jeudi 17 octobre 2024

Pérfida Albión: Gran Bretaña y la Guerra Civil Española

 FUENTE: https://conversacionsobrehistoria.info/2024/06/14/perfida-albion-gran-bretana-y-la-guerra-civil-espanola/


Chris Bambery

 

La mayoría de la gente sabe que una de las razones por las que los fascistas ganaron la Guerra Civil española de 1936-39 fue la enorme cantidad de ayuda directa que su líder, el general Francisco Franco, recibió de sus hermanos de armas, los dictadores fascistas Hitler y Mussolini. La obra maestra de Picasso, “Guernica”, inmortalizó la destrucción alemana de la ciudad vasca, sede de su parlamento. Mussolini envió unos 100.000 soldados que desempeñaron un papel clave en las victorias fascistas.

En su libro de ensayos, Pérfida Albión, Paul Preston comienza analizando hasta qué punto estaba extendido el apoyo a Franco entre la clase dirigente británica, y el papel que desempeñó el gobierno británico en la ayuda directa a la victoria de Franco. Al comienzo de la Guerra Civil, el Primer Ministro Stanley Baldwin fijó su posición de la siguiente manera: “Los ingleses odiamos el fascismo, pero también detestamos el bolchevismo. Así que, si éste es un país en el que fascistas y bolcheviques pueden matarse unos a otros, ello redundará en beneficio de la humanidad” (p.17).

En realidad, eso no era del todo cierto. Ese mismo mes, julio de 1936, el gobernador de Gibraltar advirtió a sus señores de las nefastas consecuencias si el gobierno “prácticamente comunista” del Frente Popular en Madrid vencía la sublevación militar, añadiendo: “todo el mundo espera ansiosamente el resultado del golpe del general Franco” (p.17).

Cuando comenzó la Guerra Civil en España, el gobierno de centro-izquierda de Leon Blum en Francia acordó proporcionar armas y aviones al gobierno legítimo y elegido de Madrid, pero el gobierno tory de Gran Bretaña presionó a Blum para que retirara esa ayuda. En su lugar, Gran Bretaña y Francia decidieron una política de “no injerencia”, por la que ellos, Alemania, Italia y Portugal, una dictadura semifascista, acordaron no suministrar armas ni intervenir militarmente en España. Las dictaduras simplemente mintieron. Se encargó a buques de guerra alemanes e italianos que patrullaran la costa mediterránea de España para impedir la entrada de armas, sin hacer nada, por supuesto, para impedir que buques con sus banderas trajeran armamento y “voluntarios”.

Los buques de guerra británicos y franceses no hicieron nada cuando los submarinos italianos hundieron barcos que se dirigían a Barcelona y Valencia o cuando los buques de guerra fascistas bombardearon columnas de refugiados aterrorizados que huían de Málaga. Con las fuerzas fascistas acorralando la principal ciudad vasca de Bilbao, los británicos aceptaron a pies juntillas las afirmaciones fascistas de que habían minado su entrada y que sus buques de guerra hundirían cualquier barco que se dirigiera allí y que estuviera dentro de las aguas territoriales españolas. El gobierno británico aceptó esta amenaza ilegal. Un capitán galés demostró la falsedad de las amenazas de Franco llevando su barco, que transportaba alimentos que se necesitaban desesperadamente, a Bilbao.

17 de marzo de 1937: un grupo de observadores británicos encabezados por el capitán 
A.H. Smyth (con bufanda blanca) a punto de partir de la estación de Waterloo para 
desempeñar funciones de supervisión en España, siguiendo el mandato del Comité 
de No Intervención (foto: Media Storehouse).

Dependencia de Stalin

La no intervención jugó en contra del Gobierno legal de la República Española, que no podía comprar armas a las democracias occidentales. Se vieron obligados a recurrir a Rusia. Su dictador, Stalin, dudaba porque deseaba una alianza con Gran Bretaña y Francia contra Hitler, y no quería que nada alterara esa situación. Sin embargo, consciente de que una victoria fascista dañaría la credibilidad de Rusia, accedió a enviar armas y asesores. Había que pagarlos -las reservas de oro de España se embarcaron rumbo a Rusia- y nunca llegaron a la escala de lo que Hitler y Mussolini proporcionaron a Franco.

La dependencia de la República respecto a Rusia tuvo un precio político. El ala derecha del Partido Socialista Español y el Partido Comunista estaban de acuerdo en que había que estrangular la revolución que había estallado en respuesta al golpe fascista de julio de 1936 (sobre todo en Cataluña). Finalmente, en mayo de 1937, se formó un “Gobierno de la Victoria” bajo el socialista de derechas Juan Negrín, con el apoyo entusiasta de los comunistas.

Una de las colegas cercanas de Preston, Helen Graham (a quien admiro mucho, como a él), ha escrito que la política de Negrín era “consolidar una economía liberal de mercado y un sistema de gobierno parlamentario en la España republicana”[1].

El propio Paul escribe:

“Dirigentes socialistas como Indalecio Prieto [Ministro de la Guerra 1937-1938] y Juan Negrín [Primer Ministro 1937-1939] vieron que un estado convencional, con control central de la economía y los instrumentos institucionales de movilización de masas, era la base crucial de un esfuerzo de guerra eficaz. Los comunistas y los asesores soviéticos estaban de acuerdo. Esto no sólo era de sentido común, sino que la minimización de las actividades revolucionarias de los anarquistas y del antiestalinista Partido Obrero de Unificación Marxista [POUM] era necesaria para tranquilizar a las democracias burguesas con las que la Unión Soviética (y el gobierno republicano español) buscaban entenderse” (p. 207).

Lo que Negrín y los comunistas querían era un ejército convencional para librar una guerra convencional. El problema era que Franco tenía ventaja en cuanto a efectivos y potencia de fuego. El ejército republicano lanzó una serie de ofensivas bien concebidas que al principio fueron bien, pero luego Franco envió hombres y artillería, además de bombarderos, y no sólo hizo retroceder a los republicanos, sino que en Teruel separó Cataluña del resto de la España republicana y luego la batalla del Ebro fue testigo de una derrota final que dejó a Cataluña desprovista de los medios militares para impedir su conquista.

La preocupación por no enemistarse con británicos y franceses hizo que el gobierno republicano rechazara las ofertas de los nacionalistas marroquíes de rebelarse allí, una importante base nacionalista, si se les prometía la independencia. Como la mayor parte de Marruecos era colonia francesa, la respuesta fue negativa.

