mercredi 16 octobre 2024

Lucha por una ilusión: la revolución colectivizadora en la Guerra Civil Española

 

Luis Garrido-González[1]

Universidad de Jaén

 

Desde mediados de los años setenta del siglo XX, lleva investigando, entre otros temas, sobre el proceso colectivizador durante la Guerra Civil, cuya última publicación en 2016 es “La plasmación de los ideales revolucionarios en el mundo campesino durante la Guerra Civil. Boletín del Instituto de Estudios Giennenses (CSIC). (214), 253-285 (https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/6161150.pdf).


 
INTRODUCCIÓN

Si hasta la última década del siglo XX los aspectos que más se destacaron de la Guerra Civil española fueron los cambios sociales y revolucionarios experimentados en la retaguardia republicana, actualmente se está haciendo más hincapié en cuestiones culturales, simbólicas y memorialistas sobre las víctimas y la represión. Pese a los indudables aspectos negativos relacionados con estas últimas cuestiones, para una parte no desdeñable de los trabajadores de la zona republicana aquellos momentos se vivieron como algo positivo, al darles el conflicto la oportunidad de poner en práctica las ideas difundidas sobre la colectivización o socialización de los medios de producción, y el principal de ellos era la tierra.[2]

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Lo que ocurrió entre el campesinado de la zona republicana desde el comienzo mismo de la Guerra Civil resulta un buen ejemplo del devenir de los acontecimientos que se precipitaron tras la sublevación de una parte del ejército contra el gobierno de la Segunda República. Eso fue lo que les dio la oportunidad de poner en práctica sus ideales revolucionarios, tanto tiempo postergados. Su actuación respondió a distintos condicionantes políticos, sociales y económicos que explican un nuevo posicionamiento alternativo al modo de vida que llevaban.

En los casos de las zonas republicanas de Aragón, Andalucía, Castilla-La Mancha, Extremadura y Levante (gráfico 1), donde se impuso un claro predominio de los sindicatos de clase (UGT y CNT) y de las organizaciones de los trabajadores en sentido amplio (PSOE, PCE, JSU, JJLL, SRI, Mujeres Antifascistas, Unión de Muchachas, Mujeres Libres) o de los partidos republicanos (IR y UR), la principal característica fue que, al menos inicialmente, el campesinado se hizo cargo de su propio destino. Es decir, que pasaron a controlar su principal medio de producción, que era la tierra, bien porque la trabajaban directamente en régimen individual con ayuda de su familia, o bien porque la trabajaban colectivamente. Así pues, la Guerra Civil provocó un transcendental cambio al abrir la posibilidad de beneficiarse de los derechos de propiedad de la tierra de manera colectiva.

                                                                    Gráfico 1

                               Colectividades agrarias en la zona republicana (1936-39)[3]

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Se concluye que la Guerra Civil fracturó socialmente al campesinado, fuertemente politizado y polarizado entre izquierdas y derechas.[4] Pero, desde las posiciones ideológicas de izquierdas, para muchos campesinos de la zona republicana fue una lucha de clases por las armas que les daba la oportunidad de llevar a la práctica sus ideales de comunismo libertario, colectivización o socialización.

EL PROCESO REVOLUCIONARIO DE LA COLECTIVIZACIÓN

En los últimos años se ha consolidado la visión de que la Guerra Civil fue la solución de continuidad de la conflictividad sociolaboral y política, y de la violencia colectiva desarrollada durante la Segunda República. Unos argumentos que ya fueron utilizados para justificar la sublevación de una parte del ejército, apoyada por abundantes elementos derechistas de la sociedad civil y que dieron lugar a los pocos meses a la Guerra Civil.[5] Es exactamente la misma explicación que utilizaron los franquistas a posteriori para justificar su “Alzamiento Nacional” y darle una legitimidad de partida que no tenía, para “salvar a España de sus enemigos” y de la “implantación del comunismo”.[6]

Por otro lado, la reciente historiografía sobre la Guerra Civil ha desmitificado los factores revolucionarios desencadenados por la rebelión militar y la resistencia popular desarrollada, que fue unida a los procesos de colectivización de amplios sectores productivos, desde la tierra a las fábricas y comercios, los transportes o los espectáculos públicos, en una oleada que se extendió por casi toda la retaguardia republicana. Posteriormente, se recondujo como se pudo desde mediados de 1937, tanto para conseguir una mayor eficacia productiva, como por razones políticas para cercenar el enorme poder que, de hecho, habían acumulado los sindicatos (UGT y CNT). Estos, por su parte, compitieron entre sí para ampliar sus respectivas influencias. Inevitablemente, el debate estaba servido entre colectivistas e individualistas y por extensión entre revolucionarios y moderados reformistas.[7]

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Entre los partidarios de consolidar la revolución puesta en marcha se encontraban los sindicatos de la CNT y la UGT, sobre todo su federación de trabajadores de la tierra (FETT); pero también otros grupos minoritarios del PSOE en la órbita de Largo Caballero y del periódico Claridad o los comunistas del POUM, que consideraban compatibles la consolidación de las conquistas revolucionarias y la resistencia militar. Por otro lado, estaban las posiciones de los republicanos, simbolizados por personas como Azaña o socialistas como Negrín y los comunistas del PCE y las JSU, con influencia en organizaciones muy populares como el SRI o Mujeres Antifascistas, que se oponían al establecimiento de un régimen revolucionario, anteponiendo la defensa de una república democrática parlamentaria y reformista.

El debate, de una u otra forma, se mantuvo en la historiografía sobre la Guerra Civil, aunque se cambiase el objeto de atención sobre otros aspectos de la vida cotidiana de la guerra, que evidentemente resultan poco revolucionarios. En última instancia, la gente lo que quería era sobrevivir, y la mayoría de las actitudes por muy revolucionarias que fueran al principio -en el sentido de intentar cambiar el sistema capitalista-, terminaron siendo del tipo de “vive y deja vivir”, sobre todo a partir de 1938 con la resistencia a toda costa propugnada por Negrín y el PCE. Las consecuencias, naturalmente, resultan poco heroicas y bastante prosaicas, bien sean desde posturas oportunistas, cínicas o de mera supervivencia que afectaron, no sólo a la población normal y corriente desideologizada o despolitizada, sino también a los militantes más comprometidos.[8]

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El estudio del proceso colectivizador no está cerrado en absoluto, ni para los emblemáticos y bien conocidos casos de las colectivizaciones anarcosindicalistas de Cataluña y Aragón, ni para los menos difundidos de Castilla-La Mancha, Madrid, Murcia, Levante o Andalucía. Todavía queda por delimitar mejor las diferencias teóricas y prácticas entre las colectivizaciones agrarias e industriales durante la Guerra Civil. Se ha abierto una discusión, con sólidos argumentos y fuentes de primera mano, sobre si realmente las colectiviyzaciones agrarias surgidas en Aragón fueron puestas en marcha principalmente por los anarcosindicalistas urbanos de Barcelona, que trasladaron a las zonas rurales sus esquemas colectivistas pensados para las industrias, pero no para el campo. ¿Qué hubo de cierto en esto? Posteriores investigaciones no han confirmado esa interpretación.[9]

La Guerra Civil provocó una nueva situación en el campo de toda la retaguardia republicana que prácticamente todos los investigadores califican de revolucionaria. En las colectividades agrarias fueron los líderes sindicales y los militantes anarcosindicalistas de la CNT y los socialistas de UGT y PSOE los que desplegaron su dominio. Los sindicatos alcanzaron en toda la zona republicana unos seis millones de afiliados a raíz de un decreto de agosto de 1936 disponiendo la sindicación obligatoria.[10] Pero los partidos obreros y republicanos quedaron en un segundo plano en los primeros meses de la guerra. El poder efectivo no lo tenían, aunque se atribuían la representación genuina de los trabajadores: el PSOE contaba con unos 80.000 afiliados y el PCE con 60.000, aunque este último alcanzó los 250.000 en marzo de 1937.[11]

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El proceso colectivizador no fue un fenómeno dejado a la espontaneidad indeterminada de los trabajadores. No es habitual encontrar como integrantes de los comités directivos de las explotaciones agrarias, ni tampoco en las empresas industriales o del sector servicios, a trabajadores que no estuvieran previamente afiliados a los sindicatos.[12] La razón reside en que muchos de los nuevos colectivistas “que antes de la revolución eran jornaleros o pequeños propietarios, no estaban interesados o no entendían los ideales libertarios o socialistas”.[13] Es lógico que las organizaciones de los trabajadores procurasen, en general, que ningún afiliado reciente alcanzara posiciones de responsabilidad en la nueva organización de la producción; incluso en el caso de que los anteriores propietarios permaneciesen en las tierras o las empresas colectivizadas, se les asignaban tareas complementarias o meramente administrativas, no siendo infrecuente que llevasen la contabilidad de las empresas colectivizadas, ya que muchas veces eran los únicos capacitados para ello.[14] La organización de la producción tampoco fue resultado de la espontaneidad ni de la improvisación. Las organizaciones que dirigieron el proceso fueron los dos grandes sindicatos, CNT y UGT, y cada uno de ellos había elaborado su proyecto económico.[15]

Eso no quiere decir que no hubiera desde el primer momento grandes dificultades, y que no se diese un cierto grado de improvisación, sobre todo por parte de los anarcosindicalistas, como señalaba el dirigente de la CNT y de la Federación Regional de Campesinos de Andalucía (FRCA), Antonio Rosado, refiriéndose, casi exclusivamente, a la comarca de Úbeda y no a toda la provincia de Jaén,[16] donde reconoce que también hubo colectividades de la UGT:

La CNT representaba una mayoría absoluta entre las fuerzas productoras de aquel término y de sus pueblos limítrofes, y la casi totalidad de las fincas agrícolas habían sido colectivizadas por dicha organización. Un número muy reducido de éstas lo habían sido por obreros de la UGT y de filiación republicana. La Federación Regional de Campesinos se veía ante un inmenso trabajo a realizar, sin pérdida de tiempo. Tenía que inspeccionar aquellas colectividades creadas en el fragor de la guerra, procurar de corregir los defectos propios de todo lo improvisado, coordinar sus esfuerzos y controlar su economía en forma eficiente, lo que no resultaba ni fácil, ni grato”.[17]

Según Rosado, también la colectivización socialista tuvo una serie de defectos, que igualmente atribuye a la improvisación. Sin duda alguna, olvidando o quizás ignorando la enorme propaganda realizada durante la Segunda República por la FETT,[18] incrementada desde que la dirigiera Ricardo Zabalza a partir de enero de 1934,[19] a favor de los arrendamientos colectivos y de la colectivización de la tierra.

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Aquel ensayo de colectivismo de inspiración marxista representaba una novedad en los medios rurales de nuestra península. No se debía a un proceso de madurez y capacitación de los hombres del agro, y sí de algo improvisado por las exigencias de la guerra, con las dificultades inherentes a un conflicto de tal magnitud”.[20]

Pero en el funcionamiento cotidiano de las colectividades agrarias las principales dificultades se plantearon con la movilización de los responsables, o el cansancio de los mismos ante la multitud de obstáculos que se presentaban en su gestión diaria. Por ejemplo, en Jaén se veían bloqueados por la escasez de transportes para trasladar el aceite y los cereales que se producían. La falta de depósitos hacía que la nueva cosecha no se pudiese recoger, fermentando la aceituna y aumentando la acidez del aceite y, por tanto, deteriorando su calidad.[21]

Más grave resulta la denuncia que hace Rosado respecto al egoísmo de algunas colectividades,[22] que terminaron cerrándose en una economía de autoabastecimiento con un alto grado de autarquía.[23] Se opusieron incluso a llevar la contabilidad para impedir que se fiscalizase su producción y disponer libremente de las cosechas.[24] El abastecimiento de alimentos básicos terminó siendo un grave problema. Inevitablemente, surgió una economía sumergida en la que participaban las colectividades, extendiéndose el estraperlo desde 1938 hasta el final de la guerra.[25] Pero en las colectividades agrarias andaluzas no se pasó hambre. Estaban bien abastecidas de garbanzos, trigo y aceite. Tenían intercambios con Valencia, Alicante y Ciudad Real.[26] Sin embargo, tuvieron a veces problemas con localidades cercanas. En la colectividad de Navas de San Juan sobraba aceite de oliva, pero se negaron a intercambiarlo por trigo con la colectividad de Sabiote. Los campesinos que no pertenecían a las colectividades, se dedicaron por su cuenta al estraperlo para abastecerse en el mercado clandestino de los productos que les faltaban. Cuando la colectividad de Navas de San Juan, una vez acabadas sus existencias de trigo, se dirigió a la de Sabiote, se encontraron con la sorpresa de que ya habían vendido sus excedentes de trigo en Levante y a otros naveros estraperlistas, y no pudieron abastecerles del trigo que necesitaban. En la fábrica de azúcar Hispania, colectivizada por CNT en Málaga, hubo un enfrentamiento con los transportistas de remolacha de Marbella, también de CNT, a los que no les pagaban por lo que los camioneros se encontraron sin poder abastecerse de combustible.[27] Es decir, el afán de lucro individual se mantuvo al margen de las colectividades anarcosindicalistas, socialistas o mixtas CNT-UGT.[28]

El uso del dinero tampoco desapareció, sino que se suplantó por otros medios de pago más flexibles a escala local, como eran los vales emitidos por colectividades o ayuntamientos. La economía de trueque era habitual, utilizándose en cada lugar aquel producto del que había más abundancia, como el trigo, el vino o el aceite.[29]

