hoy en día): entonces el 1 % más rico disponía del mismo volumen de renta que la mitad de la población con menos ingresos.  Aun así, en aquellos años lo situación socioeconómica de la mayoría de los españoles mejoró considerablemente en relación con los años después de la guerra.

En el minuto 25 del segundo episodio de la serie La Transición de RTVE, que realizó y presentó Victoria Prego, Felipe González, secretario general del PSOE, después de hablar de la «debilidad» del régimen franquista en sus últimos años («algo que entonces no conocíamos»), reconoce la poca fortaleza de la oposición democrática (que él identifica con «la izquierda»). Dice: «Entonces solo dos de cada cien personas en España estaban dispuestas a arriesgarse a ir a la cárcel por defender sus ideas». Si consideramos que en 1975 había 17 millones y medio de españoles entre 18 y 60 años, un 2 % de esa cantidad arroja la cifra de 350 000 españoles «dispuestos a arriesgarse a ir a la cárcel por defender sus ideas». Pero, para que una revolución tenga éxito, no solo hace falta un grupo de activistas, es necesario el apoyo posterior de la población.

El caso de Portugal —donde sí triunfó una revolución en 1974— nos puede servir de referencia. En el país vecino la pobreza afectaba al 40 % de la población (en España no llegó al 19 % en los peores años). Portugal, en aquella época, estaba implicado en cuatro guerras coloniales (Angola, Guinea-Bisáu, Mozambique y Goa) lo que suponía un gran esfuerzo económico para el país. Además, debido a estas guerras contra movimientos guerrilleros independentistas, el gobierno obligaba a los jóvenes a hacer un servicio militar de cuatro años; dos de ellos en las colonias, lo que implicaba con seguridad participar en una de las guerras. Las familias portuguesas estaban cansadas de recibir en féretros a sus hijos. Por esos motivos, cuando el 25 de abril se produjo el golpe de Estado militar contra la dictadura portuguesa, el pueblo en masa lo apoyó. La situación en España era muy diferente.

En 1971, el presidente de Estados Unidos Richard Nixon y su asesor de Seguridad Nacional, Henry Kissinger, estaban preocupados por la situación política en España. Había que hablar directamente con Franco para conocer sus planes para el futuro. El dictador era viejo y había que conocer qué podía pasar después de su muerte. Pensaron que para hablar con un militar lo mejor era utilizar a otro militar. El general norteamericano Vernon Walters, entonces agregado militar en la embajada de París, fue recibido por el dictador gracias a la intermediación de Carrero Blanco. Ante la inquietud de Walters, el dictador respondió:

«España irá lejos en el camino que desean ustedes, los ingleses y los franceses: democracia, pornografía, droga, ¿qué sé yo? Habrá grandes locuras, pero ninguna de ellas será fatal para España».

«¿Cómo puede estar usted tan seguro, general?», preguntó Vernon Walters.

«Porque yo voy a dejar algo que no encontré cuando asumí el gobierno hace cuarenta años», respondió Franco, «la clase media».

Mundo Obrero 1 de diciembre de 1959
 
  1. La gran redada. Juicio a Julio Cerón

En 1958 y en 1959, el PCE convocó dos huelgas generales de veinticuatro horas que fueron un fracaso por la baja participación de los obreros. Con ellas se pretendía atacar al régimen. A pesar del fiasco, Dolores Ibarruri (Pasionaria), en la revista Nuestra Bandera, escribió que la primera huelga, la de 5 de marzo de 1958, había «constituido un gran éxito porque respondía al sentimiento antifranquista que late en la conciencia popular». La segunda, la de 18 de junio de 1959, se llamó «Huelga Nacional Pacífica» y además de los comunistas del PCE solo fue apoyada por el FLP.