Entrevista entre Leon Blum y Anthony Eden en Ginebra, 1936 (foto: agencia Meurisse/BNF)

La alternativa revolucionaria

En el país que inventó la guerra de guerrillas cuando Napoleón ocupó España no hubo ningún intento serio de lanzar una guerra de este tipo en las zonas controladas por los nacionalistas, porque se temía que las cosas se descontrolaran y alteraran las relaciones de propiedad burguesas. Por ello, no hubo ningún decreto que diera la tierra a los jornaleros sin tierra en las grandes fincas del sur de España.

Preston pinta un cuadro de cómo las milicias populares formadas en el verano de 1936 fueron ineficaces, pero, en primer lugar, derrotaron la sublevación militar en Barcelona, Madrid y Valencia, y en segundo lugar, el avance anarcosindicalista en Aragón obtuvo la mayor ganancia de la guerra, en gran parte porque colectivizó la tierra. La contraposición de guerra y revolución pasa por alto la posibilidad de una guerra revolucionaria, como demostró Cromwell en la Guerra Civil Inglesa, y como hicieron los jacobinos en las Guerras Revolucionarias Francesas, Toussaint L’Ouverture en Haití, Abraham Lincoln (finalmente) en la Guerra Civil Americana, y por supuesto León Trotsky y el Ejército Rojo en la Guerra Civil Rusa que siguió a la Revolución Bolchevique.

En todos estos casos se trataba de ejércitos centralizados, pero motivados por objetivos revolucionarios, lo que significaba que superaban al enemigo. Por supuesto, Negrin y Stalin no querían saber nada de eso. Preston conoce estos argumentos pero no los aborda.

El principal objetivo de dos de los seis ensayos es el escritor inglés George Orwell y su relato del servicio militar en la milicia de POUM, Homenaje a Cataluña. Para Preston, esto ofrece una visión “a ojo de gusano” de lo que ocurrió en Cataluña en mayo de 1937, cuando las fuerzas de seguridad comunistas provocaron y luego aplastaron un levantamiento anarcosindicalista en Barcelona. El control obrero de las fábricas, las milicias populares y el comité de barrio fueron entonces liquidados. Esta debacle se conoció como los “días de mayo”.

Dudo en cruzarme con Preston, que me cae bien y es el mejor historiador contemporáneo de la España moderna, pero su acusación es que Orwell ignoró por qué perdió la República: por el apoyo alemán e italiano. Según Preston, la estrategia del Frente Popular de la Internacional Comunista de construir alianzas antifascistas con liberales y demás, y dejar de hablar de revolución, por si les asustaba, era la única opción posible.

Sin embargo, antes de ir a España, Orwell fue muy crítico con la estrategia del Frente Popular de la Internacional Comunista: “… que… no tendrá un carácter genuinamente socialista, sino que será simplemente una maniobra contra el Fascismo alemán e italiano (no contra el inglés), por lo que hay que ahuyentar a los Liberales melindrosos que quieren destruir el fascismo extranjero para poder seguir cobrando sus dividendos pacíficamente, el tipo de patán que aprueba resoluciones ‘contra el fascismo y el comunismo’, es decir, contra las ratas y el veneno para ratas”.

Continuó argumentando: “En los próximos años, o conseguimos ese partido socialista eficaz que necesitamos, o no lo conseguiremos. Si no lo conseguimos, entonces el fascismo llegará…”[2]. En lugar del Frente Popular, Orwell buscaba un frente obrero antifascista; la derrota del fascismo mediante la revolución y un nuevo partido socialista. Este punto de vista permaneció con él al menos hasta principios de la década de 1940.

Brigadistas internacionales británicos hechos prisioneros en la batalla del Jarama (1937). 
(Foto: Movietone News con identificación en richardbaxell.info)

Orwell y el legado de España

Su estancia en España fue la experiencia más importante de la vida de Orwell. Allí vio “cosas maravillosas y por fin creí realmente en el socialismo, cosa que nunca antes había creído”. En Barcelona vio que “la clase obrera estaba en la silla de montar” y que “las clases adineradas prácticamente habían dejado de existir”. Era “una situación por la que valía la pena luchar”.

La conclusión que sacó de España fue que los partidos comunistas eran agentes de la política exterior de Stalin más que agentes de la revolución socialista. En 1946, escribió que fueron sus experiencias en España las que “dieron la vuelta a la balanza y a partir de entonces supe a qué atenerme. Cada línea de trabajo serio que he escrito desde 1936 ha sido escrita directa o indirectamente contra el totalitarismo y a favor del socialismo democrático”.

Las Jornadas de Mayo fueron importantes. Una de las razones por las que Barcelona acabó cayendo sin luchar fue la desmoralización que crearon. Al hablar contra lo que habían hecho los comunistas, Orwell nadaba contra corriente. Pero decía la verdad.

El lider del POUM, Andreu Nin, como afirma Preston, fue asesinado por agentes del NKVD, vestidos con uniformes franquistas para intentar crear la mentira de que habia sido atrapado por los fascistas y llevado a su capital en Salamanca. Los restantes dirigentes del POUM fueron juzgados en lo que los comunistas esperaban que fuera una reedición española de los Juicios de Moscú. No fue así.

La acusación presentó pruebas falsas para demostrar que el POUM estaba aliado con los fascistas. La defensa pudo presentar testigos para desacreditar estas falsificaciones, incluido el líder socialista, Largo Caballero, que ocupaba el cargo en la época de las Jornadas de Mayo. Los poumistas fueron absueltos de estar aliados con los fascistas, pero declarados culpables de insurrección, con cuatro de los acusados condenados a quince años, uno a once años y dos declarados inocentes. El proceso no fue un juicio espectáculo, pero el gobierno de Negrín quería un veredicto de culpabilidad porque ayudaría a su labor de reconstrucción del Estado burgués.

Negrín aceptó la prohibición del POUM y la detención de cientos de sus miembros, incluidos los combatientes de su milicia. Tampoco hizo nada contra las acciones de la policía secreta dirigida por los comunistas, que torturaron a Nin antes de su ejecución. Esto se debió a que los oficiales comunistas eran fundamentales en el nuevo ejército republicano y a que tanto él como ellos estaban de acuerdo en que había que liquidar los logros revolucionarios del verano de 1936.

¿Estuvo Orwell en peligro tras las Jornadas de Mayo? Su amigo y comandante, Georges Kopp, fue detenido, le interrogaron 27 veces y, en una ocasión, le mantuvieron aislado en la oscuridad sin comida durante doce días. Bob Smillie, nieto del líder de los mineros escoceses, murió en prisión por lo que Orwell y muchos otros creyeron que era una negligencia médica deliberada. Orwell, que se estaba recuperando de una operación en el cuello y ya sufría de mala salud, probablemente no habría sobrevivido a tal tratamiento.