En las colectividades campesinas faltó sobre todo personal cualificado para que las dirigieran.[30] Las fincas y cortijos expropiados se trabajaban de forma independiente por los colectivistas que tenían asignados, aunque se administrasen y agrupasen todos en una sola colectividad. Gracias a la financiación del IRA, se anticiparon los sueldos del año agrícola de 1936-37, a razón de 5 pesetas por colectivista cabeza de familia, excluyéndose a los que no lo eran, hasta que se liquidó la venta de la cosecha en agosto de 1937. En aquel momento, en el caso de Sabiote, se pagó a cada colectivista 6,5 pesetas. Entonces fue cuando cobraron también los que no eran cabezas de familia.[31] En este sentido, parece fundamental la financiación del IRA a las colectividades, sin cuyos anticipos reintegrables no hubieran sobrevivido en el primer año. Esto es digno de destacarse, puesto que el Ministerio de Agricultura dirigido por el comunista Vicente Uribe, de quien dependía el presupuesto del IRA, estaba en contra de la colectivización que consideraba “forzosa”. Pero si no ayudaban a las colectividades se corría el peligro de que se perdiese una gran parte de las cosechas. El ingeniero jefe del IRA de la provincia de Jaén, Antonio Rueda, para incentivar el buen hacer de las colectividades, estableció unos premios que recibieron las mejores. El primer premio le correspondió en 1937 a la colectividad de Mancha Real, y el segundo a la de Sabiote.[32]

Pero el principal objetivo que tenían los jornaleros y pequeños propietarios o arrendatarios colectivistas, era mejorar su situación económica. Por ello defendieron subidas salariales, o se negaron a trabajar más horas de las que les correspondían. Naturalmente, esto se ha interpretado como una falta de espíritu revolucionario; aunque mejor sería considerar cuál era su capacidad de sacrificio en unas circunstancias de guerra. A los colectivistas y a las mujeres que se integraron en ellas a partir de 1938 por falta de hombres, les interesaba más su situación personal y las de sus familias que las circunstancias de una guerra que apenas se notaba en los pueblos lejanos al frente. A no ser por los refugiados que contaban las atrocidades que cometían los sublevados contra las personas de izquierdas. En una de las pocas alusiones a la colectivización que aparece en la obra de clara propaganda franquista sobre la Guerra Civil de Arrarás, refiriéndose a Málaga se dice:

“La colectivización, tal como se la imagina el proletariado malagueño, no pasa tampoco de una inversión de las jerarquías en el mando de las industrias. En el campo es aun más sencillo: se suprime al propietario, y la tierra pasa a los Sindicatos, a los campesinos colectivizados, que no piensan ya más en siembras ni en cultivos. Esta anarquía, calificada de diversa manera, según sea el partido que la aprecie, no impide que los obreros presenten a los Sindicatos, a los Comités de Control o a quien en esta balumba le corresponda la dirección, nuevas peticiones de mejora, reclamaciones y reivindicaciones sin cuento ni tasa”.[33]

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Esta versión claramente contrarrevolucionaria también aparece en las memorias del periodista conservador polaco Pruszynski, cuando escribía en 1937, sobre qué pensaría el campesinado almeriense al ver que después de quitar el poder a los ricos apenas habían cambiado las cosas:

¿Por qué ni él ni los suyos se habían hecho más ricos, por qué nada había cambiado en su trabajo aparte de esa subida de sueldo de una peseta, con la correspondiente subida de precios en las tiendas? En efecto, nada había cambiado. El flujo de la riqueza de la tierra española se escapaba de las manos del campesino, que era su legítimo propietario”.[34]

Y esa misma impresión de que no había cambiado nada en Málaga, pese a estar en marcha una revolución en la retaguardia republicana, también la recoge la esposa de Gerald Brenan, la escritora norteamericana Gamel Woolsey, quien tenía serias dificultades para distinguir las diferencias ideológicas entre los anarquistas y los socialistas, aun admitiendo el alto grado de sindicalización alcanzado por el campesinado andaluz en los años treinta que, pese a su interpretación, reflejaba una fuerte politización, como ha quedado sobradamente demostrado.[35]

Nuestro pueblo, grande en comparación con los pueblos ingleses, con más de dos mil habitantes, estuvo perfectamente tranquilo, seguro y en orden durante toda la guerra civil excepto en varias ocasiones en las que aparecieron bandas de Málaga. Y lo mismo debió ocurrir en cientos de pueblos de España. Lo gobernaba un comité sindicalista que no recibía ningún salario y que había sido elegido en asamblea por todo el pueblo.

En nuestro pueblo todos eran anarcosindicalistas. Es decir, todos pertenecían a un sindicato porque había que ser sindicalista. Uno del pueblo que no era anarcosindicalista era conocido como «Antonio el de la UGT» porque trabajaba en una fábrica azucarera y pertenecía a la UGT, un sindicato socialista al que pertenecían muchos trabajadores de las azucareras. (…) Pero no creo que a nadie se le pasara por la cabeza que hubiera alguna diferencia ideológica. En realidad no había ninguna. La mayoría no tenía la más mínima orientación política, y los que la tenían eran anarquistas en el sentido más simple y vago de la palabra. Es decir, eran federalistas y creían en un poder central lo más pequeño posible (o ninguno) y en el pueblo como unidad de la vida política; creían en los derechos naturales y en la dignidad natural del hombre, incluso de los más pobres y miserables. Eran partidarios de un tipo de posesión comunal de la tierra (…)”.[36]

Pero es evidente que la revolución tenía un alto contenido ideológico de violencia anticlerical.[37] El que no se tengan en cuenta los aspectos ideológicos, sobre todo los religiosos y culturales, introduce una gran debilidad en los análisis basados en factores estructurales sociales, económicos o sólo políticos. Porque es necesario conocer lo que sentían o pensaban los participantes y protagonistas revolucionarios en la Guerra Civil, o saber por qué no se implicaron o comprometieron otros muchos.

En la guerra siempre existió el interrogante, convertido en rumor por todos los pueblos de la retaguardia republicana, de para qué trabajar en las tierras de las fincas y cortijos colectivizados, si cuando todo acabase se los iban a devolver a sus propietarios.[38] Aunque hubo muchos voluntarios ilusionados por defender un mundo mejor, también hubo otros que sí pudieron librarse así lo hicieron.[39] La mayoría participaron forzados por las circunstancias del reclutamiento militar; pero ¿cuántos fueron voluntarios? ¿Cuántos ocuparon cargos en las colectividades para evitar ir al frente?[40]

En Medina Sidonia (Cádiz), ocupada casi inmediatamente por los militares sublevados, algunos se afiliaron a Falange para protegerse, a pesar de que antes habían sido socialistas o anarcosindicalistas “pero no estaban convencidos de nada”.[41] Lo que sucede es que una cosa era la visión de los militantes concienciados y otra la de las personas que no estaban ideologizadas. Juan Pinto, vecino de Casas Viejas, dejó constancia de su incapacidad para comprender la revolución colectivizadora anarcosindicalista:

“No entiendo estas cosas del socialismo o del comunismo porque no tengo educación. No voy a luchar por el comunismo libertario, porque no lo entiendo. Además, si llega el socialismo o el comunismo libertario, tengo que seguir haciendo lo mismo: trabajar. ¿Cómo puedo pretender saber algo si soy analfabeto?”[42]

Pero en Grazalema (Cádiz), según el antropólogo Pitt-Rivers, en las primeras semanas de la Guerra Civil hasta que cayó en poder de los sublevados, se implantó el comunismo libertario

El dinero fue abolido, y en el pueblo fue establecida una oficina central de cambio, oficina que se encargaba de recoger todo el producto de las cosechas, efectuando luego su redistribución de acuerdo con una especie de sistema de racionamiento. Así, aunque era claro que la situación exigía medidas extraordinarias y este ejemplo no pueda ser considerado como concluyente, la toma del poder por los anarquistas puso al pueblo no sólo teóricamente, en manos de un solo grupo político, sino que le dio una organización económica «diferente». Existen indicios de que esta concepción del pueblo en la mente de los anarquistas de las pequeñas localidades creó una cierta tensión entre la jefatura regional y la comunidad local. Los jefes anarquistas de las grandes ciudades intentaron intervenir, en interés de la organización, en lo que los anarquistas de los pueblos consideraban como derechos autónomos del pueblo que ellos mismos representaban, por lo que a menudo ofrecieron resistencia”.[43]

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Membrilla “La pequeña Rusia” de La Mancha (RedPress)

Como se puede apreciar, son situaciones diametralmente opuestas a las defendidas para el caso de Aragón por Casanova, quien considera que los milicianos de la CNT procedentes de Barcelona trasladaron sus esquemas de valores urbanos y los impusieron por la fuerza de las armas a los campesinos. Otra interpretación distinta de los acontecimientos revolucionarios nos la aporta un militante activo que asume un liderazgo en algunas colectividades, bien preparado en temas de contabilidad y muy concienciado, como era el anarcosindicalista onubense Luciano Suero. Trabajó primero en la colectividad agraria de Daimiel (Ciudad Real) y después en la de Torreperogil (Jaén).[44]

era el momento oportuno y exacto para comenzar la marcha y colectivizar el trabajo del campo, donde los propios trabajadores dieran los primeros pasos, poniendo en marcha un sistema hasta aquel momento desconocido y anhelado por los hambrientos de la tierra y de las fábricas abandonadas por los que se habían comprometido con la insurrección y el movimiento fascista”.[45]

En la provincia de Jaén, su labor fue la de reorganizar la colectividad agraria de Torreperogil, cuyas deficiencias eran evidentes cuando llegó en 1937. Procedió a normalizar la situación, legalizándola de acuerdo con las directrices promulgadas por el Ministerio de Agricultura en el decreto de 7 de octubre de 1937, y homologando el funcionamiento de la colectividad a la de una empresa agraria (actas de incautación, elección de un comité de administración por la Asamblea General, libros de contabilidad, de almacén, inventario). En contra de lo sostenido por muchos anarquistas, y de lo ocurrido en otras colectividades agrarias, no sólo no se suprimió el dinero, ni se pagaba un salario familiar -probablemente porque cuando llegó Suero en 1937 ya se había suprimido-, sino que se hacía según un listado de tipos de trabajo, donde estaba claramente establecido qué remuneración correspondía a cada colectivista por los mismos. Las listas de tareas eran confeccionadas por los delegados de cada grupo, que a su vez habían sido elegidos por los propios trabajadores. Este mismo procedimiento se había seguido en Daimiel. El comité de administración de acuerdo con la Asamblea General decidía sobre qué se producía y cómo se distribuía. Aunque en cada colectivo se administraba la finca con su propio comité. Como era habitual en el pasado, en Torreperogil -e igual sucedía en Sabiote y seguramente en el resto de las colectividades- los colectivistas masculinos residían en los cortijos y fincas que tenían asignados, donde permanecían semanas enteras sin sus familias, al autoabastecerse del pan -base fundamental de la dieta- en los hornos que había en cada uno. Volvían al pueblo cuando “consideraban oportuno darse a sí mismos un descanso”; normalmente, era cuando necesitaban cambiarse de ropa. Lo que llamaban ir a por la muda, aprovechando para ir al barbero coincidiendo con un sábado o domingo. Además, así veían a sus familias.

Como sucedía en Sabiote con la colectividad de UGT, en la de CNT de Torreperogil se entregaba parte de la producción a un Comité de Abastos, que atendía las necesidades del frente de Jaén-Córdoba en el sector de Andújar. A diferencia de Sabiote, donde sólo se producía trigo, desde Torreperogil se enviaban productos como aceite, cereales, leguminosas, ganado y madera. Curiosamente, Suero no hace alusión al vino, porque debían consumirlo in situ y no había excedentes comercializables. Lamentaba, eso sí, la falta de riego para las olivas y otros cultivos (viñedo), aprovechando las aguas del Guadalquivir. En lo que fue un adelantado para su época, reflejando un espíritu innovador y emprendedor.

Según Luciano Suero, la importancia económica de la colectividad de la CNT en Torreperogil era menor que las de Ciudad Real, y sobre todo la de Daimiel, en cuya administración había tenido cargos de responsabilidad y participado directamente, como posteriormente lo hizo en la jiennense. Pero llama la atención la preocupación por mejorar la calidad de lo producido, con la instalación de sistemas de regadío mediante pozos, selección de especies de ganado, y la lucha contra enfermedades que afectaban al viñedo, a la patata o a otras semillas, “cambiándolas y renovándolas”. Se esforzaron por mejorar las instalaciones con la construcción de abrevaderos para el ganado y cochiqueras para los cerdos. Mejoraron el cuidado de olivas abandonadas desde hacía tiempo por sus dueños. Ganaron terreno al bosque y a los cotos de caza para dedicarlos al cultivo, con lo cual “se incrementó la producción de todas las variantes de los cereales, así como de las frutas”. Es decir, los resultados económicos obtenidos parece que fueron bastante positivos:

En aquellos años, en la provincia de Jaén, el aceite era abundantísimo y las colectividades pusieron a disposición de la oficina del aceite la producción sobrante después del intercambio con otras colectividades que carecían de este dorado producto. Es más y lo decimos claro para que nadie lo lea entre líneas que cuando acabó la guerra civil, el 29 de marzo de 1939, en la provincia de Jaén, había aceite para media Europa. Las bodegas llenas de vino hasta rebosar; los graneros repletos; las ganaderías incrementadas en un 85% sobre lo que habían dejado sus antiguos dueños”.[46]Garrido 1

Colectivizar no equivalía, pues, a iniciar un proceso de incierto resultado que dependiera de decisiones de asambleas obreras espontáneamente reunidas. Colectivizar era sindicalizar una parte de la economía y de la producción; convertir a los sindicalistas en responsables y dirigentes del proceso productivo. De hecho, las colectividades se definían por el sindicato que estaba a su frente: unas eran colectividades de la CNT, otras de la UGT y otras mixtas CNT-UGT. Pero hubo muy pocas colectividades que no fueran dirigidas por las organizaciones de los trabajadores, consecuencia lógica de haber sido precisamente los sindicatos los agentes de la colectivización. De hecho, en algunos casos aparecieron, nominalmente, colectividades de algún partido republicano (Izquierda Republicana o Unión Republicana) e incluso del PCE, que estaba en contra de la colectivización forzosa; pero eran en realidad cooperativas. También hubo algunas municipalizaciones de servicios que no pueden considerarse verdaderas colectivizaciones, aunque las dirigiesen los trabajadores anarcosindicalistas o ugetistas.[47]