Una semana después de la Huelga Nacional Pacífica, detuvieron a Julio Cerón y tras dos juicios lo condenaron a ocho años y lo echaron de la carrera diplomática. Otros diecisiete dirigentes de la organización fueron detenidos. El FLP fue casi desarticulado por completo. En este segundo fracaso de 1959 el PCE fue más moderado en su triunfalismo: «Este aparente fracaso ha sido un paso de siete leguas hacia la liquidación de la dictadura del general Franco».

El abogado defensor de Julio Cerón fue José María Gil Robles (ministro de la derechista CEDA durante la República) y sus argumentos se basaron en la religiosidad de su defendido y en su «anticomunismo». A pesar del buen hacer de Gil Robles, Cerón fue condenado. No cumplió toda la condena porque gracias a sus buenos contactos (su hermano, también diplomático, llegó a ser ministro de Franco en uno de sus últimos gobiernos) fue indultado.

Después del verano de 1960 se reconstruye el FLP. Julio Cerón seguía en la cárcel, pero se le informaba de todo. El nuevo líder sería el abogado santanderino Ignacio Fernández de Castro. Se constituye un núcleo central denominado Central de Permanentes (CP) del que, escarmentados por las malas experiencias, se pretende que sean más «profesionales». Todos ellos son estudiantes, no hay obreros. Entre los miembros del CP están Juan Tomás de Salas y José Luis Leal Maldonado. Para acercarse a los obreros, se abren despachos laboralistas en diferentes puntos de España. La sede del movimiento se sitúa en un piso situado en el nº 222 en la carretera de Aragón, propiedad de la familia de José Luis Leal.

El asunto de la «profesionalidad» y el compromiso con la lucha de los jóvenes revolucionarios acabó siendo un verdadero problema. Para muchos de ellos las prioridades no estaban claras: ¿Los estudios o la lucha? ¿la familia o la revolución? José Luis Leal, elogiando en sus memorias a «Carlos», un compañero de militancia en el FLP que era diferente a la mayoría, termina denunciando el verdadero problema:

Carlos era mucho más profesional en su militancia, menos romántico y dedicaba más tiempo y energía a la causa de la revolución que cualquiera de nosotros. Había en su actitud una convicción en la que no existía la menor sombra de duda. En eso se parecía a los militantes obreros, para quienes la clandestinidad no era una especie de juego intelectual en el que, si bien se arriesgaba mucho, también se sabía que, en el peor de los casos, una vez fuera de la cárcel y con un poco de suerte, se retornaría de un modo o de otro al mundo de la profesión. Muy pocos se habían planteado en serio la posibilidad de convertirse en revolucionarios profesionales, lo que hubiera significado renunciar a los estudios o a la carrera y dedicarse íntegramente a la causa. En Ginebra, durante unos meses, me planteé la cuestión, pero abandoné la idea al cabo de poco tiempo.

  1. La lucha armada

Cristian Cerón y Francisco Lara, en su libro sobre el Frente de Liberación Popular (Catarata, 2022), comienzan de este modo el capítulo titulado La lucha armada: «En la vivienda clandestina madrileña de la carretera de Aragón un joven gaditano trata de convencer a sus compañeros sobre un mapa de la situación insostenible de los campesinos andaluces, lo que permitiría montar un foco guerrillero en la sierra de Cazorla (Jaén)». En las memorias de José Luis Leal no se cuenta nada sobre cómo se debatió el asunto de la lucha armada. ¿Quién fue ese «joven gaditano» que propuso poner en marcha una guerrilla? García Alcalá, en su tesis doctoral, donde incluye entrevistas con antiguos militantes del FLP, aporta mucha información sobre cómo se trató este peliagudo asunto en el Frente. En Queríamos la revolución (Flor del Viento, 1998), García Rico sí dice abiertamente que el gaditano José Pedro Pérez-Llorca puso la posibilidad de la violencia como vía para la revolución sobre la mesa. Aunque es verdad que los felipes no llevaron a cabo ninguna acción violenta, es comprensible que algunos de los autores consultados se autocensuraran a la hora de afirmar que alguien tan relevante como José Pedro Pérez-Llorca, padre de la constitución, ministro y fundador de uno de los despachos de abogados más influyentes de España, había tenido de joven la idea de usar la lucha armada para acabar con la dictadura.