Centuria de voluntarios del POUM en el Cuartel Lenin de Barcelona, 
antiguo cuartel de caballería Montesa (c/ Tarragona). 
El miliciano más alto de la formación ha sido identificado como George Orwell.

Orwell y el socialismo

 Orwell nunca se consideró marxista. En el verano de 1940 confiaba en una versión del frente obrero antifascista para derrotar una invasión nazi, y creía que la revolución era inminente. En otoño de 1942, en su Looking Back on the Spanish War, seguía buscando inspiración en su estancia en España, recordando “al miliciano italiano que me estrechó la mano en el cuarto de guardia el día que me alisté en la milicia”.

Continuó, comentando la cara del miliciano: “… que sólo vi durante un minuto o dos, permanece conmigo como una especie de recordatorio visual de lo que fue realmente la guerra. Simboliza para mí la flor y nata de la clase obrera europea, acosada por la policía de todos los países, la gente que llena las fosas comunes de los campos de batalla españoles y que ahora, por varios millones, se pudre en campos de trabajos forzados… La cuestión es muy simple. ¿Deberá permitirse a personas como ese soldado italiano vivir la vida decente y plenamente humana que ahora es técnicamente alcanzable, o no? ¿Se debe empujar al hombre común de nuevo al fango, o no? Yo mismo creo, tal vez por motivos insuficientes, que el hombre común ganará su lucha tarde o temprano, pero quiero que sea pronto y no tarde: en algún momento dentro de los próximos cien años, digamos, y no en algún momento dentro de los próximos diez mil. Esa fue la verdadera cuestión de la guerra española, y de la guerra actual, y tal vez de otras guerras aún por venir”. Sus esperanzas aumentaron con la aplastante victoria de los laboristas en las elecciones de agosto de 1945, pero luego llegó la desilusión.

Preston acusa a Orwell de ser un guerrero de la Guerra Fría. Desde su huida de Cataluña, había sido muy hostil al estalinismo y a su influencia en la izquierda. Con el inicio de la Guerra Fría, a pesar de sus agudas críticas a los Estados Unidos, veía a la URSS como el mal mayor. Eso le llevó a colaborar con el Departamento de Investigación Informativa de los servicios secretos británicos. Fue un grave error. Hay que tener en cuenta que Orwell era ya un hombre muy enfermo, y la tuberculosis le llevaría a una muerte prematura. Sin embargo, sería un error pensar que Homenaje a Cataluña, escrito en 1937-8, cuando Orwell estaba claramente en la izquierda antiestalinista (una corriente muy minoritaria) era de alguna manera un libro de la Guerra Fría, cuando ésta sólo comenzó una década más tarde.

En 1947, escribió en la revista americana de izquierdas Partisan Review: “El socialismo no existe en ninguna parte, pero incluso como idea sólo es válido actualmente en Europa. Por supuesto, no puede decirse propiamente que el socialismo esté establecido hasta que sea mundial, pero el proceso debe comenzar en alguna parte, y no puedo imaginar que comience excepto a través de la federación de los estados europeos occidentales, transformados en repúblicas socialistas sin dependencias coloniales. Por lo tanto, unos Estados Unidos Socialistas de Europa me parecen el único objetivo político que merece la pena hoy en día”.

Se esté de acuerdo o no, Orwell buscaba una alternativa a la simple elección entre Washington y Moscú. Preston está escribiendo aquí una polémica en dos capítulos, uno sobre Orwell directamente, el otro sobre él y otros testigos antiestalinistas, ¡y le encanta la polémica! Como con todo lo que escribe Preston, yo recomendaría Pérfida Albión. Hay un capítulo brillante sobre los miembros de los Servicios Médicos de las Brigadas Internacionales, y a lo largo de todo el libro se centra en la complicidad británica con el fascismo español.

Notas

[1] Helen Graham, The Spanish Republic at War 1936-1939, (Cambridge University Press, 2002), p.338.

[2] George Orwell, The Road to Wigan Pier, (Penguin, 2001), pp. 194-5 y p. 203.

 

*Chris Bambery es autor, activista político y comentarista, y simpatizante de RISE, la coalición de izquierda radical de Escocia. Entre sus libros figuran A People’s History of Scotland y The Second World War: A Marxist Analysis.

Reseña del libro de Paul Preston, Perfidious Albion: Brttain and the Spanish Civil War (Clapton Press, 2024)

Fuente: Counterfire 17 de mayo de 2024

Traducción: Antoni Soy Casals en Sin Permiso 23 de mayo de 2024

mercredi 16 octobre 2024

Lucha por una ilusión: la revolución colectivizadora en la Guerra Civil Española

 

Luis Garrido-González[1]

Universidad de Jaén

 

Desde mediados de los años setenta del siglo XX, lleva investigando, entre otros temas, sobre el proceso colectivizador durante la Guerra Civil, cuya última publicación en 2016 es “La plasmación de los ideales revolucionarios en el mundo campesino durante la Guerra Civil. Boletín del Instituto de Estudios Giennenses (CSIC). (214), 253-285 (https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/6161150.pdf).


 
INTRODUCCIÓN

Si hasta la última década del siglo XX los aspectos que más se destacaron de la Guerra Civil española fueron los cambios sociales y revolucionarios experimentados en la retaguardia republicana, actualmente se está haciendo más hincapié en cuestiones culturales, simbólicas y memorialistas sobre las víctimas y la represión. Pese a los indudables aspectos negativos relacionados con estas últimas cuestiones, para una parte no desdeñable de los trabajadores de la zona republicana aquellos momentos se vivieron como algo positivo, al darles el conflicto la oportunidad de poner en práctica las ideas difundidas sobre la colectivización o socialización de los medios de producción, y el principal de ellos era la tierra.[2]

Garrido 2 

Lo que ocurrió entre el campesinado de la zona republicana desde el comienzo mismo de la Guerra Civil resulta un buen ejemplo del devenir de los acontecimientos que se precipitaron tras la sublevación de una parte del ejército contra el gobierno de la Segunda República. Eso fue lo que les dio la oportunidad de poner en práctica sus ideales revolucionarios, tanto tiempo postergados. Su actuación respondió a distintos condicionantes políticos, sociales y económicos que explican un nuevo posicionamiento alternativo al modo de vida que llevaban.