En la mayor parte de los casos, las fincas colectivizadas habían sido ocupadas o incautadas por comités sindicales inmediatamente después del golpe militar, cuyos propietarios habían huido o estaban muertos. Eran esos mismos comités los que convocaban las asambleas de jornaleros y pequeños campesinos y los que normalmente resultaban elegidos por votación a mano alzada -si es que realmente había elección y no una mera ratificación de los comités sindicales- para dirigir la nueva forma de organización de la producción. Este hecho explica, ante todo, que los cambios en el sistema económico inducidos por la colectivización agraria, nunca tuvieran una pauta uniforme y sólo afectaron a una parte de la actividad económica. La colectivización no fue decisión de un poder central revolucionario con capacidad para organizar toda la economía y la producción según un mismo modelo. Fue decisión de las organizaciones sindicales de cada localidad rural, empresa industrial o de servicios, y se realizó sólo allí donde los sindicatos locales tenían fuerza, o donde los refugiados huidos de la zona franquista las organizaron. En Cataluña, por ejemplo, donde la CNT tuvo que competir con los sindicatos agrícolas bien coordinados, adheridos o no a la Unió de Rabassaires y con ERC, hubo menos colectividades agrarias,[48] mientras que la industria de Barcelona se colectivizó casi por completo.[49] En Aragón, la CNT impuso la colectivización de abajo arriba, como ha demostrado Alejandro Díez Torre de manera concluyente, en contra de la interpretación tradicional sobre que fue el nuevo poder surgido de las milicias anarcosindicalistas el que impuso la colectivización. Una interpretación por cierto que arranca de las memorias de Enrique Lister[50] y de la historia oficial del PCE sobre la Guerra Civil.[51] Sin embargo, en otras ocasiones fue precisamente el poder político el que evitó la colectivización, como ocurrió en el País Vasco, pese a tener los antecedentes de las cooperativas de consumo en la comarca del Gran Bilbao o la cooperativa industrial Eibarresa Alfa de inspiración socialista. La moderación de los socialistas y la debilidad de los sindicatos -con apenas unos 46.000 afiliados a UGT y unos 37.000 al sindicato nacionalista ELA/STV- junto a la hegemonía del PNV, impidió que se abriera un proceso de cambio revolucionario,[52] similar al que tuvo lugar en el resto de la retaguardia republicana.colectividades_agrarias_aragon

CONCLUSIONES

Cuando estalla la Guerra Civil la actitud del movimiento jornalero español, independientemente de su adscripción socialista o anarquista, puede calificarse como revolucionaria, manifestando un fuerte rechazo a la distribución de la propiedad imperante y anhelando un cambio radical en el estado de cosas, que debía concretarse en el acceso a la tierra. Este comportamiento de los jornaleros era común a otras zonas del sur de Europa en determinadas fases de los movimientos de trabajadores rurales, que llegan a su culminación en la década de 1930 coincidiendo con el desmoronamiento del mundo rural tradicional al imponerse definitivamente las prácticas correspondientes a la economía de mercado. Esto hizo que los jornaleros fuesen más receptivos a las ideologías revolucionarias, ya fueran “científicas”, “utópicas” o “milenaristas”, teniendo en cuenta que, desde su punto de vista, no solo del campesinado en general, sino de los afiliados y simpatizantes más motivados y movilizados las diferencias entre ellas eran borrosas. La “utopía revolucionaria” más lógica en la zona republicana fue la contestación al predominio de la economía de mercado. Una respuesta racional ante las condiciones laborales en las que se desenvolvían los trabajadores de la tierra.

La colectivización agraria representó la puesta en práctica tanto de una primera experiencia de economía social como de una “utopía revolucionaria”: la reivindicación de un mundo de austeridad y no de riqueza, de un orden moral presidido por el igualitarismo y la solidaridad, por el derecho a la subsistencia, por el derecho a la tierra para los que la trabajaban.[53] Las posturas más ideologizadas de los anarquistas arraigaron entre los jornaleros y pequeños agricultores pobres, especialmente los considerados “obreros conscientes”: vegetarianismo, naturismo, abstinencia de alcohol y otras actitudes ascéticas, simbolizadas en el imaginario colectivo en la supresión del dinero.

La alternativa colectivizadora de los sindicatos socialistas y anarquistas a los problemas que se les estaban planteando a las clases trabajadoras españolas, se configuró durante la Guerra Civil en un orden contrario a la ostentación y al disfrute de las riquezas, presidido por el igualitarismo y la solidaridad de clase basado en el trabajo de las tierras colectivizadas que habían pasado a sus manos. Por tanto, al estar interesados en conservarlas y cuidarlas con un mayor esmero, indirectamente, contribuían a sostener su equilibrio ecológico, para que no se agotasen y que les permitiesen vivir dignamente en sus lugares de origen sin necesidad de verse obligados a emigrar, como así sucedió en el franquismo cuando se vio que no había ninguna esperanza de mantenerse en los pueblos por falta de trabajo. No se trataba en las colectividades agrarias de perpetuar el mismo método de explotación practicado por los propietarios privados anteriores, cuyo fin era obtener el máximo beneficio, con la consiguiente sobrexplotación y agotamiento de los recursos disponibles, sino de conseguir un crecimiento sostenible a largo plazo manteniendo la agricultura orgánica avanzada. Los sindicatos rurales creían que los procesos agrícolas elementales se podían disponer de forma ininterrumpida en línea secuencial. El problema es que, como destaca Nicholas Georgescu-Roegen, sencillamente no resulta posible porque dependen de la Naturaleza. Las colectividades agrarias no podían impedir que la Naturaleza siguiese imponiendo el momento en que debía iniciarse el proceso agrícola elemental, si se quería obtener una buena cosecha. En realidad, este hecho ha constituido un obstáculo invencible en la lucha de la población por alimentarse, independientemente de que el sistema económico fuese capitalista o socialista.[54] Esto imposibilitaba, por lo general, la utilización del sistema fabril en la agricultura, aunque posiblemente como indica Seidman, “los campesinos deseaban las ventajas y alegrías que los trabajadores industriales urbanos habían logrado”.[55]

Garrido 6

La colectivización agraria no solo se proponía mejorar el sistema productivo y extender la economía social, sino que también aspiraban a conseguir un mayor bienestar para los colectivistas y suprimir “la explotación del hombre por el hombre”. En este sentido, representaban una alternativa integral frente al modelo de desarrollo económico basado en la economía de mercado y el sistema capitalista, ya que desde la óptica sindical de los años treinta la innovación tecnológica y la expansión económica no eran unos fines en sí mismos, sino unos medios para conseguir mejorar su calidad y nivel de vida. Llevados hasta sus últimas consecuencias estos argumentos, cabría interpretarse que, en tanto las colectividades rurales garantizaban el sostenimiento de la actividad agraria y la permanencia de la población en sus pueblos, hubiera resultado menos atractiva la emigración a las ciudades y zonas industriales. También se hubiera conseguido proteger mejor el medio ambiente, porque la agricultura explota más eficazmente y redistribuye la energía, fundamentalmente, con el flujo de baja entropía que llega a la tierra por la irradiación del sol.[56]

Las colectividades se constituyeron principalmente en las tierras ocupadas e incautadas a los grandes y medianos propietarios; pero, sin duda, muchos pequeños propietarios o arrendatarios, se vieron perjudicados en sus intereses económicos de forma directa o indirecta por la colectivización agraria. El caso andaluz es muy parecido a los de Castilla y Extremadura; pero el perjuicio sufrido por algunos de los pequeños campesinos en los casos de Levante y Cataluña, parece que estuvo más relacionado con la escasa superficie asignada al cultivo familiar, que con la colectivización forzosa. Dentro de estos condicionantes, las cada vez mejor conocidas colectividades agrarias catalanas y aragonesas demuestran, en contra de la interpretación tradicional, que la colectivización agraria fue casi siempre una decisión personal y libre.

En todas las zonas se dieron grandes similitudes en el funcionamiento interno de las colectividades agrarias, tanto por lo que se refiere al salario familiar mientras se mantuvo, como a la tipología colectivista. En Aragón, Granada o Málaga el proceso colectivista llegó a ser más integral con la abolición del dinero, la utilización de vales o la implantación de la cartilla de consumo familiar. Pero no aparecen diferencias provinciales importantes entre las colectividades agrarias autogestionadas por los campesinos anarcosindicalistas o socialistas, las secciones de trabajo colectivo administradas por los consejos municipales, o las cooperativas de base múltiple, puestas en marcha por comunistas y socialistas. Todas ellas se correspondían con el control sindical o municipal, dependiendo uno u otro de la correlación de fuerzas políticas locales.

Garrido 16

Las colectividades agrarias fueron organizadas por los afiliados de los sindicatos, pero su consolidación fue obra del trabajo y la propaganda de las centrales sindicales. Éstas compitieron frecuentemente entre ellas, por el logro de sus objetivos y por ampliar su influencia. En Castilla-La Mancha y Andalucía la mayoría de las colectividades agrarias siguieron los principios socialistas, en vez de los anarcosindicalistas como sí ocurrió en Aragón y Cataluña. Pero eso no impidió que ambas organizaciones colaborasen en las colectividades mixtas CNT-UGT, que fueron especialmente importantes en Levante.

Pese a la precariedad de la experiencia y las circunstancias bélicas en las que se desenvolvieron, para muchas de las mujeres y hombres que participaron voluntaria y entusiásticamente en las colectivizaciones, ante todo supusieron la puesta en práctica de una alternativa social y económica para sacar adelante a sus familias. Para los que se sublevaron contra la República eso era peligrosamente revolucionario.

 
Abreviaturas
 
AIT: Asociación Internacional de Trabajadores.
CNT: Confederación Nacional del Trabajo.
ELA/STV: Eusko Langileen Alkartasuna-Solidaridad de los Trabajadores Vascos.
FAI: Federación Anarquista Ibérica.
FETT: Federación Española de Trabajadores de la Tierra-UGT.
FIJL: Federación Ibérica de Juventudes Libertarias.
FNTT: Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra-UGT.
FRCA: Federación Regional de Campesinos de Andalucía-CNT.
FRCL: Federación Regional de Campesinos de Levante-CNT.
IISH: International Institute of Social History.
IR: Izquierda Republicana.
IRA: Instituto de Reforma Agraria.
JJLL: Juventudes Libertarias.
JSU: Juventudes Socialistas Unificadas.
PCE: Partido Comunista de España.
PNV: Partido Nacionalista Vasco.
POUM: Partido Obrero de Unificación Marxista.
PSOE: Partido Socialista Obrero Español.
SRI: Socorro Rojo Internacional.
UGT: Unión General de Trabajadores.
UR: Unión Republicana.
 
[1] http://orcid.org/0000-0002-3238-1755

[2] Macario ROYO (1934). Cómo implantamos el comunismo libertario en Mas de las Matas. Barcelona: Iniciales, en http://rafaelmartipanchovilla.blogspot.com.es/search/label/Teruel (consulta marzo 2019). Helmut RÜDIGER (1938). El anarcosindicalismo en la revolución española. Barcelona: CNT. Una visión desmitificadora de las colectividades en Michael SEIDMAN (2003). A ras de suelo. Madrid: Alianza, pp. 107-110, aunque los casos de Girona y Huesca matizan algunas de sus interpretaciones, Marciano CÁRDABA (2002). Campesinos y revolución en Cataluña. Madrid: Fundación Anselmo Lorenzo. Pelai PAGÈS (2013). El sueño igualitario entre los campesinos de Huesca. Huesca: Sariñena. Francisco J. RODRÍGUEZ-JIMÉNEZ (2015). “Reseña de Palai Pagès, El sueño…”, Historia Agraria, (67), 234-239.

[3] Fuentes: Pascual CARRIÓN (1973). La reforma agraria de la Segunda República y la situación actual de la agricultura española. Ariel: Barcelona. Aurora BOSCH (1982). Colectivizaciones en el País Valenciano durante la Guerra Civil (1936-1939). Valencia: Universidad de Valencia, Tesis doctoral. Juan GONZÁLEZ y Jesús ROMERO (1982). “La colectividad mixta (UGT-CNT) de Bullas”. Áreas, (2), 73-81. Walther BERNECKER (1982). Colectividades y revolución social. Barcelona: Crítica. Julián CASANOVA, Comp. (1988). El sueño igualitario. Zaragoza: Institución Fernando el Católico. Marciano CÁRDABA (2002). Luis GARRIDO-GONZÁLEZ (2003). Colectividades agrarias en Andalucía: Jaén (1931-1939). Jaén: Universidad de Jaén. Alejandro R. DÍEZ (2003). Orígenes del cambio regional y turno del pueblo en Aragón, 1900-1938. Volumen II. Solidarios. Un turno del pueblo Aragón, 1936-1938. Madrid: UNED-PUZ. Antonio VARGAS (2007). Guerra, revolución y exilio de una anarcosindicalista. Datos para la historia de Adra. Almería: autor, pp. 83-85. PAGÈS (2013).

[4] Francisco COBO (2006). “Labradores y granjeros ante las urnas: el comportamiento político del pequeño campesinado en la Europa Occidental de entreguerras. Una visión comparada”. Historia agraria (38), 47-74. Luis GARRIDO-GONZÁLEZ (2007). “Politización del campesinado en los siglos XIX y XX. Comentario al monográfico «Política y campesinado en España»”. Historia Agraria, (41), 135-165.

[5] Francisco ESPINOSA (2007). La primavera del Frente Popular. Los campesinos de Badajoz y el origen de la guerra civil (marzo-julio de 1936). Barcelona: Crítica.

[6] La dominación roja en España. Causa General instruida por el ministerio fiscal, Dirección General de Información Publicaciones Españolas, Madrid, 1953.