Estamos en 1960, Fidel Castro y unos guerrilleros barbudos han conseguido acabar con la dictadura de Batista en Cuba desde su base de sierra Maestra. La repercusión de la revolución cubana llegó a los oídos de los felipes, que acababa de fundar un grupo insurgente. Algunos militantes de exterior tuvieron una entrevista con el comandante Gutiérrez Menoyo, uno de los lugartenientes de Castro en Cuba. Este los animó a iniciar un proceso parecido al que ellos habían emprendido con éxito en la isla caribeña. Durante un tiempo hubo contactos y Menoyo prometió ayuda material a los jóvenes españoles. Parece ser que el mismo Che Guevara terminó abortando el apoyo de la revolución cubana al FLP.

Más tarde, con la intermediación del gobierno de la República Española en el exilio, entraron en contacto con autoridades yugoslavas. Se mandó a varios efectivos a Belgrado para recibir «formación teórica y práctica». Esta última, la «formación práctica», según pensaban los activistas españoles, sería mayormente entrenamiento guerrillero.

José Manuel Arija, en entrevista con García Alcalá, afirma: «Pero luego no hubo nada. La formación teórica nos la dimos nosotros solos (…) Y de la formación guerrillera que pensábamos recibir, no hubo nada, nada en absoluto». De aquella experiencia balcánica venía José Luis Leal cuando acudió a la boda de Juan Carlos de Borbón en Atenas.

Comunicado del FLP sobre las huelgas en Asturias 
(foto: diario Público)

Finalmente, el único apoyo recibido por los yugoslavos fue el pago de un viaje a Túnez para contactar con el Frente de Liberación Nacional (FLN) argelino que realizó Nicolás Sartorius. Así lo cuenta el luego líder del PCE: «Yo hice un viaje a Túnez ayudado por los yugoslavos, para tomar contacto con el FLN argelino. Les presentamos un informe en la idea de una posible guerra de guerrillas en España, pero luego eso no tuvo continuidad. No se llegó a nada». Parece que los argelinos no dieron respuesta; se entiende que no tomaron muy en serio la propuesta de Sartorius.

No todos los felipes estaban de acuerdo con la idea de la lucha armada, algunos lo veían como una idea «infantil». Fernando Martínez Pereda lo contó así: «Nos pareció un disparate absurdo. ¿A dónde íbamos a ir? ¿A la sierra de Cazorla para que nos coja la guardia civil?, O hacemos como luego le ocurrió al FRAP, ocultándonos como las ratas para luego matar a un pobre guardia. ¿Qué vamos a hacer? ¡Ir con la merienda a Cercedilla en el tren! Aquí no hay una estructura con un 80 % del campesinado como en Argelia». Joaquín Aracil lo tenía claro: «Yo, ¿cómo voy a ponerme a disparar? Tengo que sentir odio hacia la guardia civil. Yo en este momento siento odio, pero no lo suficiente como para ponerme a disparar y matar».

Pero los más lanzados siguieron adelante.Valeriano Ortiz, alias «Nikita», pidió permiso para comprar un lote de armas en el mercado negro. Antonio López Campillo recuerda que: «Se compraron unas pistolas que eran lamentables, muy viejas. Se compró también una metralleta Stein que seguramente nos hubiera matado. Los tiros al saltar nos matan, las balas no llegan a ningún lado». Luego se adquirieron armas de mejor calidad, «un Winchester que era carísimo» y, gracias a los conocimientos químicos de uno de ellos, se fabricaron explosivos.