En los casos de las zonas republicanas de Aragón, Andalucía, Castilla-La Mancha, Extremadura y Levante (gráfico 1), donde se impuso un claro predominio de los sindicatos de clase (UGT y CNT) y de las organizaciones de los trabajadores en sentido amplio (PSOE, PCE, JSU, JJLL, SRI, Mujeres Antifascistas, Unión de Muchachas, Mujeres Libres) o de los partidos republicanos (IR y UR), la principal característica fue que, al menos inicialmente, el campesinado se hizo cargo de su propio destino. Es decir, que pasaron a controlar su principal medio de producción, que era la tierra, bien porque la trabajaban directamente en régimen individual con ayuda de su familia, o bien porque la trabajaban colectivamente. Así pues, la Guerra Civil provocó un transcendental cambio al abrir la posibilidad de beneficiarse de los derechos de propiedad de la tierra de manera colectiva.

                                                                    Gráfico 1

                               Colectividades agrarias en la zona republicana (1936-39)[3]

gARRIDO GRÁFICO 1

 

Se concluye que la Guerra Civil fracturó socialmente al campesinado, fuertemente politizado y polarizado entre izquierdas y derechas.[4] Pero, desde las posiciones ideológicas de izquierdas, para muchos campesinos de la zona republicana fue una lucha de clases por las armas que les daba la oportunidad de llevar a la práctica sus ideales de comunismo libertario, colectivización o socialización.

EL PROCESO REVOLUCIONARIO DE LA COLECTIVIZACIÓN

En los últimos años se ha consolidado la visión de que la Guerra Civil fue la solución de continuidad de la conflictividad sociolaboral y política, y de la violencia colectiva desarrollada durante la Segunda República. Unos argumentos que ya fueron utilizados para justificar la sublevación de una parte del ejército, apoyada por abundantes elementos derechistas de la sociedad civil y que dieron lugar a los pocos meses a la Guerra Civil.[5] Es exactamente la misma explicación que utilizaron los franquistas a posteriori para justificar su “Alzamiento Nacional” y darle una legitimidad de partida que no tenía, para “salvar a España de sus enemigos” y de la “implantación del comunismo”.[6]

Por otro lado, la reciente historiografía sobre la Guerra Civil ha desmitificado los factores revolucionarios desencadenados por la rebelión militar y la resistencia popular desarrollada, que fue unida a los procesos de colectivización de amplios sectores productivos, desde la tierra a las fábricas y comercios, los transportes o los espectáculos públicos, en una oleada que se extendió por casi toda la retaguardia republicana. Posteriormente, se recondujo como se pudo desde mediados de 1937, tanto para conseguir una mayor eficacia productiva, como por razones políticas para cercenar el enorme poder que, de hecho, habían acumulado los sindicatos (UGT y CNT). Estos, por su parte, compitieron entre sí para ampliar sus respectivas influencias. Inevitablemente, el debate estaba servido entre colectivistas e individualistas y por extensión entre revolucionarios y moderados reformistas.[7]

Garrido 3

Entre los partidarios de consolidar la revolución puesta en marcha se encontraban los sindicatos de la CNT y la UGT, sobre todo su federación de trabajadores de la tierra (FETT); pero también otros grupos minoritarios del PSOE en la órbita de Largo Caballero y del periódico Claridad o los comunistas del POUM, que consideraban compatibles la consolidación de las conquistas revolucionarias y la resistencia militar. Por otro lado, estaban las posiciones de los republicanos, simbolizados por personas como Azaña o socialistas como Negrín y los comunistas del PCE y las JSU, con influencia en organizaciones muy populares como el SRI o Mujeres Antifascistas, que se oponían al establecimiento de un régimen revolucionario, anteponiendo la defensa de una república democrática parlamentaria y reformista.

El debate, de una u otra forma, se mantuvo en la historiografía sobre la Guerra Civil, aunque se cambiase el objeto de atención sobre otros aspectos de la vida cotidiana de la guerra, que evidentemente resultan poco revolucionarios. En última instancia, la gente lo que quería era sobrevivir, y la mayoría de las actitudes por muy revolucionarias que fueran al principio -en el sentido de intentar cambiar el sistema capitalista-, terminaron siendo del tipo de “vive y deja vivir”, sobre todo a partir de 1938 con la resistencia a toda costa propugnada por Negrín y el PCE. Las consecuencias, naturalmente, resultan poco heroicas y bastante prosaicas, bien sean desde posturas oportunistas, cínicas o de mera supervivencia que afectaron, no sólo a la población normal y corriente desideologizada o despolitizada, sino también a los militantes más comprometidos.[8]

Garrido 7

El estudio del proceso colectivizador no está cerrado en absoluto, ni para los emblemáticos y bien conocidos casos de las colectivizaciones anarcosindicalistas de Cataluña y Aragón, ni para los menos difundidos de Castilla-La Mancha, Madrid, Murcia, Levante o Andalucía. Todavía queda por delimitar mejor las diferencias teóricas y prácticas entre las colectivizaciones agrarias e industriales durante la Guerra Civil. Se ha abierto una discusión, con sólidos argumentos y fuentes de primera mano, sobre si realmente las colectiviyzaciones agrarias surgidas en Aragón fueron puestas en marcha principalmente por los anarcosindicalistas urbanos de Barcelona, que trasladaron a las zonas rurales sus esquemas colectivistas pensados para las industrias, pero no para el campo. ¿Qué hubo de cierto en esto? Posteriores investigaciones no han confirmado esa interpretación.[9]

La Guerra Civil provocó una nueva situación en el campo de toda la retaguardia republicana que prácticamente todos los investigadores califican de revolucionaria. En las colectividades agrarias fueron los líderes sindicales y los militantes anarcosindicalistas de la CNT y los socialistas de UGT y PSOE los que desplegaron su dominio. Los sindicatos alcanzaron en toda la zona republicana unos seis millones de afiliados a raíz de un decreto de agosto de 1936 disponiendo la sindicación obligatoria.[10] Pero los partidos obreros y republicanos quedaron en un segundo plano en los primeros meses de la guerra. El poder efectivo no lo tenían, aunque se atribuían la representación genuina de los trabajadores: el PSOE contaba con unos 80.000 afiliados y el PCE con 60.000, aunque este último alcanzó los 250.000 en marzo de 1937.[11]