[7] Las discusiones se centraron en si se debía anteponer ganar la guerra a hacer la revolución. A título de ejemplo, véase Manuel DELICADO (1937). Los problemas de la producción, la función de los sindicatos y la unidad sindical. Informe pronunciado ante el Pleno del C.C. del Partido Comunista, celebrado en Valencia, en los días del 18 al 21 de junio de 1937. Madrid: PCE. Actas del Pleno Nacional de Regionales CNT-FAI-FIJL celebrado del 16 al 30 de octubre de 1938. CDMH Salamanca, Político Social Barcelona, caja 1429. Acuerdos del Pleno Económico Nacional Ampliado, 15 al 23 de enero de 1938, CNT, Barcelona.

[8] Xavier PANIAGUA (1982). La sociedad libertaria. Barcelona: Crítica. Ferran GALLEGO (2007). Barcelona, mayo de 1937. Barcelona: Debate. Borja DE RIQUER (2008). “Cataluña durante la Guerra Civil. Revolución, esfuerzo de guerra y tensiones internas”, en Julián CASANOVA y Paul PRESTON, Coords. La guerra civil española (pp. 161-195). Madrid: editorial Pablo Iglesias. Josep Antoni POZO (2015). Del orden revolucionario al orden antifascista. La lucha política en la retaguardia catalana (septiembre de 1936-abril de 1937). Sevilla: Espuela de Plata. Mercedes VILANOVA (1996). Las mayorías invisibles. Barcelona: Icaria. Anna MONJO y Carme VEGA (1986). Els treballadors i la guerra civil. Hisòria d’una indústria catalana col·lectivitzada. Barcelona: Empúries. Anna MONJO (2003). Militants. Participació i democràcia a la CNT als anys trenta. Barcelona: Alertes. Rafael GIL BRACERO y Mario LÓPEZ MARTÍNEZ (1997). Motril en guerra. De la República al franquismo (1931-1939). La utopía revolucionaria. Granada: Asukaría. Rafael GIL BRACERO (1998). Revolucionarios sin revolución. Marxistas y anarcosindicalistas en guerra: Granada-Baza, 1936-1939. Granada: Universidad de Granada. José Luis GUTIÉRREZ (1977). Colectividades libertarias en Castilla. Madrid: Campo Abierto. Alejandro DÍEZ (2009). Trabajan para la eternidad. Colectividades de trabajo y ayuda mutua durante la Guerra Civil en Aragón. Madrid: La Malatesta-PUZ. Frank MINTZ (2006). Autogestión y anarcosindicalismo en la España revolucionaria. Madrid: Traficantes de Sueños.

[9] Julián CASANOVA (1985). Anarquismo y revolución en la sociedad rural aragonesa, 1936-1938. Madrid: Siglo XXI. La nueva interpretación en DÍEZ (2003, 2009).

[10] Emili GIRALT; Albert BALCELLS y Josep TERMES (1970). Los movimientos sociales en Cataluña, Valencia y Baleares (p. 130). Barcelona: Nova Terra.

[11] Manuel TUÑÓN DE LARA y Mª Carmen GARCÍA-NIETO (1981), “La Guerra Civil”, en Manuel TUÑÓN DE LARA, dir., La crisis del Estado: Dictadura, República, Guerra (1923-1939) (pp. 241-545). Barcelona: Labor.

[12] SEIDMAN (2003: 205, 211-212).
[13] SEIDMAN (2003: 206).

[14] La administración en el campo. Normas para la organización administrativa, basadas en la aplicación de un sistema único de contabilidad que deberá llevarse en las colectividades cooperativas confederales de trabajadores campesinos. Trabajo presentado por la Federación Regional de Campesinos de Levante, Valencia: CNT-AIT, 1937. Ricard PIQUÉ (1937). L’aspecte econòmico – comptable de la col·lectivització. Barcelona: Bosch.

[15] Luis GARRIDO-GONZÁLEZ (2008). “Las alternativas económicas anarquistas y comunistas”, en Enrique FUENTES-QUINTANA y Francisco COMÍN, eds. Economía y economistas españoles durante la Guerra Civil (tomo 2, pp. 277-311). Barcelona: Galaxia Gutenberg.

[16] Como cree equivocadamente Ángel SODY (2003). Antonio Rosado y el anarcosindicalismo andaluz. Morón de la Frontera (1868-1978). Barcelona: Carena. Véase en Antonio ROSADO (1938). Orientaciones a sindicatos y colectividades. Úbeda: FRCA. Antonio ROSADO (1938). Los campesinos de la CNT y el colectivismo agrario. Úbeda: FRCA.

[17] Antonio ROSADO (1979). Tierra y libertad. Memorias de un campesino anarcosindicalista andaluz (p. 150). Barcelona: Crítica. En una zona predominantemente anarcosindicalista como Huesca también funcionaron colectividades de UGT, PAGÈS (2013: 122).

[18] El Obrero de la Tierra (1932-1936). ESPINOSA (2007).

[19] Sustituyó al zapatero madrileño Lucio Martínez Gil, quien habían dirigido la FNTT con criterios reformistas y más moderados desde su fundación en 1930.

[20] ROSADO (1979: 151).

[21] ROSADO (1979: 152). Confirmado en la información oral del socialista Ginés Vilches, quien participó en la colectividad de Sabiote (Jaén). Ginés VILCHES (1982). Entrevistas a Ginés Vilches grabadas en Madrid en marzo de 1982.

[22] ROSADO (1979: 152).
[23]  VILCHES (1982). SEIDMAN (2003: 255-258).
[24] ROSADO (1979: 153).
[25] VILCHES (1982). SEIDMAN (2003: 203, 260).
[26] Confirmado en ROSADO (1979: 186-192, 197-205) y en VILCHES (1982).

[27] Y así lo denunciaron ante el gobernador civil, Lucía PRIETO y Encarnación BARRANQUERO (2007). Población y Guerra Civil en Málaga: caída, éxodo y refugio (pp. 49, 63). Málaga: CEDMA. Las decisiones del alcalde socialista de Torre Alháquime (Cádiz) para garantizar los suministros, fueron interpretadas por falangistas en la Causa General como una implantación del “comunismo libertario”, Fernando ROMERO (2009). Socialistas de Torre Alháquine (p. 67). Granada: Tréveris.

[28] VILCHES (1982), quien fue responsable del Comité de Abastos de su pueblo Sabiote. Las dificultades para el abastecimiento de alimentos y las rivalidades entre colectividades vecinas, en ROSADO (1979: 163-172). SEIDMAN (2003: 292). El ánimo de lucro, en SEIDMAN (2003: 103).

[29] Confirmado para otras zonas como Lérida, Huesca y Barcelona en SEIDMAN (2003: 152, 199, 259-260).

[30] ROSADO (1979: 178-179). VILCHES (1982).
[31] VILCHES (1982).
[32] Ibid.

[33] Joaquín ARRARÁS (1942). Historia de la Cruzada española (p. 83). Madrid: Ediciones Españolas.

[34] Ksawery PRUSZYNSKI (2007). En la España roja (pp. 158-159). Barcelona: Alba.
[35] GARRIDO-GONZÁLEZ (2007: 135-165).

[36] Gamel WOOLSEY (2005). El otro reino de la muerte. Los primeros días de la Guerra Civil en Málaga (pp. 91-92). Málaga: Ágora.

[37] Ronald FRASER (1979). Recuérdalo tú y recuérdalo a otros. Historia oral de la guerra civil española (tomo I, pp. 173-178). Barcelona: Crítica. George COLLIER (1997). Socialistas de la Andalucía rural. Los revolucionarios ignorados de la Segunda República (pp. 178-190). Barcelona: Anthropos.

[38] VILCHES (1982).
[39] SEIDMAN (2003).
[40] ROSADO (1979: 152).

[41] Jerome MINTZ. (1999). Los anarquistas de Casas Viejas (p. 414). Granada: Diputación de Granada-Diputación de Cádiz. Confirmado para Sabiote (Jaén) en VILCHES (1982).

[42] MINTZ (1999: 438).

[43] Julian PITT-RIVERS [1954] (1971). Los hombres de la Sierra (pp. 17, 31-32). Barcelona: Grijalbo. Otro ejemplo en Churriana (Málaga) con parecidos argumentos, en WOOLSEY (2005: 98, 122).

[44] Jesús GUTIÉRREZ (2008). “Daimiel en guerra: la vida de un pueblo manchego en zona republicana”, en Francisco ALÍA y Ángel Ramón DEL VALLE, coords. La Guerra Civil en Castilla-La Mancha 70 años después (pp. 1.197-1.222). Cuenca: Universidad de Castilla-La Mancha.

[45] Luciano SUERO (1982). Memorias de un campesino andaluz en la revolución española (p. 94). Madrid: Queimada.

[46] SUERO (1982: 110-112. Información sobre la abundancia de alimentos almacenados en las colectividades de Extremadura a finales de agosto de 1938, antes de caer en poder de los franquistas, en SEIDMAN (2003: 305-306). José J. RODRÍGUEZ (2003). “Estudio de los cambios de la estructura de la propiedad y de los sistemas de explotación agraria durante la Guerra Civil española en Malpartida de la Serena”. Ars et Sapientia, (12), 129-142. José J. RODRÍGUEZ (2008). “Las transformaciones socioeconómicas y políticas en la retaguardia republicana. La Bolsa de la Serena (1936-1939)”, en Actas del Congreso Internacional La Guerra Civil Española 36-39. Madrid, noviembre 2006 (CD). Madrid: SECC.

[47] PCE (1937). Las cooperativas agrícolas. Comentario al decreto de 27 de agosto de 1937. Barcelona: PCE. IRA (1937). Por una cooperativa en cada pueblo dentro del Instituto de Reforma Agraria. Valencia: Ministerio de Agricultura. Juan AYMERICH (2014). “Cooperativas y colectivizaciones, dos modelos autogestionarios: su convivencia durante la guerra civil en España”. Revista General del Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, (37), 383-408.

[48] CÁRDABA (2002).

[49] Jordi CATALÁN (2005). “La industria entre la guerra y la revolución, 1936-39”, en Actas Congreso de la Asociación Española de Historia Económica, Santiago de Compostela, 13 de septiembre de 2005, pp. 1-95. https://docplayer.es/11649328-La-industria-entre-la-guerra-y-la-revolucion-1936-39.html (consulta marzo 2019). Albert PÉREZ (1974). 30 meses de colectivismo en Cataluña (1936-1939). Barcelona: Ariel. Carlos SEMPRÚN [1974] (2002). Révolution et contre-révoluction en Catalogne. Socialistes, communistes, anarchistes et syndicalistes contre les collectivisations. Paris: Les nuits rouges. Josep BRICALL [1970] (1978). Política econòmica de la Generalitat (1936-1939). Volum primer: evolució i formes de la producció industrial. Barcelona: edicions 62. Josep BRICALL (1979). Política econòmica de la Generalitat (1936-1939). Volum segon: el sistema financer. Barcelona: Edicions 62. Antoni CASTELLS (1992). Las transformaciones colectivistas en la industria y los servicios de Barcelona (1936-1939). Madrid: Fundación Salvador Seguí. Antoni CASTELLS (1993). Les col·lectivitzacions a Barcelona 1936-1939. Barcelona: Hacer. Antoni CASTELLS (1996). El proceso estatizador en la experiencia colectivista catalana (1936-1939). Barcelona: Nossa y Jara. Pelai PAGÈS y Alberto PÉREZ (2003). Aquella guerra tan llunyana i tan propera (1936-1939). Testimonis i records de la Guerra Civil a Catalunya. Lleida: Pagès editors. Ignasi CENDRA (2006). El Consell d’Economia de Catalunya (1936-1939). Revolució i contrarevolució en una economía col·lectivitzada. Barcelona: Publicacions de l’Abadia de Montserrat. Carlos GARCÍA, Harald PIOTROWSKI y Sergi ROSÉS, eds. (2006). Barcelona, mayo 1937. Testimonios desde las barricadas. Barcelona: Alikornio. Javier DE MADARIAGA. (2008). Tarradellas y la industria de guerra de Cataluña (1936-1939). Lleida: Milenio.

[50] Enrique LISTER (1977). Memorias de un luchador (pp. 263-291). Madrid: G. del Toro.

[51] Dolores IBÁRRURI et al. (1966-1977). Guerra y revolución en España 1936-1939. Moscú: Progreso, 4 tomos.

[52] Manuel GONZÁLEZ y José María GARMENDIA (1988). La Guerra Civil en el País Vasco: política y economía. Madrid: Siglo XXI. Manuel CHIAPUSO y Luis JIMÉNEZ DE ABERASTURI (2009). Los anarquistas y la Guerra en Euskadi. Donostia-San Sebastián: Txertoa argitaletxea.

[53] Rocío NAVARRO (2000). “Las colectividades agrarias en los folletos anarquistas de la Guerra Civil española”, Hispania Nova, (2), 1-49, http: //hispanianova.rediris.es/general/articulo/008/art008.htm. (consulta marzo 2019).

[54] Nicholas GEORGESCU-ROEGEN (1996). La Ley de la Entropía y el proceso económico. Madrid: Fundación Argentaria.

[55] SEIDMAN (2003: 109).
[56] GEORGESCU-ROEGEN (1996).

mardi 15 octobre 2024

Du Trop De Réalité et Ce Qui N'a Pas De Prix : Annie Le Brun à Tropiques

 

C’est la guerre, une guerre qui se déroule sur tous les fronts et qui s’intensifie depuis qu’elle est désormais menée contre tout ce dont il paraissait impossible d’extraire de la valeur. S’ensuit un nouvel enlaidissement du monde. Car, avant même le rêve ou la passion, le premier ennemi aura été la beauté vive, celle dont chacun a connu les pouvoirs d’éblouissement et qui, pas plus que l’éclair, ne se laisse assujettir.

Y aura considérablement aidé la collusion de la finance et d’un certain art contemporain, à l’origine d’une entreprise de neutralisation visant à installer une domination sans réplique. Et comme, dans le même temps, la marchandisation de tout recours à une esthétisation généralisée pour camoufler le fonctionnement catastrophique d’un monde allant à sa perte, il est évident que beauté et laideur constituent un enjeu politique.