En el fondo no había una determinación seria para pasar de la teoría a la práctica. Así recuerda a sus compañeros Rodolfo Guerra: «Todos los que yo me topé eran unos aficionados, no estaban preparados para realizar los objetivos del FLP. Y si lo hacían iban a ir todos a la cárcel o frente pelotón de ejecución. Y otros hablaban mucho pero cuando recibían el camión con armas o se les decía: «atraca un banco», como en realidad eran unos hijos de papá, se acojonaban como el que más». Entre algunos miembros de la organización corrió el rumor de que Fidel Castro, a través de los yugoslavos, les había regalado un camión lleno de armas. Dicho vehículo y su cargamento nunca aparecieron. Finalmente se decidió «abandonar» la lucha armada. Se abandonó una vía que nunca se había iniciado.

Curso de Especialización en Humanidades Clásicas (CEHUC) en el Seminario de Comillas, 
1949-1950. José Bailo en el centro de la primera fila (foto: atrio.org)
  1. Más redadas 

En 1962 hubo otra gran redada que diezmó de nuevo el FLP. Esta vez, la organización había actuado como propagador de la información sobre las huelgas en Asturias. Para entonces ya se habían creado las dos franquicias del frente: en Euskadi con el nombre de Euskadiko Sozialisten Batasuna (ESBA); y en Cataluña llamada Frente Obrero de Cataluña (FOC). Entre los detenidos estaba el sacerdote José Bailo Ramonde (A Coruña, 1929). Este cura con fama de «abierto y lanzado», después de terminar sus estudios en el seminario de Comillas, hizo oposiciones al Cuerpo Castrense (sacerdote del Ejército) y sacó el número dos. Valencia fue su primer destino y allí entró en contacto con estudiantes de la ASU (Asociación Socialista Universitaria) que estaban en la cárcel. Cuando esta organización se integró en el FLP, el sacerdote también lo hizo. Influyó en su decisión que los dirigentes del Frente fueran amigos del padre Jesús Aguirre, luego duque consorte de Alba.

El cura Bailo sabía que podía ser torturado. Cuando entraron en su celda para interrogarlo, decidió ponerse solemne. Se puso en pie y delante de los policías levantó la mano derecha como si fuera a iniciar una bendición. Ante la sorpresa de los agentes —que sabían que era sacerdote— dijo con el mismo tono que usaba para predicar desde el púlpito: «El que pusiere la mano sobre un ministro del Señor será excomulgado». Los policías se quedaron paralizados. Se miraron los unos a los otros y, por si acaso, ninguno de ellos tocó un pelo de aquel representante de Dios en la tierra. Bailo cuenta que al poco de entrar en el FLP recibió una invitación para reunirse en París con Santiago Carrillo y Jorge Semprún. Querían ficharlo para el PCE. Acudió a la cita, pero se mantuvo fiel a los felipes, sus nuevos compañeros.

En 1969, después de haber pasado cuatro años en la cárcel, Bailo, que ya no era sacerdote, fue arrestado de nuevo junto con Enrique Ruano y su novia Dolores González. Se les acusaba de arrojar a la vía urbana propaganda de Comisiones Obreras. Se les detuvo en un bar hasta el que los siguió el policía que los había visto lanzando las octavillas. En el bar se pudo comprobar que estaban en posesión de «documentos relacionados con actividades clandestinas de carácter comunista». A Ruano le encontraron las llaves de un piso que no era su domicilio. Argumentó que era el lugar que utilizaba para ocultarse. La policía lo llevó al inmueble y procedió a registrarlo. Según la versión oficial, Ruano, tras una breve carrera, se arrojó al vacío por un patio interior desde la séptima planta que ocupaba el piso. Para apoyar la versión del suicidio, la policía aportó como prueba parte del diario íntimo del fallecido. El documento en realidad era una carta dirigida al psiquiatra Castilla del Pino en la que le contaba sus problemas sentimentales y sus esporádicos pensamientos de quitarse la vida. El diario ABC, alineado con las fuerzas represivas del régimen, publicó aquellos textos manuscritos por Ruano.