Garrido 8

El proceso colectivizador no fue un fenómeno dejado a la espontaneidad indeterminada de los trabajadores. No es habitual encontrar como integrantes de los comités directivos de las explotaciones agrarias, ni tampoco en las empresas industriales o del sector servicios, a trabajadores que no estuvieran previamente afiliados a los sindicatos.[12] La razón reside en que muchos de los nuevos colectivistas “que antes de la revolución eran jornaleros o pequeños propietarios, no estaban interesados o no entendían los ideales libertarios o socialistas”.[13] Es lógico que las organizaciones de los trabajadores procurasen, en general, que ningún afiliado reciente alcanzara posiciones de responsabilidad en la nueva organización de la producción; incluso en el caso de que los anteriores propietarios permaneciesen en las tierras o las empresas colectivizadas, se les asignaban tareas complementarias o meramente administrativas, no siendo infrecuente que llevasen la contabilidad de las empresas colectivizadas, ya que muchas veces eran los únicos capacitados para ello.[14] La organización de la producción tampoco fue resultado de la espontaneidad ni de la improvisación. Las organizaciones que dirigieron el proceso fueron los dos grandes sindicatos, CNT y UGT, y cada uno de ellos había elaborado su proyecto económico.[15]

Eso no quiere decir que no hubiera desde el primer momento grandes dificultades, y que no se diese un cierto grado de improvisación, sobre todo por parte de los anarcosindicalistas, como señalaba el dirigente de la CNT y de la Federación Regional de Campesinos de Andalucía (FRCA), Antonio Rosado, refiriéndose, casi exclusivamente, a la comarca de Úbeda y no a toda la provincia de Jaén,[16] donde reconoce que también hubo colectividades de la UGT:

La CNT representaba una mayoría absoluta entre las fuerzas productoras de aquel término y de sus pueblos limítrofes, y la casi totalidad de las fincas agrícolas habían sido colectivizadas por dicha organización. Un número muy reducido de éstas lo habían sido por obreros de la UGT y de filiación republicana. La Federación Regional de Campesinos se veía ante un inmenso trabajo a realizar, sin pérdida de tiempo. Tenía que inspeccionar aquellas colectividades creadas en el fragor de la guerra, procurar de corregir los defectos propios de todo lo improvisado, coordinar sus esfuerzos y controlar su economía en forma eficiente, lo que no resultaba ni fácil, ni grato”.[17]

Según Rosado, también la colectivización socialista tuvo una serie de defectos, que igualmente atribuye a la improvisación. Sin duda alguna, olvidando o quizás ignorando la enorme propaganda realizada durante la Segunda República por la FETT,[18] incrementada desde que la dirigiera Ricardo Zabalza a partir de enero de 1934,[19] a favor de los arrendamientos colectivos y de la colectivización de la tierra.

libro

Aquel ensayo de colectivismo de inspiración marxista representaba una novedad en los medios rurales de nuestra península. No se debía a un proceso de madurez y capacitación de los hombres del agro, y sí de algo improvisado por las exigencias de la guerra, con las dificultades inherentes a un conflicto de tal magnitud”.[20]

Pero en el funcionamiento cotidiano de las colectividades agrarias las principales dificultades se plantearon con la movilización de los responsables, o el cansancio de los mismos ante la multitud de obstáculos que se presentaban en su gestión diaria. Por ejemplo, en Jaén se veían bloqueados por la escasez de transportes para trasladar el aceite y los cereales que se producían. La falta de depósitos hacía que la nueva cosecha no se pudiese recoger, fermentando la aceituna y aumentando la acidez del aceite y, por tanto, deteriorando su calidad.[21]

Más grave resulta la denuncia que hace Rosado respecto al egoísmo de algunas colectividades,[22] que terminaron cerrándose en una economía de autoabastecimiento con un alto grado de autarquía.[23] Se opusieron incluso a llevar la contabilidad para impedir que se fiscalizase su producción y disponer libremente de las cosechas.[24] El abastecimiento de alimentos básicos terminó siendo un grave problema. Inevitablemente, surgió una economía sumergida en la que participaban las colectividades, extendiéndose el estraperlo desde 1938 hasta el final de la guerra.[25] Pero en las colectividades agrarias andaluzas no se pasó hambre. Estaban bien abastecidas de garbanzos, trigo y aceite. Tenían intercambios con Valencia, Alicante y Ciudad Real.[26] Sin embargo, tuvieron a veces problemas con localidades cercanas. En la colectividad de Navas de San Juan sobraba aceite de oliva, pero se negaron a intercambiarlo por trigo con la colectividad de Sabiote. Los campesinos que no pertenecían a las colectividades, se dedicaron por su cuenta al estraperlo para abastecerse en el mercado clandestino de los productos que les faltaban. Cuando la colectividad de Navas de San Juan, una vez acabadas sus existencias de trigo, se dirigió a la de Sabiote, se encontraron con la sorpresa de que ya habían vendido sus excedentes de trigo en Levante y a otros naveros estraperlistas, y no pudieron abastecerles del trigo que necesitaban. En la fábrica de azúcar Hispania, colectivizada por CNT en Málaga, hubo un enfrentamiento con los transportistas de remolacha de Marbella, también de CNT, a los que no les pagaban por lo que los camioneros se encontraron sin poder abastecerse de combustible.[27] Es decir, el afán de lucro individual se mantuvo al margen de las colectividades anarcosindicalistas, socialistas o mixtas CNT-UGT.[28]

El uso del dinero tampoco desapareció, sino que se suplantó por otros medios de pago más flexibles a escala local, como eran los vales emitidos por colectividades o ayuntamientos. La economía de trueque era habitual, utilizándose en cada lugar aquel producto del que había más abundancia, como el trigo, el vino o el aceite.[29]

En las colectividades campesinas faltó sobre todo personal cualificado para que las dirigieran.[30] Las fincas y cortijos expropiados se trabajaban de forma independiente por los colectivistas que tenían asignados, aunque se administrasen y agrupasen todos en una sola colectividad. Gracias a la financiación del IRA, se anticiparon los sueldos del año agrícola de 1936-37, a razón de 5 pesetas por colectivista cabeza de familia, excluyéndose a los que no lo eran, hasta que se liquidó la venta de la cosecha en agosto de 1937. En aquel momento, en el caso de Sabiote, se pagó a cada colectivista 6,5 pesetas. Entonces fue cuando cobraron también los que no eran cabezas de familia.[31] En este sentido, parece fundamental la financiación del IRA a las colectividades, sin cuyos anticipos reintegrables no hubieran sobrevivido en el primer año. Esto es digno de destacarse, puesto que el Ministerio de Agricultura dirigido por el comunista Vicente Uribe, de quien dependía el presupuesto del IRA, estaba en contra de la colectivización que consideraba “forzosa”. Pero si no ayudaban a las colectividades se corría el peligro de que se perdiese una gran parte de las cosechas. El ingeniero jefe del IRA de la provincia de Jaén, Antonio Rueda, para incentivar el buen hacer de las colectividades, estableció unos premios que recibieron las mejores. El primer premio le correspondió en 1937 a la colectividad de Mancha Real, y el segundo a la de Sabiote.[32]