Jusqu’à quand consentirons-nous à ne pas voir combien la violence de l’argent travaille à liquider notre nuit sensible, pour nous faire oublier l’essentiel, la quête éperdue de ce qui n’a pas de prix ?


lundi 14 octobre 2024

Un massacre parmi tant d'autres


 

La dulce guerrilla urbana en pantalones de campana del Frente de Liberación Popular

FUENTE: https://conversacionsobrehistoria.info/2024/05/06/la-dulce-guerrilla-urbana-en-pantalones-de-campana-del-frente-de-liberacion-popular/

Antonio Yelo

 

Papá cuéntame otra vez ese cuento tan bonito
de gendarmes y fascistas, y estudiantes con flequillo.
Y dulce guerrilla urbana en pantalones de campana
y canciones de los Rolling y niñas en minifalda.

Papá cuéntame otra vez todo lo que os divertisteis
estropeando la vejez a oxidados dictadores.
Y cómo cantaste «Al Vent» y ocupasteis la Sorbona
en aquel mayo francés en los días de vino y rosas.

Papá cuéntame otra vez», de Ismael Serrano)

 

Aunque parezca el comienzo de una película de James Bond, lo relatado a continuación es un hecho real y forma parte de la historia de España.

El día 14 de mayo de 1962, los príncipes Juan Carlos de Borbón y Sofía de Grecia contrajeron matrimonio en Atenas (Grecia). Se celebraron dos ceremonias religiosas. La primera por el rito católico en la catedral de Dionisio Areopagita a las diez de la mañana. Dos horas después, en la catedral de la Anunciación de Santa María, se llevó a cabo la ceremonia ortodoxa. Acudieron ciento cuarenta y siete invitados entre los que había miembros de veintisiete casas reales de todo el mundo. El dictador Francisco Franco mandó a su ministro de Marina como representante del gobierno y miles de españoles monárquicos se desplazaron hasta la capital griega para festejar el enlace. Hasta aquí la historia es de sobra conocida y se puede consultar en la hemeroteca de los periódicos y en varios libros. Lo que no era de dominio público hasta hace pocos años es que, entre los invitados oficiales por parte del novio, acudió al evento un peligroso revolucionario español perteneciente a un grupo subversivo de la izquierda política española más radical. A buen seguro, el príncipe Juan Carlos desconocía la doble vida de su invitado y amigo.

Nuestro hombre, unos días antes de la ceremonia, se encontraba en la antigua Yugoslavia, entonces un país comunista. A sus padres les había contado que residía en Ginebra (Suiza) ampliando sus estudios sobre Economía, carrera universitaria que había terminado con buenas notas. Al país eslavo lo había enviado el grupo político al que de forma secreta se había unido cuatro años antes. Junto a un nutrido grupo de militantes de ideología comunista de otros países (algunos del tercer mundo y la mayoría prosoviéticos), el activista español aprendía técnicas para la revolución de sus anfitriones yugoslavos; entre ellas, métodos de falsificación de documentos, teorías para la reforma agraria y planificación económica al estilo marxista.

Gracias a las buenas novelas de espías, se sabe que la existencia de quienes viven en la clandestinidad o llevan una doble vida es complicada. Desde una vida anodina, como la que nos ha tocado al común de los mortales, es difícil hacerse una idea de los pensamientos que cruzan por la mente de estos activistas encubiertos; más aún viviendo una situación tan estresante como aquella de la boda real. Cuando, por ejemplo, en pleno cocktail de la celebración nupcial y con un canapé de salmón en una mano, el revolucionario llevara con la otra una copa de champan francés a sus labios ¿se sentiría culpable recordando a los pobres y explotados jornaleros del campo andaluz? En el caso de que sintiera una punzada de ansiedad a causa de las injusticias sociales, ¿calmaría su inquietud pensando que, gracias a sus compañeros de lucha y a él, la opresión de la famélica legión llegaría en breve a su fin? En el supuesto de que hubiera sacado a bailar a una joven y bella princesa centroeuropea, ¿pondría toda su atención en no pisar los delicados pies de aquella descendiente del último emperador austrohúngaro o, al admirar su estilizado cuello, no podría evitar acordarse de la guillotina, aquel mecanismo que de forma tajante e inapelable impartió justicia en los tiempos de la revolución francesa?

Tras el triunfo en 1959 de la revolución cubana, el grupo insurgente al que pertenecía nuestro revolucionario había decidido incorporar la lucha armada a su catálogo de métodos para cambiar la sociedad y hacer caer el franquismo. Cambiar en pocas horas el entorno marxista y austero de la revolución por el lujo de los palacios y las bodas reales hizo darse cuenta a nuestro joven aventurero que sus días transcurrían con emoción e intensidad. Tenía veintidós años y la vida era excitante. El futuro estaba en sus manos.

Nuestro héroe se llama José Luis Leal, tiene ochenta y cuatro años y acaba de publicar sus memorias. Después de abandonar la lucha subversiva llegó a ser ministro de Economía en uno de los primeros gobiernos de la democracia y presidente de la Asociación Española de Banca.

José Luis Leal con Juan Carlos de Borbón 
(foto: 20 Minutos)

Introducción

La historia de los movimientos revolucionarios españoles de los años 60 y 70 del siglo pasado es el relato de un fracaso: el dictador murió en la cama y España —que en 1978 adoptó la democracia como sistema político— continuó siendo un país capitalista en el que los poderes fácticos y los clanes familiares y económicos tenían (y siguen teniendo) demasiado poder e influencia.

En numerosos trabajos históricos sobre aquellos años se argumenta que estas organizaciones subversivas, a pesar de no conseguir sus objetivos, contribuyeron con su rebeldía a la llegada de la democracia a nuestro país.  Entre los jóvenes que pertenecieron a estos movimientos hubo algunos que se jugaron la vida (y unos cuantos la perdieron), la integridad física, la libertad y el futuro laboral o social. También los hubo que arriesgaron poco, hablaron mucho y, pasado el tiempo, se colocaron medallas antifranquistas que no les correspondían. Incluso los hubo que, como dice la letra de la canción de Ismael Serrano, se divirtieron, ligaron con chicas e hicieron contactos que con la llegada de la democracia utilizaron para obtener un buen empleo o un cargo político y un salario de por vida.

A continuación, se relatan las andanzas de un grupo de jóvenes idealistas que se integraron en el Frente de Liberación Popular, el «Felipe». Su historia está llena de aventuras, anécdotas divertidas y desgracias. Fueron solo once años los que el Frente se mantuvo en activo (1958-1969), pero dicho periodo dio mucho de sí.

  1. El curso del 56

El Sindicato Español Universitario (SEU) fue fundado en 1933, durante la Segunda República, bajo el amparo de Falange Española. Tomando como ejemplo el fascismo italiano, su principal objetivo era controlar ideológicamente la universidad. Durante las primeras décadas de la dictadura, nadie movía un dedo en la universidad española sin que el SEU lo supiera y lo autorizara. En los años cincuenta, primero tímidamente y luego de forma más decidida, algunos estudiantes comenzaron a moverse fuera del control del sindicato fascista. Estos jóvenes cuestionaban las verdades impuestas por el franquismo; eran mayoritariamente hijos de vencedores de la guerra civil y pertenecían a las primeras generaciones de españoles que no habían vivido la contienda.

Tampoco los estudiantes falangistas estaban conformes con la situación política. A pesar de que el SEU era el único sindicato de estudiantes autorizado por el gobierno franquista, en 1954 la policía tuvo que disolver violentamente una manifestación convocada por esta organización. Protestaban porque Franco no había puesto en marcha la reforma agraria y la nacionalización de la banca, proyectos que formaban parte del programa fundacional de Falange.

En 1955, el profesor de Psicología Experimental de la Universidad Complutense de Madrid José Luis Pinillos dirigió una encuesta entre los estudiantes madrileños. Los resultados sorprendieron a las autoridades de la universidad y alertaron al régimen franquista: el 82 % de los universitarios no tenían confianza alguna en las élites dirigentes; el 85 % consideraba «inmorales» a los gobernantes y el 74 % los tildaba de «incompetentes». En el capítulo dedicado a las Fuerzas Armadas, el 90 % de los consultados los consideraba «ignorantes, burócratas e inútiles» y para el 48 % eran «brutales, libertinos y bebedores». El 70 % de los encuestados consideraba que el compromiso social de la Iglesia era insuficiente y, por último, a la hora de mostrar las preferencias por una forma de Estado, el 30 % optaba por la monarquía, el 30 % por la república y solo el 10 % por una dictadura militar. El 20 % se mostraba indiferente. Solo un 10 % de los entrevistados se manifestaba como falangista1.

Manifestación estudiantil, foto del blog (http://pueblodeespana.blogspot.com/)

1956 fue el año en que la tensa paz en la universidad saltó por los aires. Los estudiantes de izquierdas y los monárquicos (que era entonces una manera de oponerse al régimen), que no respetaban la autoridad de SEU, comenzaron a hacer oír su voz. Con motivo del fallecimiento en octubre del 55 del filósofo Ortega y Gasset (a quien el régimen nunca tuvo mucho aprecio) se le organizó un homenaje en el entorno del Congreso de Escritores Jóvenes. Finalmente, este congreso se canceló por orden de la autoridad. En febrero varios estudiantes comunistas redactaron un manifiesto contra el SEU; se imprimieron numerosas copias y se distribuyeron en todas las facultades de Madrid. En el escrito no se citaba el nombre del SEU, pero quedaba claro a quién se echaba la culpa de todos los males de la universidad:

(…) la organización que hoy se atribuye cada día de un modo más ilusorio al monopolio del pensamiento, de la expresión y de la vida corporativa de la vida universitaria en el aspecto profesional, social, cultural e internacional, posee una estructura artificiosa que o no permite o tergiversa la auténtica manifestación y representación de los universitarios.

El documento denunciaba el «divorcio» entre la universidad real y la oficial:

Este divorcio explica muy bien la esterilidad y los fracasos cosechados en el terreno intelectual, deportivo y sindical, fracasos que nos humillan en todo contacto internacional ante los estudiantes de otros países.

En la parte final del texto se convocaba un Congreso Nacional de Estudiantes para abril de ese mismo año, y se solicitaba la celebración en marzo de elecciones libres de representantes.

Aquel manifiesto era un torpedo lanzado directamente a la línea de flotación del SEU. Los estudiantes falangistas, que se consideraban más varoniles y eran más echados para adelante que todos aquellos «traidores» comunistas y «afeminados» monárquicos, no iban a consentir una falta de respeto como aquella. Durante los primeros días de febrero se produjeron violentos enfrentamientos entre los miembros del SEU y los estudiantes partidarios de la apertura. La policía intervino con violencia para frenar las agresiones. En los altercados se produjeron graves destrozos en las dependencias de la universidad, numerosos contusionados y un falangista herido por arma de fuego.

El régimen acabó cortando cabezas y destituyó al rector, al ministro de Educación y al secretario general del Movimiento. A partir de ese momento el SEU perdió su hegemonía y los estudiantes entendieron que tenían poder, que podían influir en la marcha de la política en España. El SEU se desmontó en 1965. Los cabecillas de las movilizaciones del 56 fueron Enrique Múgica, Javier Pradera, y Ramón Tamames2.

Jesús Ibáñez, Julián Marcos y Vicente Girbau visitan en la cárcel a Pablo Sánchez Bonmatí, 
José María González Muñoz, Francisco Bustelo García del Real, 
Joaquín Marcos y Manuel Fernández-Montesinos García, 
condenados por los sucesos de 1956 (foto: blog Pueblo de España)
  1. Creación del Frente de Liberación Popular

Yo a Julio le caí muy bien y conmigo lo pasaba divinamente. Siempre andábamos en su coche, un Jaguar que él conducía sin manos muy pintorescamente a 140 o 150 Km/hora, y Antonio, el cura, le decía: «Julio sábete que estoy en pecado mortal, y es responsabilidad tuya si voy al infierno. Haz el favor de parar, no corras tanto». Julio se reía y seguía corriendo. Siempre estábamos de comilonas por ahí, pasándonoslo muy bien. 

(José María González Muñoz, que participó de las primeras reuniones del FLP, sobre Julio Cerón, en entrevista con Julio Antonio García Alcalá)3

Animados por los altercados en la universidad del año 56 y liderados por Julio Cerón, diplomático católico y hombre extravagante, un grupo de intelectuales y sacerdotes de asociaciones cristianas como la Juventud Obrera Católica (JOC) y la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) formaron un nuevo grupo político. El Evangelio, la dotrina social de la Iglesia y la lectura de libros entonces prohibidos cimentaron el edificio ideológico de la organización. Decepcionados por los partidos que como el PCE lideraban la lucha antifranquista, llegaron a la conclusión de que tenían la fórmula mágica para redimir a la sociedad española: marxismo + cristianismo = justicia social y libertad.

Julio Cerón, como diplomático, había visitado la URSS y la China Comunista y se había entrevistado con personajes destacados de la izquierda internacional. Inquieto intelectualmente y cercano a los nuevos grupos cristianos, Cerón se puso en contacto con los hermanos Juan y Lorenzo Gomis (este último director de la revista cultural El Ciervo, impulsada por la Asociación Católica Nacional de Propagandistas). Además de con los Gomis, habló «asediándolo a telefonazos» con Jesús Ibáñez (que había pasado por la cárcel debido a los altercados de 1956); con José Ramón Recalde, abogado donostiarra, con el arquitecto Joaquín Aracil, con el sociólogo Francisco Díaz del Corral y con el matemático Ernesto García Camarero. También estaban entre los primeros contactos el abogado y sociólogo Ignacio Fernández de Castro, el estudiante Fernando Martínez Pereda y el sacerdote Antonio Jiménez Marañón. Con todos ellos —y tras dos reuniones en un convento y en una iglesia— fundó Cerón en 1958 el Frente de Liberación Popular (FLP) o también conocido como el «FELIPE». El nombre fue idea de Jesús Ibáñez y estaba inspirado en los frentes de liberación de países como Argelia y Vietnam que entonces estaban de moda entre la progresía politizada nacional. Entre los miembros fundadores usaban «la fiesta» como nombre en clave para referirse al Frente. Como sede para las operaciones clandestinas alquilaron un piso en la calle Alonso Cano del centro de Madrid, y en él instalaron una multicopista construida chapuceramente con rodillos de lavadora. En la jerga particular de la organización a la copiadora la llamaban «lavadora» y al hecho de editar propaganda política, «lavar». En otras organizaciones clandestinas a estas multicopistas se las llamaba «vietnamitas» debido a que las octavillas impresas con estas rudimentarias máquinas eran utilizadas por el Vietcong durante la guerra contra los norteamericanos en el país asiático. El FLP era original hasta para esto4.