Lola González Ruiz, Enrique Ruano y Javier Sauquillo 
junto a la Casa de las Flores de Madrid. 
(Archivo de Ed. Tusquets)

Entre las detenciones de 1962 y la muerte de Enrique Ruano, los felipes continuaron con su actividad política. Se celebró un congreso en la localidad de Pau (Francia): primer congreso y último; sufrieron escisiones como la creación de Acción Comunista (AC) por los más radicales; publicaron revistas y periódicos como Voz ObreraCrítica y Vanguardia Roja y se reunieron con Marcelino Camacho, histórico líder del sindicato Comisiones Obreras (CCOO), organización que en noviembre de 1967 había sido declarada «ilegal y subversiva» por el Tribunal Supremo. Tras el contacto con Camacho, los felipes ayudaron a la implantación de CCOO en varias fábricas. Entre las peripecias más rocambolescas de los militantes del FLP están las escapadas del país a través de la embajada de Colombia (protagonizada por Juan Tomás de Salas) y con la ayuda de la embajada de Uruguay en el caso de Ignacio Fernández de Castro. En ambos casos la ayuda del sacerdote Jesús Aguirre y de sus buenos contactos fue crucial. El relato del refugio y fuga de Tomás de Salas es más divertido que el de Fernández de Castro.

Durante aquella segunda mitad de la vida del FLP, Julio Cerón, aunque desterrado al pueblo de Alhama de Murcia, seguía siendo muy importante para la organización. Según cuenta Carlos Semprún Maura en sus memorias (y recogeEduardo G. Rico en Queríamos la revolución (Flor del Viento, 1998), Cerón no paraba de escribir cartas a los militantes. Con ellas intentaba matar el aburrimiento y aprovechaba para impartir doctrina política. Una de las misivas dirigidas a la Federación Exterior del FLP cayó en manos de Carlos Semprún, que se encontraba en París. En la carta Cerón pedía que lo liberasen y lo ayudaran a escapar ilegalmente al extranjero. Semprún mandó a dos estudiantes belgas a Murcia para confirmar la intención de su líder. De vuelta en la capital francesa, los chicos confirmaron el deseo de fuga del diplomático. Semprún encargo la peligrosa acción a Henri Curiel y a su grupo de mercenarios. Curiel, nacido en Egipto y líder del partido comunista egipcio hasta su expulsión, había colaborado con el FLN argelino y con otros movimientos de liberación de países tercermundistas. El plan consistía en que el día X a la hora Y, Cerón saldría a dar un paseo. Se toparía con una furgoneta dirigida por un «camarada» chófer y con un sacerdote de copiloto. Llevarían un pasaporte falso y los utensilios para afeitar la siempre abundante barba de Cerón. En el interior del vehículo también encontraría una sotana o un clergyman para disfrazarse de cura. De Murcia a Valencia y de allí a Roma, donde Julio Cerón daría una conferencia de prensa que sería un golpe de efecto publicitario que haría que todo el mundo conociera la lucha por la libertad del FLP. Cerón había participado en el diseño del plan; de ahí el disfraz de sacerdote. Según Semprún, era necesaria una foto sin barba de Cerón y para ello se utilizó al escritor Mario Vargas Llosa, compañero en la radio oficial francesa, que pensaba pasar las vacaciones de verano en la costa mediterránea, para que visitara a Cerón. De vuelta en París el escritor peruano dijo a Semprún que todo se cancelaba porque Cerón había recibido la visita de la policía y que estos conocían los planes de fuga, el itinerario e incluso el disfraz. La conclusión de Semprún en sus memorias es que Cerón se había inventado esa visita de la policía española debido a que veía que, gracias a sus muchos y buenos contactos, en breve se solucionaría su situación y le daba pereza lo rocambolesco del plan. En 1996, en un artículo de El País, Mario Vargas Llosa contó una versión ligeramente diferente de la peripecia:

Recorrí la península en una Dauphine con placa francesa, que echaba humo como una chimenea y cuya sed abrasadora había que aplacar con baldazos de agua cada diez kilómetros. Cuando llegué a Alhama a don Julio Cerón el plan de fuga le pareció sin pies ni cabeza y me despachó de vuelta a Barcelona, después de convidarme a un pollo frito y una conversación sobre las novelas de Juan y Luis Goytisolo. En Calafell, me esperaba otro ‘felipe’ con instrucciones de la dirección —algo tardías— de cancelar el viaje a Alhama.