Pero el principal objetivo que tenían los jornaleros y pequeños propietarios o arrendatarios colectivistas, era mejorar su situación económica. Por ello defendieron subidas salariales, o se negaron a trabajar más horas de las que les correspondían. Naturalmente, esto se ha interpretado como una falta de espíritu revolucionario; aunque mejor sería considerar cuál era su capacidad de sacrificio en unas circunstancias de guerra. A los colectivistas y a las mujeres que se integraron en ellas a partir de 1938 por falta de hombres, les interesaba más su situación personal y las de sus familias que las circunstancias de una guerra que apenas se notaba en los pueblos lejanos al frente. A no ser por los refugiados que contaban las atrocidades que cometían los sublevados contra las personas de izquierdas. En una de las pocas alusiones a la colectivización que aparece en la obra de clara propaganda franquista sobre la Guerra Civil de Arrarás, refiriéndose a Málaga se dice:

“La colectivización, tal como se la imagina el proletariado malagueño, no pasa tampoco de una inversión de las jerarquías en el mando de las industrias. En el campo es aun más sencillo: se suprime al propietario, y la tierra pasa a los Sindicatos, a los campesinos colectivizados, que no piensan ya más en siembras ni en cultivos. Esta anarquía, calificada de diversa manera, según sea el partido que la aprecie, no impide que los obreros presenten a los Sindicatos, a los Comités de Control o a quien en esta balumba le corresponda la dirección, nuevas peticiones de mejora, reclamaciones y reivindicaciones sin cuento ni tasa”.[33]

Garrido 5

Esta versión claramente contrarrevolucionaria también aparece en las memorias del periodista conservador polaco Pruszynski, cuando escribía en 1937, sobre qué pensaría el campesinado almeriense al ver que después de quitar el poder a los ricos apenas habían cambiado las cosas:

¿Por qué ni él ni los suyos se habían hecho más ricos, por qué nada había cambiado en su trabajo aparte de esa subida de sueldo de una peseta, con la correspondiente subida de precios en las tiendas? En efecto, nada había cambiado. El flujo de la riqueza de la tierra española se escapaba de las manos del campesino, que era su legítimo propietario”.[34]

Y esa misma impresión de que no había cambiado nada en Málaga, pese a estar en marcha una revolución en la retaguardia republicana, también la recoge la esposa de Gerald Brenan, la escritora norteamericana Gamel Woolsey, quien tenía serias dificultades para distinguir las diferencias ideológicas entre los anarquistas y los socialistas, aun admitiendo el alto grado de sindicalización alcanzado por el campesinado andaluz en los años treinta que, pese a su interpretación, reflejaba una fuerte politización, como ha quedado sobradamente demostrado.[35]

Nuestro pueblo, grande en comparación con los pueblos ingleses, con más de dos mil habitantes, estuvo perfectamente tranquilo, seguro y en orden durante toda la guerra civil excepto en varias ocasiones en las que aparecieron bandas de Málaga. Y lo mismo debió ocurrir en cientos de pueblos de España. Lo gobernaba un comité sindicalista que no recibía ningún salario y que había sido elegido en asamblea por todo el pueblo.

En nuestro pueblo todos eran anarcosindicalistas. Es decir, todos pertenecían a un sindicato porque había que ser sindicalista. Uno del pueblo que no era anarcosindicalista era conocido como «Antonio el de la UGT» porque trabajaba en una fábrica azucarera y pertenecía a la UGT, un sindicato socialista al que pertenecían muchos trabajadores de las azucareras. (…) Pero no creo que a nadie se le pasara por la cabeza que hubiera alguna diferencia ideológica. En realidad no había ninguna. La mayoría no tenía la más mínima orientación política, y los que la tenían eran anarquistas en el sentido más simple y vago de la palabra. Es decir, eran federalistas y creían en un poder central lo más pequeño posible (o ninguno) y en el pueblo como unidad de la vida política; creían en los derechos naturales y en la dignidad natural del hombre, incluso de los más pobres y miserables. Eran partidarios de un tipo de posesión comunal de la tierra (…)”.[36]

Pero es evidente que la revolución tenía un alto contenido ideológico de violencia anticlerical.[37] El que no se tengan en cuenta los aspectos ideológicos, sobre todo los religiosos y culturales, introduce una gran debilidad en los análisis basados en factores estructurales sociales, económicos o sólo políticos. Porque es necesario conocer lo que sentían o pensaban los participantes y protagonistas revolucionarios en la Guerra Civil, o saber por qué no se implicaron o comprometieron otros muchos.

En la guerra siempre existió el interrogante, convertido en rumor por todos los pueblos de la retaguardia republicana, de para qué trabajar en las tierras de las fincas y cortijos colectivizados, si cuando todo acabase se los iban a devolver a sus propietarios.[38] Aunque hubo muchos voluntarios ilusionados por defender un mundo mejor, también hubo otros que sí pudieron librarse así lo hicieron.[39] La mayoría participaron forzados por las circunstancias del reclutamiento militar; pero ¿cuántos fueron voluntarios? ¿Cuántos ocuparon cargos en las colectividades para evitar ir al frente?[40]

En Medina Sidonia (Cádiz), ocupada casi inmediatamente por los militares sublevados, algunos se afiliaron a Falange para protegerse, a pesar de que antes habían sido socialistas o anarcosindicalistas “pero no estaban convencidos de nada”.[41] Lo que sucede es que una cosa era la visión de los militantes concienciados y otra la de las personas que no estaban ideologizadas. Juan Pinto, vecino de Casas Viejas, dejó constancia de su incapacidad para comprender la revolución colectivizadora anarcosindicalista:

“No entiendo estas cosas del socialismo o del comunismo porque no tengo educación. No voy a luchar por el comunismo libertario, porque no lo entiendo. Además, si llega el socialismo o el comunismo libertario, tengo que seguir haciendo lo mismo: trabajar. ¿Cómo puedo pretender saber algo si soy analfabeto?”[42]

Pero en Grazalema (Cádiz), según el antropólogo Pitt-Rivers, en las primeras semanas de la Guerra Civil hasta que cayó en poder de los sublevados, se implantó el comunismo libertario