Julio Cerón en 1984 (foto: El País)

Las primeras captaciones de activistas se hicieron en la universidad. Juan Tomás de Salas (más tarde editor del periódico Diario 16) contaba así su entrada en la organización:

Íbamos desde el CEU, cerca de la Ciudad Universitaria, hacia el centro de Madrid, camino de la Facultad de Derecho. Conmigo, Nicolás Sartorius, José Luis Leal y no sé si alguno más. En las proximidades de San Bernardo (sede entonces la Facultad de Derecho) empezamos a notar agitación callejera. Multitud de estudiantes lanzaban consignas en la calle. La policía y sus colaboradores del interior ejercían con dureza la represión. Alguien se dirigió a nosotros: «Son los fascistas de dentro -gritó- tened cuidado». Era la primera vez que veíamos a fascistas uniformados, por supuesto de azul, ejercitando directamente la violencia. Vino entonces un estudiante hacia nosotros. Era un amigo, creo recordar que Paco Montalvo: «Venid conmigo». Y nos llevó hasta un café cercano que era al parecer un refugio cercano. Allí nos presentó a otro amigo, mayor que nosotros. «Julio Cerón», nos dijo. Poco después ingresábamos los tres, Sartorius, Leal y yo, en el Frente de Liberación Popular.5

José Luis Leal, estudiante de Económicas, describe así en sus memorias la prueba de acceso para nuevos miembros en el FELIPE:

El acto formal de adhesión (al Frente de Liberación Popular) tuvo lugar una tarde de primavera, poco después de la puesta de sol. Mi contacto me citó en una calle de Madrid advirtiéndome de que era preciso que fuese en el coche de mi familia. (…) Después de recogerle estuvimos dando algunas vueltas por Madrid hasta que, tras mirar su reloj, el contacto me dijo: «Vamos a la esquina de Menéndez Pelayo con O´Donnell». Seguí sus instrucciones. Luego me ordenó «Para aquí». Paré y en ese momento un individuo penetró en la parte trasera del vehículo y dijo: «En marcha, sigue por esta calle». Seguimos unos metros en silencio, tras lo cual mi misterioso interlocutor dictaminó: «Da una vuelta a la manzana y aparca en primer sitio que encuentres en O´Donnell». Así lo hice y, tras detener el automóvil, comenzó el interrogatorio después de haberme conminado a que no volviere la cabeza. «¿Qué piensas de la revolución de Fidel Castro?», «¿Qué estás dispuesto a dar por la causa?». Respondí lo mejor que pude y, antes de llegar al final de la conversación, mi interlocutor me explicó de manera condescendiente que en otras organizaciones se propinaba una paliza al futuro miembro para comprobar si tenía condiciones para resistir un interrogatorio de la policía. En el tono de voz se notaba cierta admiración hacia esas organizaciones, dando a entender que aquella era la manera adecuada de proceder y que si no se practicaba en el FLP era por temor a la falta de entereza de los estudiantes.6

Juan Antonio Ortega Diaz-Ambrona, en Memorial de Transiciones (1939-1978) define a los felipes: «Románticos, ingenuos, innovadores y heterodoxos y tal vez fueran un poco de todo eso. Algo caóticos, a veces, y faltos de un programa definido. No quisieron estar en una formación monolítica y homogénea. Se sentían más a gusto conviviendo con seguidores de distintas corrientes socialistas, creyentes y ateos, sindicalistas y líderes universitarios, dentro del ámbito nuevo, cambiante y en ocasiones muy poco seguro que se exploraba en Europa, «la nueva izquierda»».

Jesús Ibáñez (arriba, segundo por la izquierda) en la facultad 
de Ciencias Políticas y Sociología en 1950 (foto: nodo50.org)

En 1956, en el congreso celebrado en Praga, el Partido Comunista había decidido utilizar una nueva vía para conseguir sus fines. El PCE venía de una larga travesía por el desierto. En 1947 el comisario Roberto Conesa, temido por sus brutales interrogatorios en los que utilizaba todo tipo de torturas, había conseguido infiltrar agentes en la organización.  Con aquella operación se hicieron más de dos mil detenciones que después de los juicios resultaron en un total de 1744 años de penas de cárcel y 46 condenados a muerte. Esta nueva estrategia antes citada se bautizó como «Reconciliación nacional». Después de haber intentado derrocar a Franco mediante la lucha armada en los años cuarenta, el PCE optó por la lucha política abandonado los métodos violentos. Huelgas, manifestaciones y propaganda fueron sus instrumentos de movilización popular. La fundación del FLP puso en cuestión a los partidos que según Cerón habían fracasado en la lucha contra la dictadura. Al PCE se le consideraba pactista y reformista. El FLP, nada más nacer y sin consultar a nadie, se colocó ideológicamente a la izquierda del Partido Comunista. Según los jóvenes integrantes del Frente, el Partido Comunista estaba burocratizado y era demasiado dependiente del exterior (donde vivían sus dirigentes) y estas circunstancias le restaban eficacia en la lucha. Como respuesta a los partidos clásicos, el Frente se lanzó como una organización abierta y ecléctica. En su seno se permitía la heterodoxia ideológica y era habitual oír en sus debates internos frases como: «yo soy luxemburguista» o «yo soy guevarista». Enemigo de comités centrales, estructuras encorsetadas y un tanto excéntrico de carácter, Julio Cerón, máxima autoridad reconocida por todos los jóvenes integrantes del Frente, se nombró a sí mismo «pontífice organizativo».7

«Nos proponíamos nada menos que cambiar totalmente la sociedad y hacerla radicalmente justa», escribió José Pedro Pérez-Llorca, estudiante de Derecho y miembro del FLP. Este idealismo funcionó como motor de los jóvenes estudiantes y la actividad política en el piso de calle Alonso Cano durante los primeros meses fue frenética. José Luis Leal cuenta en sus memorias a qué se dedicaban en aquellos primeros días de revolución:

Una de nuestras actividades principales, en el orden intelectual, consistía en la búsqueda incansable de las cuarenta familias a las que considerábamos dueñas de España y del entramado del poder. (…) Compramos un anuario en el que venían los miembros de todos los consejos de administración de todas las empresas españolas y comenzamos a hacer fichas por orden alfabético para aquellas personas que nos parecían implicadas en un mayor número de consejos. Nos pareció que habíamos dado con el núcleo del poder de la España de entonces. Sería muy fácil, en cuanto se realizase la revolución, expropiarlos y devolver al pueblo sus bienes.

Comenta Leal que entonces le preocupaba que los técnicos (capataces de fábricas, y la llamada «aristocracia obrera») no colaborasen con las fuerzas revolucionarias. Los más radicales del grupo —añade Leal— daban una solución para ese caso: «Con un buen pistolón basta y sobra: ya verás si colaboran».

A pesar un expreso compromiso con el proletariado oprimido, entre los fundadores del FLP solo había un obrero. Se llamaba Manuel Morillo Carretero y pertenecía a la HOAC. Era reparador de contadores eléctricos y al comienzo de la guerra civil los falangistas intentaron lincharlo. Terminada la guerra, ingresó en el PCE. Lo detuvo la policía y fue condenado a muerte por un consejo de guerra. La pena no se ejecutó y estuvo en la cárcel hasta 1950. Al salir, ingresó en la HOAC y continuó luchando por los derechos de los trabajadores. A causa de las presiones del cardenal Enrique Pla y Deniel, que no quería radicales de izquierdas en la organización de Acción Católica, abandonó el grupo y se incorporó al FLP.

Por ser en su mayoría estudiantes pertenecientes a familias de clase media-alta, su conocimiento de los problemas de los obreros era escaso. El acercamiento al proletariado se convirtió en una obsesión para los miembros del Frente, llegando a abrir un despacho laboralista en barrios obreros como Vallecas o a apuntarse una excursión para hacer alpinismo (como fue el caso de José Luis Leal, que pasó tanto miedo que se juró a sí mismo no volver a hacerlo). Juan Tomás de Salas reconoció con posterioridad que nunca consiguieron ser realmente aceptados por los obreros.

Portada y página interior del número 5-6 de Presencia Obrera, órgano del FLP 
(abril-mayo de 1964)(Fons Viladot del Centre Documental de la Comunicació de la UAB)
  1. Situación socioeconómica en España 

Durante aquellos años sesenta, los jóvenes izquierdistas escuchaban Radio España Independiente, coloquialmente llamada «La Pirenaica». En esta emisora montada por el Partido Comunista de España y que retrasmitía desde Moscú, se anunciaba día sí y día también la inminente «sublevación popular que acabará con el franquismo». Había que mantener alta la moral. Ese levantamiento de las masas nunca llegó. Uno de los principales motivos por los que la oposición democrática fracasó en el objetivo de derrocar al dictador fue la ausencia de un análisis ajustado a la realidad de la situación socioeconómica.

Tras comprobar el régimen franquista, a mediados de los años cincuenta, que el modelo económico basado en la autarquía estaba agotado, se puso en marcha en 1959 el llamado Plan de Estabilización. Liberalizar la economía española y abrirse al exterior fue un acierto. En los sesenta, España experimentó un periodo de fuerte crecimiento. En aquellos años, solo Japón obtuvo tasas de crecimiento superiores a las españolas. Los ingresos por turismo, por ejemplo, ayudaron a este crecimiento. El volumen de turistas pasó de una media anual de 13.1 millones entre 1962 y 1966 a una media de 25.3 millones entre 1967 y 1972 y a 34.6 millones en 1973. El nivel de vida subió y se consolidó una burguesía que era equiparable a la de otros países desarrollados. Algunos indicadores que demuestran este nuevo nivel de vida son: el porcentaje de gasto en alimentación dentro del presupuesto familiar. Se pasó del 50,4 % en 1958 a un 39,9 % en 1972. Este decremento es un claro indicador de que el consumo de las familias españolas se comenzaba a parecer al del resto de los países de la Europa occidental. El parque automovilístico que no superaba los 100 000 coches en 1950, creció hasta los 5 millones de vehículos en 1975. El número de televisores por cada 1000 habitantes pasó de 5 en 1960 a 70 en 1970. Y entre los mismos años, la cantidad de frigoríficos creció de 1 a 25 y en el caso de las lavadoras de 3 a 15. Entre 1959 y 1975 la renta per cápita tuvo un incremento anual medio del 5,5 %. Los salarios de los obreros industriales se incrementaron en un 287 % entre 1964 y 1972. Aunque también es verdad que la inflación creció de forma considerable. La desigualdad seguía siendo un problema (lo sigue siendo hoy en día): entonces el 1 % más rico disponía del mismo volumen de renta que la mitad de la población con menos ingresos.  Aun así, en aquellos años lo situación socioeconómica de la mayoría de los españoles mejoró considerablemente en relación con los años después de la guerra.

En el minuto 25 del segundo episodio de la serie La Transición de RTVE, que realizó y presentó Victoria Prego, Felipe González, secretario general del PSOE, después de hablar de la «debilidad» del régimen franquista en sus últimos años («algo que entonces no conocíamos»), reconoce la poca fortaleza de la oposición democrática (que él identifica con «la izquierda»). Dice: «Entonces solo dos de cada cien personas en España estaban dispuestas a arriesgarse a ir a la cárcel por defender sus ideas». Si consideramos que en 1975 había 17 millones y medio de españoles entre 18 y 60 años, un 2 % de esa cantidad arroja la cifra de 350 000 españoles «dispuestos a arriesgarse a ir a la cárcel por defender sus ideas». Pero, para que una revolución tenga éxito, no solo hace falta un grupo de activistas, es necesario el apoyo posterior de la población.

El caso de Portugal —donde sí triunfó una revolución en 1974— nos puede servir de referencia. En el país vecino la pobreza afectaba al 40 % de la población (en España no llegó al 19 % en los peores años). Portugal, en aquella época, estaba implicado en cuatro guerras coloniales (Angola, Guinea-Bisáu, Mozambique y Goa) lo que suponía un gran esfuerzo económico para el país. Además, debido a estas guerras contra movimientos guerrilleros independentistas, el gobierno obligaba a los jóvenes a hacer un servicio militar de cuatro años; dos de ellos en las colonias, lo que implicaba con seguridad participar en una de las guerras. Las familias portuguesas estaban cansadas de recibir en féretros a sus hijos. Por esos motivos, cuando el 25 de abril se produjo el golpe de Estado militar contra la dictadura portuguesa, el pueblo en masa lo apoyó. La situación en España era muy diferente.

En 1971, el presidente de Estados Unidos Richard Nixon y su asesor de Seguridad Nacional, Henry Kissinger, estaban preocupados por la situación política en España. Había que hablar directamente con Franco para conocer sus planes para el futuro. El dictador era viejo y había que conocer qué podía pasar después de su muerte. Pensaron que para hablar con un militar lo mejor era utilizar a otro militar. El general norteamericano Vernon Walters, entonces agregado militar en la embajada de París, fue recibido por el dictador gracias a la intermediación de Carrero Blanco. Ante la inquietud de Walters, el dictador respondió:

«España irá lejos en el camino que desean ustedes, los ingleses y los franceses: democracia, pornografía, droga, ¿qué sé yo? Habrá grandes locuras, pero ninguna de ellas será fatal para España».