A comienzos de los años 70, Julio Cerón fue rehabilitado como diplomático y destinado a la embajada de España en París donde trabajó para la UNESCO. El obituario que Miguel Ángel Aguilar le dedicó en El País en 2014 dice, con mucha ironía, que le ofrecieron ir a la Santa Sede y que se negó argumentando que si, como tarea diplomática, debía influir para conseguir el nombramiento de un papa español, debían nombrarlo a él y solo a él. Falleció en 2014 en el castillo de Caussade (Perigueux, Francia).

  1. La nueva izquierda. Mayo del 68

En el prólogo a Queríamos la revolución (Flor del Viento, 1998), libro de Eduardo G. Rico sobre el «FELIPE», Joaquín Leguina (que fue miembro del FLP) escribe sobre las intenciones y objetivos del FLP: «¿Sabíamos lo que queríamos? Quizá no, al menos, no lo sabíamos con precisión, pero sí sabíamos lo que no queríamos». Las protestas de mayo del 68 en París se podrían explicar de la misma manera. Los estudiantes que se manifestaron en mayo del 68 pertenecían a familias burguesas o de clase media-alta. Los fundadores del FLP tenían la misma extracción social. Los objetivos e intereses de los estudiantes franceses, en el fondo, eran diferentes de aquellos por los que apostaban los proletarios del Partido Comunista de Francia y de la Confederación General del Trabajo, el sindicato mayoritario francés. Lo mismo ocurrió en España con el FLP y otros grupos similares. No les gustaba lo que había —y por eso protestaban—, pero no tenían claro lo que querían.

«Sed realistas, exigid lo imposible»; «Prohibido prohibir»; «Bajo los adoquines está la playa»; «Somos demasiado jóvenes para esperar». Estos eslóganes es lo que queda de las revueltas de París. Mayo de 68 se caracterizó por el culto a la estética de la revolución; lo mismo se puede decir del FLP. José Pedro Pérez-Llorca recuerda a Julio Cerón de este modo:

Por encima de aquel juvenil anhelo pervive en mí el recuerdo de un Julio que me escandalizaba diciendo que «La política es ante todo un imperativo del buen gusto, el país no nos gusta ni nos puede gustar, por eso queremos cambiarlo. Estamos atrapados, además de por la Dictadura, por la mediocridad del ambiente».

Julio Cerón describía así a a los primeros felipes:

Grupúsculo extremista y sabiamente rabioso, al que acudían seres llenos de entrega y ardor.8

Las revueltas del mayo del 68 terminaron con la famosa frase de De Gaulle: «La reforme oui; la chienlit, non!» (la reforma sí, el desorden no). Si analizamos aquellos hechos con la distancia que ofrecen los cincuenta y cinco años transcurridos, los resultados fueron bastante pobres; poco o nada cambió. Sobre lo ocurrido en Francia en 1968 los críticos más benevolentes, admitiendo que no se consiguieron los objetivos, argumentan que al menos se pusieron encima de la mesa los temas que serían clave en el final del siglo XX: el pacifismo, la ecología y el feminismo. Los críticos más severos opinan diferente: Gilles Lipovetsky calificó el movimiento de «laxo y relejado». El historiador Eric Hobsbawm calificó el marxismo de los estudiantes franceses de «peculiar, con una orientación universitaria, combinado con otras modas académicas del momento y, a veces, con otras ideologías, nacionalistas o religiosas, puesto que nacía de las aulas y no de la experiencia vital de los trabajadores».