El dinero fue abolido, y en el pueblo fue establecida una oficina central de cambio, oficina que se encargaba de recoger todo el producto de las cosechas, efectuando luego su redistribución de acuerdo con una especie de sistema de racionamiento. Así, aunque era claro que la situación exigía medidas extraordinarias y este ejemplo no pueda ser considerado como concluyente, la toma del poder por los anarquistas puso al pueblo no sólo teóricamente, en manos de un solo grupo político, sino que le dio una organización económica «diferente». Existen indicios de que esta concepción del pueblo en la mente de los anarquistas de las pequeñas localidades creó una cierta tensión entre la jefatura regional y la comunidad local. Los jefes anarquistas de las grandes ciudades intentaron intervenir, en interés de la organización, en lo que los anarquistas de los pueblos consideraban como derechos autónomos del pueblo que ellos mismos representaban, por lo que a menudo ofrecieron resistencia”.[43]

MembrillaLaPequeñaRusia
Membrilla “La pequeña Rusia” de La Mancha (RedPress)

Como se puede apreciar, son situaciones diametralmente opuestas a las defendidas para el caso de Aragón por Casanova, quien considera que los milicianos de la CNT procedentes de Barcelona trasladaron sus esquemas de valores urbanos y los impusieron por la fuerza de las armas a los campesinos. Otra interpretación distinta de los acontecimientos revolucionarios nos la aporta un militante activo que asume un liderazgo en algunas colectividades, bien preparado en temas de contabilidad y muy concienciado, como era el anarcosindicalista onubense Luciano Suero. Trabajó primero en la colectividad agraria de Daimiel (Ciudad Real) y después en la de Torreperogil (Jaén).[44]

era el momento oportuno y exacto para comenzar la marcha y colectivizar el trabajo del campo, donde los propios trabajadores dieran los primeros pasos, poniendo en marcha un sistema hasta aquel momento desconocido y anhelado por los hambrientos de la tierra y de las fábricas abandonadas por los que se habían comprometido con la insurrección y el movimiento fascista”.[45]

En la provincia de Jaén, su labor fue la de reorganizar la colectividad agraria de Torreperogil, cuyas deficiencias eran evidentes cuando llegó en 1937. Procedió a normalizar la situación, legalizándola de acuerdo con las directrices promulgadas por el Ministerio de Agricultura en el decreto de 7 de octubre de 1937, y homologando el funcionamiento de la colectividad a la de una empresa agraria (actas de incautación, elección de un comité de administración por la Asamblea General, libros de contabilidad, de almacén, inventario). En contra de lo sostenido por muchos anarquistas, y de lo ocurrido en otras colectividades agrarias, no sólo no se suprimió el dinero, ni se pagaba un salario familiar -probablemente porque cuando llegó Suero en 1937 ya se había suprimido-, sino que se hacía según un listado de tipos de trabajo, donde estaba claramente establecido qué remuneración correspondía a cada colectivista por los mismos. Las listas de tareas eran confeccionadas por los delegados de cada grupo, que a su vez habían sido elegidos por los propios trabajadores. Este mismo procedimiento se había seguido en Daimiel. El comité de administración de acuerdo con la Asamblea General decidía sobre qué se producía y cómo se distribuía. Aunque en cada colectivo se administraba la finca con su propio comité. Como era habitual en el pasado, en Torreperogil -e igual sucedía en Sabiote y seguramente en el resto de las colectividades- los colectivistas masculinos residían en los cortijos y fincas que tenían asignados, donde permanecían semanas enteras sin sus familias, al autoabastecerse del pan -base fundamental de la dieta- en los hornos que había en cada uno. Volvían al pueblo cuando “consideraban oportuno darse a sí mismos un descanso”; normalmente, era cuando necesitaban cambiarse de ropa. Lo que llamaban ir a por la muda, aprovechando para ir al barbero coincidiendo con un sábado o domingo. Además, así veían a sus familias.

Como sucedía en Sabiote con la colectividad de UGT, en la de CNT de Torreperogil se entregaba parte de la producción a un Comité de Abastos, que atendía las necesidades del frente de Jaén-Córdoba en el sector de Andújar. A diferencia de Sabiote, donde sólo se producía trigo, desde Torreperogil se enviaban productos como aceite, cereales, leguminosas, ganado y madera. Curiosamente, Suero no hace alusión al vino, porque debían consumirlo in situ y no había excedentes comercializables. Lamentaba, eso sí, la falta de riego para las olivas y otros cultivos (viñedo), aprovechando las aguas del Guadalquivir. En lo que fue un adelantado para su época, reflejando un espíritu innovador y emprendedor.

Según Luciano Suero, la importancia económica de la colectividad de la CNT en Torreperogil era menor que las de Ciudad Real, y sobre todo la de Daimiel, en cuya administración había tenido cargos de responsabilidad y participado directamente, como posteriormente lo hizo en la jiennense. Pero llama la atención la preocupación por mejorar la calidad de lo producido, con la instalación de sistemas de regadío mediante pozos, selección de especies de ganado, y la lucha contra enfermedades que afectaban al viñedo, a la patata o a otras semillas, “cambiándolas y renovándolas”. Se esforzaron por mejorar las instalaciones con la construcción de abrevaderos para el ganado y cochiqueras para los cerdos. Mejoraron el cuidado de olivas abandonadas desde hacía tiempo por sus dueños. Ganaron terreno al bosque y a los cotos de caza para dedicarlos al cultivo, con lo cual “se incrementó la producción de todas las variantes de los cereales, así como de las frutas”. Es decir, los resultados económicos obtenidos parece que fueron bastante positivos:

En aquellos años, en la provincia de Jaén, el aceite era abundantísimo y las colectividades pusieron a disposición de la oficina del aceite la producción sobrante después del intercambio con otras colectividades que carecían de este dorado producto. Es más y lo decimos claro para que nadie lo lea entre líneas que cuando acabó la guerra civil, el 29 de marzo de 1939, en la provincia de Jaén, había aceite para media Europa. Las bodegas llenas de vino hasta rebosar; los graneros repletos; las ganaderías incrementadas en un 85% sobre lo que habían dejado sus antiguos dueños”.[46]Garrido 1

Colectivizar no equivalía, pues, a iniciar un proceso de incierto resultado que dependiera de decisiones de asambleas obreras espontáneamente reunidas. Colectivizar era sindicalizar una parte de la economía y de la producción; convertir a los sindicalistas en responsables y dirigentes del proceso productivo. De hecho, las colectividades se definían por el sindicato que estaba a su frente: unas eran colectividades de la CNT, otras de la UGT y otras mixtas CNT-UGT. Pero hubo muy pocas colectividades que no fueran dirigidas por las organizaciones de los trabajadores, consecuencia lógica de haber sido precisamente los sindicatos los agentes de la colectivización. De hecho, en algunos casos aparecieron, nominalmente, colectividades de algún partido republicano (Izquierda Republicana o Unión Republicana) e incluso del PCE, que estaba en contra de la colectivización forzosa; pero eran en realidad cooperativas. También hubo algunas municipalizaciones de servicios que no pueden considerarse verdaderas colectivizaciones, aunque las dirigiesen los trabajadores anarcosindicalistas o ugetistas.[47]