«¿Cómo puede estar usted tan seguro, general?», preguntó Vernon Walters.

«Porque yo voy a dejar algo que no encontré cuando asumí el gobierno hace cuarenta años», respondió Franco, «la clase media».

Mundo Obrero 1 de diciembre de 1959
 
  1. La gran redada. Juicio a Julio Cerón

En 1958 y en 1959, el PCE convocó dos huelgas generales de veinticuatro horas que fueron un fracaso por la baja participación de los obreros. Con ellas se pretendía atacar al régimen. A pesar del fiasco, Dolores Ibarruri (Pasionaria), en la revista Nuestra Bandera, escribió que la primera huelga, la de 5 de marzo de 1958, había «constituido un gran éxito porque respondía al sentimiento antifranquista que late en la conciencia popular». La segunda, la de 18 de junio de 1959, se llamó «Huelga Nacional Pacífica» y además de los comunistas del PCE solo fue apoyada por el FLP.

Una semana después de la Huelga Nacional Pacífica, detuvieron a Julio Cerón y tras dos juicios lo condenaron a ocho años y lo echaron de la carrera diplomática. Otros diecisiete dirigentes de la organización fueron detenidos. El FLP fue casi desarticulado por completo. En este segundo fracaso de 1959 el PCE fue más moderado en su triunfalismo: «Este aparente fracaso ha sido un paso de siete leguas hacia la liquidación de la dictadura del general Franco».

El abogado defensor de Julio Cerón fue José María Gil Robles (ministro de la derechista CEDA durante la República) y sus argumentos se basaron en la religiosidad de su defendido y en su «anticomunismo». A pesar del buen hacer de Gil Robles, Cerón fue condenado. No cumplió toda la condena porque gracias a sus buenos contactos (su hermano, también diplomático, llegó a ser ministro de Franco en uno de sus últimos gobiernos) fue indultado.

Después del verano de 1960 se reconstruye el FLP. Julio Cerón seguía en la cárcel, pero se le informaba de todo. El nuevo líder sería el abogado santanderino Ignacio Fernández de Castro. Se constituye un núcleo central denominado Central de Permanentes (CP) del que, escarmentados por las malas experiencias, se pretende que sean más «profesionales». Todos ellos son estudiantes, no hay obreros. Entre los miembros del CP están Juan Tomás de Salas y José Luis Leal Maldonado. Para acercarse a los obreros, se abren despachos laboralistas en diferentes puntos de España. La sede del movimiento se sitúa en un piso situado en el nº 222 en la carretera de Aragón, propiedad de la familia de José Luis Leal.

El asunto de la «profesionalidad» y el compromiso con la lucha de los jóvenes revolucionarios acabó siendo un verdadero problema. Para muchos de ellos las prioridades no estaban claras: ¿Los estudios o la lucha? ¿la familia o la revolución? José Luis Leal, elogiando en sus memorias a «Carlos», un compañero de militancia en el FLP que era diferente a la mayoría, termina denunciando el verdadero problema:

Carlos era mucho más profesional en su militancia, menos romántico y dedicaba más tiempo y energía a la causa de la revolución que cualquiera de nosotros. Había en su actitud una convicción en la que no existía la menor sombra de duda. En eso se parecía a los militantes obreros, para quienes la clandestinidad no era una especie de juego intelectual en el que, si bien se arriesgaba mucho, también se sabía que, en el peor de los casos, una vez fuera de la cárcel y con un poco de suerte, se retornaría de un modo o de otro al mundo de la profesión. Muy pocos se habían planteado en serio la posibilidad de convertirse en revolucionarios profesionales, lo que hubiera significado renunciar a los estudios o a la carrera y dedicarse íntegramente a la causa. En Ginebra, durante unos meses, me planteé la cuestión, pero abandoné la idea al cabo de poco tiempo.

  1. La lucha armada

Cristian Cerón y Francisco Lara, en su libro sobre el Frente de Liberación Popular (Catarata, 2022), comienzan de este modo el capítulo titulado La lucha armada: «En la vivienda clandestina madrileña de la carretera de Aragón un joven gaditano trata de convencer a sus compañeros sobre un mapa de la situación insostenible de los campesinos andaluces, lo que permitiría montar un foco guerrillero en la sierra de Cazorla (Jaén)». En las memorias de José Luis Leal no se cuenta nada sobre cómo se debatió el asunto de la lucha armada. ¿Quién fue ese «joven gaditano» que propuso poner en marcha una guerrilla? García Alcalá, en su tesis doctoral, donde incluye entrevistas con antiguos militantes del FLP, aporta mucha información sobre cómo se trató este peliagudo asunto en el Frente. En Queríamos la revolución (Flor del Viento, 1998), García Rico sí dice abiertamente que el gaditano José Pedro Pérez-Llorca puso la posibilidad de la violencia como vía para la revolución sobre la mesa. Aunque es verdad que los felipes no llevaron a cabo ninguna acción violenta, es comprensible que algunos de los autores consultados se autocensuraran a la hora de afirmar que alguien tan relevante como José Pedro Pérez-Llorca, padre de la constitución, ministro y fundador de uno de los despachos de abogados más influyentes de España, había tenido de joven la idea de usar la lucha armada para acabar con la dictadura.

Estamos en 1960, Fidel Castro y unos guerrilleros barbudos han conseguido acabar con la dictadura de Batista en Cuba desde su base de sierra Maestra. La repercusión de la revolución cubana llegó a los oídos de los felipes, que acababa de fundar un grupo insurgente. Algunos militantes de exterior tuvieron una entrevista con el comandante Gutiérrez Menoyo, uno de los lugartenientes de Castro en Cuba. Este los animó a iniciar un proceso parecido al que ellos habían emprendido con éxito en la isla caribeña. Durante un tiempo hubo contactos y Menoyo prometió ayuda material a los jóvenes españoles. Parece ser que el mismo Che Guevara terminó abortando el apoyo de la revolución cubana al FLP.

Más tarde, con la intermediación del gobierno de la República Española en el exilio, entraron en contacto con autoridades yugoslavas. Se mandó a varios efectivos a Belgrado para recibir «formación teórica y práctica». Esta última, la «formación práctica», según pensaban los activistas españoles, sería mayormente entrenamiento guerrillero.

José Manuel Arija, en entrevista con García Alcalá, afirma: «Pero luego no hubo nada. La formación teórica nos la dimos nosotros solos (…) Y de la formación guerrillera que pensábamos recibir, no hubo nada, nada en absoluto». De aquella experiencia balcánica venía José Luis Leal cuando acudió a la boda de Juan Carlos de Borbón en Atenas.

Comunicado del FLP sobre las huelgas en Asturias 
(foto: diario Público)

Finalmente, el único apoyo recibido por los yugoslavos fue el pago de un viaje a Túnez para contactar con el Frente de Liberación Nacional (FLN) argelino que realizó Nicolás Sartorius. Así lo cuenta el luego líder del PCE: «Yo hice un viaje a Túnez ayudado por los yugoslavos, para tomar contacto con el FLN argelino. Les presentamos un informe en la idea de una posible guerra de guerrillas en España, pero luego eso no tuvo continuidad. No se llegó a nada». Parece que los argelinos no dieron respuesta; se entiende que no tomaron muy en serio la propuesta de Sartorius.

No todos los felipes estaban de acuerdo con la idea de la lucha armada, algunos lo veían como una idea «infantil». Fernando Martínez Pereda lo contó así: «Nos pareció un disparate absurdo. ¿A dónde íbamos a ir? ¿A la sierra de Cazorla para que nos coja la guardia civil?, O hacemos como luego le ocurrió al FRAP, ocultándonos como las ratas para luego matar a un pobre guardia. ¿Qué vamos a hacer? ¡Ir con la merienda a Cercedilla en el tren! Aquí no hay una estructura con un 80 % del campesinado como en Argelia». Joaquín Aracil lo tenía claro: «Yo, ¿cómo voy a ponerme a disparar? Tengo que sentir odio hacia la guardia civil. Yo en este momento siento odio, pero no lo suficiente como para ponerme a disparar y matar».

Pero los más lanzados siguieron adelante.Valeriano Ortiz, alias «Nikita», pidió permiso para comprar un lote de armas en el mercado negro. Antonio López Campillo recuerda que: «Se compraron unas pistolas que eran lamentables, muy viejas. Se compró también una metralleta Stein que seguramente nos hubiera matado. Los tiros al saltar nos matan, las balas no llegan a ningún lado». Luego se adquirieron armas de mejor calidad, «un Winchester que era carísimo» y, gracias a los conocimientos químicos de uno de ellos, se fabricaron explosivos.

En el fondo no había una determinación seria para pasar de la teoría a la práctica. Así recuerda a sus compañeros Rodolfo Guerra: «Todos los que yo me topé eran unos aficionados, no estaban preparados para realizar los objetivos del FLP. Y si lo hacían iban a ir todos a la cárcel o frente pelotón de ejecución. Y otros hablaban mucho pero cuando recibían el camión con armas o se les decía: «atraca un banco», como en realidad eran unos hijos de papá, se acojonaban como el que más». Entre algunos miembros de la organización corrió el rumor de que Fidel Castro, a través de los yugoslavos, les había regalado un camión lleno de armas. Dicho vehículo y su cargamento nunca aparecieron. Finalmente se decidió «abandonar» la lucha armada. Se abandonó una vía que nunca se había iniciado.

Curso de Especialización en Humanidades Clásicas (CEHUC) en el Seminario de Comillas, 
1949-1950. José Bailo en el centro de la primera fila (foto: atrio.org)
  1. Más redadas 

En 1962 hubo otra gran redada que diezmó de nuevo el FLP. Esta vez, la organización había actuado como propagador de la información sobre las huelgas en Asturias. Para entonces ya se habían creado las dos franquicias del frente: en Euskadi con el nombre de Euskadiko Sozialisten Batasuna (ESBA); y en Cataluña llamada Frente Obrero de Cataluña (FOC). Entre los detenidos estaba el sacerdote José Bailo Ramonde (A Coruña, 1929). Este cura con fama de «abierto y lanzado», después de terminar sus estudios en el seminario de Comillas, hizo oposiciones al Cuerpo Castrense (sacerdote del Ejército) y sacó el número dos. Valencia fue su primer destino y allí entró en contacto con estudiantes de la ASU (Asociación Socialista Universitaria) que estaban en la cárcel. Cuando esta organización se integró en el FLP, el sacerdote también lo hizo. Influyó en su decisión que los dirigentes del Frente fueran amigos del padre Jesús Aguirre, luego duque consorte de Alba.

El cura Bailo sabía que podía ser torturado. Cuando entraron en su celda para interrogarlo, decidió ponerse solemne. Se puso en pie y delante de los policías levantó la mano derecha como si fuera a iniciar una bendición. Ante la sorpresa de los agentes —que sabían que era sacerdote— dijo con el mismo tono que usaba para predicar desde el púlpito: «El que pusiere la mano sobre un ministro del Señor será excomulgado». Los policías se quedaron paralizados. Se miraron los unos a los otros y, por si acaso, ninguno de ellos tocó un pelo de aquel representante de Dios en la tierra. Bailo cuenta que al poco de entrar en el FLP recibió una invitación para reunirse en París con Santiago Carrillo y Jorge Semprún. Querían ficharlo para el PCE. Acudió a la cita, pero se mantuvo fiel a los felipes, sus nuevos compañeros.

En 1969, después de haber pasado cuatro años en la cárcel, Bailo, que ya no era sacerdote, fue arrestado de nuevo junto con Enrique Ruano y su novia Dolores González. Se les acusaba de arrojar a la vía urbana propaganda de Comisiones Obreras. Se les detuvo en un bar hasta el que los siguió el policía que los había visto lanzando las octavillas. En el bar se pudo comprobar que estaban en posesión de «documentos relacionados con actividades clandestinas de carácter comunista». A Ruano le encontraron las llaves de un piso que no era su domicilio. Argumentó que era el lugar que utilizaba para ocultarse. La policía lo llevó al inmueble y procedió a registrarlo. Según la versión oficial, Ruano, tras una breve carrera, se arrojó al vacío por un patio interior desde la séptima planta que ocupaba el piso. Para apoyar la versión del suicidio, la policía aportó como prueba parte del diario íntimo del fallecido. El documento en realidad era una carta dirigida al psiquiatra Castilla del Pino en la que le contaba sus problemas sentimentales y sus esporádicos pensamientos de quitarse la vida. El diario ABC, alineado con las fuerzas represivas del régimen, publicó aquellos textos manuscritos por Ruano.

Lola González Ruiz, Enrique Ruano y Javier Sauquillo 
junto a la Casa de las Flores de Madrid. 
(Archivo de Ed. Tusquets)

Entre las detenciones de 1962 y la muerte de Enrique Ruano, los felipes continuaron con su actividad política. Se celebró un congreso en la localidad de Pau (Francia): primer congreso y último; sufrieron escisiones como la creación de Acción Comunista (AC) por los más radicales; publicaron revistas y periódicos como Voz ObreraCrítica y Vanguardia Roja y se reunieron con Marcelino Camacho, histórico líder del sindicato Comisiones Obreras (CCOO), organización que en noviembre de 1967 había sido declarada «ilegal y subversiva» por el Tribunal Supremo. Tras el contacto con Camacho, los felipes ayudaron a la implantación de CCOO en varias fábricas. Entre las peripecias más rocambolescas de los militantes del FLP están las escapadas del país a través de la embajada de Colombia (protagonizada por Juan Tomás de Salas) y con la ayuda de la embajada de Uruguay en el caso de Ignacio Fernández de Castro. En ambos casos la ayuda del sacerdote Jesús Aguirre y de sus buenos contactos fue crucial. El relato del refugio y fuga de Tomás de Salas es más divertido que el de Fernández de Castro.