El intelectual Michel Clouscard fue más allá. Describió las revueltas como «un enorme happening», como «toma de la Bastilla fantoche», como algo más parecido a un «psicodrama» que a una experiencia revolucionaria. En sus libros El capitalismo de la seducción y Neofascismo e ideología del deseo sitúa en mayo del 68 el comienzo del proceso según el cual la izquierda abandonó la idea de trasformar la sociedad y de la lucha de clases para tomar la bandera de las luchas individuales e identitarias. Clouscard llega incluso a acusar a estos movimientos de «nueva izquierda» de hacer el juego al capital y a los poderes fácticos:

Mayo de 1968 anunció además el reparto del pastel entre los tres poderes constitutivos del consenso actual: liberal, socialdemócrata, libertario. Al primero se le devolvió la gestión económica, al segundo la gestión administrativa, al tercero la de las costumbres transformadas en necesidad del mercado del deseo. Tenemos así la nueva Francia.

En 1968, José Luis Leal aún no había cumplido los veintiocho años y era profesor de la universidad parisina de la Sorbona. Entre sus alumnos estuvo Daniel Conh Bendit, líder estudiantil de las revueltas. En sus memorias recuerda con emoción y nostalgia aquel movimiento estudiantil.

Informe de la Federación Exterior del FLP sobre las movilizaciones de mayo de 1968 en Francia (Fons Viladot del Centre Documental de la Comunicació de la UAB/ Viento Sur)
  1. Disolución del FLP

A comienzos de 1969, un grupo de disidentes del FLP redactó un documento proponiendo la creación de un nuevo partido que acabaría llamándose Partido Comunista Revolucionario (PCR). La nueva formación tenía como principal objetivo representar la «vanguardia del proletariado». Aquel nuevo grupo, del que el cura Bailo era uno de los principales artífices, significó el final del FLP. Muchos militantes, como Nicolás Sartorius, se marcharon al PCE y otros, como explica Pablo Lizcano en su libro La generación del 56, se pusieron a hacer oposiciones a la administración obligados por sus padres. Se terminaba la vida universitaria y empezaba la realidad.

José Pedro Pérez-Llorca lo explica con claridad:

Terminado el curso, mi muy inteligente madre, que se percató de mis andanzas, me empaquetó sin apelación para Friburgo de Brisgovia, en cuya acogedora universidad, y haciendo diversos trabajos, pasé una buena temporada. 

Siguiendo el consejo de Julio Cerón, el estudiante gaditano aprovechó para aprender alemán leyendo a Hegel y Marx. Perez Llorca terminó sus estudios de Economía con sobresaliente y el Premio Extraordinario de Licenciatura. Al terminar la carrera, también cerró su época de radicalismo político. Pero recuerda esa época con cariño: «Fue positivo, porque aprendí mucho análisis y práctica política. También me quedó una cierta erudición del pensamiento socialista, y el impulso de generosidad y de ilusión para entrar en la política activa».9

Leal cuenta que después de acabado el FLP se encontró con Nicolás Sartorius en París y le reprochó que hubiera mantenido una doble militancia, en el PCE y en el FLP. Sartorius se justificó diciendo que «éramos unos inconscientes y había que conseguir que nuestras locuras no dañaran la causa del proletariado».10

 

Cabecera de Vanguardia Roja, órgano del FLP, de febrero de 1969 
(imagen: diario Público)