Durante aquella segunda mitad de la vida del FLP, Julio Cerón, aunque desterrado al pueblo de Alhama de Murcia, seguía siendo muy importante para la organización. Según cuenta Carlos Semprún Maura en sus memorias (y recogeEduardo G. Rico en Queríamos la revolución (Flor del Viento, 1998), Cerón no paraba de escribir cartas a los militantes. Con ellas intentaba matar el aburrimiento y aprovechaba para impartir doctrina política. Una de las misivas dirigidas a la Federación Exterior del FLP cayó en manos de Carlos Semprún, que se encontraba en París. En la carta Cerón pedía que lo liberasen y lo ayudaran a escapar ilegalmente al extranjero. Semprún mandó a dos estudiantes belgas a Murcia para confirmar la intención de su líder. De vuelta en la capital francesa, los chicos confirmaron el deseo de fuga del diplomático. Semprún encargo la peligrosa acción a Henri Curiel y a su grupo de mercenarios. Curiel, nacido en Egipto y líder del partido comunista egipcio hasta su expulsión, había colaborado con el FLN argelino y con otros movimientos de liberación de países tercermundistas. El plan consistía en que el día X a la hora Y, Cerón saldría a dar un paseo. Se toparía con una furgoneta dirigida por un «camarada» chófer y con un sacerdote de copiloto. Llevarían un pasaporte falso y los utensilios para afeitar la siempre abundante barba de Cerón. En el interior del vehículo también encontraría una sotana o un clergyman para disfrazarse de cura. De Murcia a Valencia y de allí a Roma, donde Julio Cerón daría una conferencia de prensa que sería un golpe de efecto publicitario que haría que todo el mundo conociera la lucha por la libertad del FLP. Cerón había participado en el diseño del plan; de ahí el disfraz de sacerdote. Según Semprún, era necesaria una foto sin barba de Cerón y para ello se utilizó al escritor Mario Vargas Llosa, compañero en la radio oficial francesa, que pensaba pasar las vacaciones de verano en la costa mediterránea, para que visitara a Cerón. De vuelta en París el escritor peruano dijo a Semprún que todo se cancelaba porque Cerón había recibido la visita de la policía y que estos conocían los planes de fuga, el itinerario e incluso el disfraz. La conclusión de Semprún en sus memorias es que Cerón se había inventado esa visita de la policía española debido a que veía que, gracias a sus muchos y buenos contactos, en breve se solucionaría su situación y le daba pereza lo rocambolesco del plan. En 1996, en un artículo de El País, Mario Vargas Llosa contó una versión ligeramente diferente de la peripecia:

Recorrí la península en una Dauphine con placa francesa, que echaba humo como una chimenea y cuya sed abrasadora había que aplacar con baldazos de agua cada diez kilómetros. Cuando llegué a Alhama a don Julio Cerón el plan de fuga le pareció sin pies ni cabeza y me despachó de vuelta a Barcelona, después de convidarme a un pollo frito y una conversación sobre las novelas de Juan y Luis Goytisolo. En Calafell, me esperaba otro ‘felipe’ con instrucciones de la dirección —algo tardías— de cancelar el viaje a Alhama.

A comienzos de los años 70, Julio Cerón fue rehabilitado como diplomático y destinado a la embajada de España en París donde trabajó para la UNESCO. El obituario que Miguel Ángel Aguilar le dedicó en El País en 2014 dice, con mucha ironía, que le ofrecieron ir a la Santa Sede y que se negó argumentando que si, como tarea diplomática, debía influir para conseguir el nombramiento de un papa español, debían nombrarlo a él y solo a él. Falleció en 2014 en el castillo de Caussade (Perigueux, Francia).

  1. La nueva izquierda. Mayo del 68

En el prólogo a Queríamos la revolución (Flor del Viento, 1998), libro de Eduardo G. Rico sobre el «FELIPE», Joaquín Leguina (que fue miembro del FLP) escribe sobre las intenciones y objetivos del FLP: «¿Sabíamos lo que queríamos? Quizá no, al menos, no lo sabíamos con precisión, pero sí sabíamos lo que no queríamos». Las protestas de mayo del 68 en París se podrían explicar de la misma manera. Los estudiantes que se manifestaron en mayo del 68 pertenecían a familias burguesas o de clase media-alta. Los fundadores del FLP tenían la misma extracción social. Los objetivos e intereses de los estudiantes franceses, en el fondo, eran diferentes de aquellos por los que apostaban los proletarios del Partido Comunista de Francia y de la Confederación General del Trabajo, el sindicato mayoritario francés. Lo mismo ocurrió en España con el FLP y otros grupos similares. No les gustaba lo que había —y por eso protestaban—, pero no tenían claro lo que querían.

«Sed realistas, exigid lo imposible»; «Prohibido prohibir»; «Bajo los adoquines está la playa»; «Somos demasiado jóvenes para esperar». Estos eslóganes es lo que queda de las revueltas de París. Mayo de 68 se caracterizó por el culto a la estética de la revolución; lo mismo se puede decir del FLP. José Pedro Pérez-Llorca recuerda a Julio Cerón de este modo:

Por encima de aquel juvenil anhelo pervive en mí el recuerdo de un Julio que me escandalizaba diciendo que «La política es ante todo un imperativo del buen gusto, el país no nos gusta ni nos puede gustar, por eso queremos cambiarlo. Estamos atrapados, además de por la Dictadura, por la mediocridad del ambiente».

Julio Cerón describía así a a los primeros felipes:

Grupúsculo extremista y sabiamente rabioso, al que acudían seres llenos de entrega y ardor.8

Las revueltas del mayo del 68 terminaron con la famosa frase de De Gaulle: «La reforme oui; la chienlit, non!» (la reforma sí, el desorden no). Si analizamos aquellos hechos con la distancia que ofrecen los cincuenta y cinco años transcurridos, los resultados fueron bastante pobres; poco o nada cambió. Sobre lo ocurrido en Francia en 1968 los críticos más benevolentes, admitiendo que no se consiguieron los objetivos, argumentan que al menos se pusieron encima de la mesa los temas que serían clave en el final del siglo XX: el pacifismo, la ecología y el feminismo. Los críticos más severos opinan diferente: Gilles Lipovetsky calificó el movimiento de «laxo y relejado». El historiador Eric Hobsbawm calificó el marxismo de los estudiantes franceses de «peculiar, con una orientación universitaria, combinado con otras modas académicas del momento y, a veces, con otras ideologías, nacionalistas o religiosas, puesto que nacía de las aulas y no de la experiencia vital de los trabajadores».

El intelectual Michel Clouscard fue más allá. Describió las revueltas como «un enorme happening», como «toma de la Bastilla fantoche», como algo más parecido a un «psicodrama» que a una experiencia revolucionaria. En sus libros El capitalismo de la seducción y Neofascismo e ideología del deseo sitúa en mayo del 68 el comienzo del proceso según el cual la izquierda abandonó la idea de trasformar la sociedad y de la lucha de clases para tomar la bandera de las luchas individuales e identitarias. Clouscard llega incluso a acusar a estos movimientos de «nueva izquierda» de hacer el juego al capital y a los poderes fácticos:

Mayo de 1968 anunció además el reparto del pastel entre los tres poderes constitutivos del consenso actual: liberal, socialdemócrata, libertario. Al primero se le devolvió la gestión económica, al segundo la gestión administrativa, al tercero la de las costumbres transformadas en necesidad del mercado del deseo. Tenemos así la nueva Francia.

En 1968, José Luis Leal aún no había cumplido los veintiocho años y era profesor de la universidad parisina de la Sorbona. Entre sus alumnos estuvo Daniel Conh Bendit, líder estudiantil de las revueltas. En sus memorias recuerda con emoción y nostalgia aquel movimiento estudiantil.

Informe de la Federación Exterior del FLP sobre las movilizaciones de mayo de 1968 en Francia (Fons Viladot del Centre Documental de la Comunicació de la UAB/ Viento Sur)
  1. Disolución del FLP

A comienzos de 1969, un grupo de disidentes del FLP redactó un documento proponiendo la creación de un nuevo partido que acabaría llamándose Partido Comunista Revolucionario (PCR). La nueva formación tenía como principal objetivo representar la «vanguardia del proletariado». Aquel nuevo grupo, del que el cura Bailo era uno de los principales artífices, significó el final del FLP. Muchos militantes, como Nicolás Sartorius, se marcharon al PCE y otros, como explica Pablo Lizcano en su libro La generación del 56, se pusieron a hacer oposiciones a la administración obligados por sus padres. Se terminaba la vida universitaria y empezaba la realidad.

José Pedro Pérez-Llorca lo explica con claridad:

Terminado el curso, mi muy inteligente madre, que se percató de mis andanzas, me empaquetó sin apelación para Friburgo de Brisgovia, en cuya acogedora universidad, y haciendo diversos trabajos, pasé una buena temporada. 

Siguiendo el consejo de Julio Cerón, el estudiante gaditano aprovechó para aprender alemán leyendo a Hegel y Marx. Perez Llorca terminó sus estudios de Economía con sobresaliente y el Premio Extraordinario de Licenciatura. Al terminar la carrera, también cerró su época de radicalismo político. Pero recuerda esa época con cariño: «Fue positivo, porque aprendí mucho análisis y práctica política. También me quedó una cierta erudición del pensamiento socialista, y el impulso de generosidad y de ilusión para entrar en la política activa».9

Leal cuenta que después de acabado el FLP se encontró con Nicolás Sartorius en París y le reprochó que hubiera mantenido una doble militancia, en el PCE y en el FLP. Sartorius se justificó diciendo que «éramos unos inconscientes y había que conseguir que nuestras locuras no dañaran la causa del proletariado».10

 

Cabecera de Vanguardia Roja, órgano del FLP, de febrero de 1969 
(imagen: diario Público)

El 17 de septiembre 1984 se celebró un acto en la Fundación Miró de Barcelona para conmemorar el veinticinco aniversario del final del FLP. Se reunieron algo más de un centenar de antiguos militantes. Los entonces ministros del PSOE (Narcís Serra, José María Maravall, Carlos Romero y Julián Campo) excusaron su asistencia. Terminado el acto, los más valientes o nostálgicos siguieron la juerga en la sala de fiestas La Paloma. Durante la reunión se pronunciaron discursos emotivos como el del escritor Vázquez Montalbán: «Difícil hacer un diagnóstico, pero si nos hubieran dejado, habríamos hecho una revolución encantadora». Manuel Gari, dirigente del FLP, se preguntó: «¿Cabe hablar de olvido de unas siglas o simplemente de un grato recuerdo juvenil? En realidad, el FLP planteó verdaderos problemas políticos que no supo resolver. Algunos exfelipes, la mayoría, no creen ya en esos problemas. Otros seguimos buscando nuevas soluciones». Solo Pascual Maragall, que nunca se ha mordido la lengua aportó el epitafio que hacía justicia al cadáver:

La historia del FELIPE es más una parte de nuestra historia privada que de la historia social y política del país. El PSUC y el PCE hicieron gran parte del trabajo sucio que se requiere para estar realmente en los libros de historia y salir del puro álbum de fotos amarillento. Que es donde estamos nosotros.

Epílogo

Del FLP salieron ocho ministros de la democracia; treinta altos cargos de la Administración, entre ellos dos presidentes de Comunidad Autónoma; treinta y cinco catedráticos y profesores; quince escritores y periodistas y doce curas. Muchos artículos que glosan este movimiento político destacan como su principal logro haber servido de incubadora para luego nutrir de cargos políticos y de intelectuales a la naciente democracia española. Pero quedan algunas cuestiones pendientes: si no hubieran pertenecido a este grupo tan ilustres miembros ¿nos acordaríamos hoy del FLP? Si no hubieran matado a Enrique Ruano ¿tendría el relato de las acciones de este grupo el toque épico que se le suele dar? ¿Hasta qué punto han exagerado los medios de comunicación y algunos libros de memorias los logros del FLP?

Estas preguntas quedarán sin respuesta en este artículo por respeto a esos ancianos que continúan contando a sus nietos que hace sesenta años fueron valerosos guerreros antifranquistas y que gracias a ellos España es hoy un país democrático.

Notas

(1) Una modernidad autoritaria, Anna Catharina Hofmann (Universitat de Valéncia, 2023).

(2) La generación del 56, Pablo Lizcano (Leer, 2006)

(3) Historia del Felipe (FLP, FOC, ESBA), Julio Antonio García Alcalá (Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2001)

(4) Tesis doctoral de Julio Antonio García Alcalá. «UN MODELO EN LA OPOSICION AL FRANQUISMO: LAS ORGANIZACIONES FRENTE (F.L.P- FOC.- ESBA).

(5) Queríamos la revolución, Eduardo G. Rico (Flor del Viento, 1998)

(6) Hacia la libertad, José Luis Leal (Turner, 2022)

(7) El Frente de Liberación PopularFELIPE. Cristian Cerón y Francisco Lara; (Cararata, 2022)

(8) José Pedro Pérez-Llorca, Una biografía Política. Gema Pérez Herrera; (BOE, 2020)

(9) José Pedro Pérez-Llorca, Una biografía Política. Gema Pérez Herrera; (BOE, 2020)

(10) José Pedro Pérez-Llorca, Una biografía Política. Gema Pérez Herrera; (BOE, 2020)

Más bibliografía

La transición en España. España en transición. Alfonso Pinilla García (Alianza editorial, 2021).

La oposición democrática al franquismo. Xavier Tusell (Planeta, 1977).

El cura y los mandarines. Gregorio Morán. (AKAL, 2014).

Crónica del antifranquismo, Fernando Jáuregui y Pedro Vega. (Planeta, 2007).

La transición, historia y relatos. Carme Molinero y Pere Ysás. (Siglo XXI, 2018).

Fuente: JotDown marzo de 2024, 1ª parte y 2ª parte

Portada: 17 de mayo de 1968, Manifestación de estudiantes en la Facultad de Ciencias de la Ciudad Universitaria de Madrid, vigilados por agentes de la Policía Armada a caballo (foto: agencia Cifra)

Ayman Baalbaki, Liban, Sans titre, 2020