El 17 de septiembre 1984 se celebró un acto en la Fundación Miró de Barcelona para conmemorar el veinticinco aniversario del final del FLP. Se reunieron algo más de un centenar de antiguos militantes. Los entonces ministros del PSOE (Narcís Serra, José María Maravall, Carlos Romero y Julián Campo) excusaron su asistencia. Terminado el acto, los más valientes o nostálgicos siguieron la juerga en la sala de fiestas La Paloma. Durante la reunión se pronunciaron discursos emotivos como el del escritor Vázquez Montalbán: «Difícil hacer un diagnóstico, pero si nos hubieran dejado, habríamos hecho una revolución encantadora». Manuel Gari, dirigente del FLP, se preguntó: «¿Cabe hablar de olvido de unas siglas o simplemente de un grato recuerdo juvenil? En realidad, el FLP planteó verdaderos problemas políticos que no supo resolver. Algunos exfelipes, la mayoría, no creen ya en esos problemas. Otros seguimos buscando nuevas soluciones». Solo Pascual Maragall, que nunca se ha mordido la lengua aportó el epitafio que hacía justicia al cadáver:

La historia del FELIPE es más una parte de nuestra historia privada que de la historia social y política del país. El PSUC y el PCE hicieron gran parte del trabajo sucio que se requiere para estar realmente en los libros de historia y salir del puro álbum de fotos amarillento. Que es donde estamos nosotros.

Epílogo

Del FLP salieron ocho ministros de la democracia; treinta altos cargos de la Administración, entre ellos dos presidentes de Comunidad Autónoma; treinta y cinco catedráticos y profesores; quince escritores y periodistas y doce curas. Muchos artículos que glosan este movimiento político destacan como su principal logro haber servido de incubadora para luego nutrir de cargos políticos y de intelectuales a la naciente democracia española. Pero quedan algunas cuestiones pendientes: si no hubieran pertenecido a este grupo tan ilustres miembros ¿nos acordaríamos hoy del FLP? Si no hubieran matado a Enrique Ruano ¿tendría el relato de las acciones de este grupo el toque épico que se le suele dar? ¿Hasta qué punto han exagerado los medios de comunicación y algunos libros de memorias los logros del FLP?

Estas preguntas quedarán sin respuesta en este artículo por respeto a esos ancianos que continúan contando a sus nietos que hace sesenta años fueron valerosos guerreros antifranquistas y que gracias a ellos España es hoy un país democrático.

Notas

(1) Una modernidad autoritaria, Anna Catharina Hofmann (Universitat de Valéncia, 2023).

(2) La generación del 56, Pablo Lizcano (Leer, 2006)

(3) Historia del Felipe (FLP, FOC, ESBA), Julio Antonio García Alcalá (Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2001)

(4) Tesis doctoral de Julio Antonio García Alcalá. «UN MODELO EN LA OPOSICION AL FRANQUISMO: LAS ORGANIZACIONES FRENTE (F.L.P- FOC.- ESBA).

(5) Queríamos la revolución, Eduardo G. Rico (Flor del Viento, 1998)

(6) Hacia la libertad, José Luis Leal (Turner, 2022)

(7) El Frente de Liberación PopularFELIPE. Cristian Cerón y Francisco Lara; (Cararata, 2022)

(8) José Pedro Pérez-Llorca, Una biografía Política. Gema Pérez Herrera; (BOE, 2020)

(9) José Pedro Pérez-Llorca, Una biografía Política. Gema Pérez Herrera; (BOE, 2020)

(10) José Pedro Pérez-Llorca, Una biografía Política. Gema Pérez Herrera; (BOE, 2020)

Más bibliografía

La transición en España. España en transición. Alfonso Pinilla García (Alianza editorial, 2021).

La oposición democrática al franquismo. Xavier Tusell (Planeta, 1977).

El cura y los mandarines. Gregorio Morán. (AKAL, 2014).

Crónica del antifranquismo, Fernando Jáuregui y Pedro Vega. (Planeta, 2007).

La transición, historia y relatos. Carme Molinero y Pere Ysás. (Siglo XXI, 2018).

Fuente: JotDown marzo de 2024, 1ª parte y 2ª parte

Portada: 17 de mayo de 1968, Manifestación de estudiantes en la Facultad de Ciencias de la Ciudad Universitaria de Madrid, vigilados por agentes de la Policía Armada a caballo (foto: agencia Cifra)