En la mayor parte de los casos, las fincas colectivizadas habían sido ocupadas o incautadas por comités sindicales inmediatamente después del golpe militar, cuyos propietarios habían huido o estaban muertos. Eran esos mismos comités los que convocaban las asambleas de jornaleros y pequeños campesinos y los que normalmente resultaban elegidos por votación a mano alzada -si es que realmente había elección y no una mera ratificación de los comités sindicales- para dirigir la nueva forma de organización de la producción. Este hecho explica, ante todo, que los cambios en el sistema económico inducidos por la colectivización agraria, nunca tuvieran una pauta uniforme y sólo afectaron a una parte de la actividad económica. La colectivización no fue decisión de un poder central revolucionario con capacidad para organizar toda la economía y la producción según un mismo modelo. Fue decisión de las organizaciones sindicales de cada localidad rural, empresa industrial o de servicios, y se realizó sólo allí donde los sindicatos locales tenían fuerza, o donde los refugiados huidos de la zona franquista las organizaron. En Cataluña, por ejemplo, donde la CNT tuvo que competir con los sindicatos agrícolas bien coordinados, adheridos o no a la Unió de Rabassaires y con ERC, hubo menos colectividades agrarias,[48] mientras que la industria de Barcelona se colectivizó casi por completo.[49] En Aragón, la CNT impuso la colectivización de abajo arriba, como ha demostrado Alejandro Díez Torre de manera concluyente, en contra de la interpretación tradicional sobre que fue el nuevo poder surgido de las milicias anarcosindicalistas el que impuso la colectivización. Una interpretación por cierto que arranca de las memorias de Enrique Lister[50] y de la historia oficial del PCE sobre la Guerra Civil.[51] Sin embargo, en otras ocasiones fue precisamente el poder político el que evitó la colectivización, como ocurrió en el País Vasco, pese a tener los antecedentes de las cooperativas de consumo en la comarca del Gran Bilbao o la cooperativa industrial Eibarresa Alfa de inspiración socialista. La moderación de los socialistas y la debilidad de los sindicatos -con apenas unos 46.000 afiliados a UGT y unos 37.000 al sindicato nacionalista ELA/STV- junto a la hegemonía del PNV, impidió que se abriera un proceso de cambio revolucionario,[52] similar al que tuvo lugar en el resto de la retaguardia republicana.colectividades_agrarias_aragon

CONCLUSIONES

Cuando estalla la Guerra Civil la actitud del movimiento jornalero español, independientemente de su adscripción socialista o anarquista, puede calificarse como revolucionaria, manifestando un fuerte rechazo a la distribución de la propiedad imperante y anhelando un cambio radical en el estado de cosas, que debía concretarse en el acceso a la tierra. Este comportamiento de los jornaleros era común a otras zonas del sur de Europa en determinadas fases de los movimientos de trabajadores rurales, que llegan a su culminación en la década de 1930 coincidiendo con el desmoronamiento del mundo rural tradicional al imponerse definitivamente las prácticas correspondientes a la economía de mercado. Esto hizo que los jornaleros fuesen más receptivos a las ideologías revolucionarias, ya fueran “científicas”, “utópicas” o “milenaristas”, teniendo en cuenta que, desde su punto de vista, no solo del campesinado en general, sino de los afiliados y simpatizantes más motivados y movilizados las diferencias entre ellas eran borrosas. La “utopía revolucionaria” más lógica en la zona republicana fue la contestación al predominio de la economía de mercado. Una respuesta racional ante las condiciones laborales en las que se desenvolvían los trabajadores de la tierra.

La colectivización agraria representó la puesta en práctica tanto de una primera experiencia de economía social como de una “utopía revolucionaria”: la reivindicación de un mundo de austeridad y no de riqueza, de un orden moral presidido por el igualitarismo y la solidaridad, por el derecho a la subsistencia, por el derecho a la tierra para los que la trabajaban.[53] Las posturas más ideologizadas de los anarquistas arraigaron entre los jornaleros y pequeños agricultores pobres, especialmente los considerados “obreros conscientes”: vegetarianismo, naturismo, abstinencia de alcohol y otras actitudes ascéticas, simbolizadas en el imaginario colectivo en la supresión del dinero.

La alternativa colectivizadora de los sindicatos socialistas y anarquistas a los problemas que se les estaban planteando a las clases trabajadoras españolas, se configuró durante la Guerra Civil en un orden contrario a la ostentación y al disfrute de las riquezas, presidido por el igualitarismo y la solidaridad de clase basado en el trabajo de las tierras colectivizadas que habían pasado a sus manos. Por tanto, al estar interesados en conservarlas y cuidarlas con un mayor esmero, indirectamente, contribuían a sostener su equilibrio ecológico, para que no se agotasen y que les permitiesen vivir dignamente en sus lugares de origen sin necesidad de verse obligados a emigrar, como así sucedió en el franquismo cuando se vio que no había ninguna esperanza de mantenerse en los pueblos por falta de trabajo. No se trataba en las colectividades agrarias de perpetuar el mismo método de explotación practicado por los propietarios privados anteriores, cuyo fin era obtener el máximo beneficio, con la consiguiente sobrexplotación y agotamiento de los recursos disponibles, sino de conseguir un crecimiento sostenible a largo plazo manteniendo la agricultura orgánica avanzada. Los sindicatos rurales creían que los procesos agrícolas elementales se podían disponer de forma ininterrumpida en línea secuencial. El problema es que, como destaca Nicholas Georgescu-Roegen, sencillamente no resulta posible porque dependen de la Naturaleza. Las colectividades agrarias no podían impedir que la Naturaleza siguiese imponiendo el momento en que debía iniciarse el proceso agrícola elemental, si se quería obtener una buena cosecha. En realidad, este hecho ha constituido un obstáculo invencible en la lucha de la población por alimentarse, independientemente de que el sistema económico fuese capitalista o socialista.[54] Esto imposibilitaba, por lo general, la utilización del sistema fabril en la agricultura, aunque posiblemente como indica Seidman, “los campesinos deseaban las ventajas y alegrías que los trabajadores industriales urbanos habían logrado”.[55]

Garrido 6

La colectivización agraria no solo se proponía mejorar el sistema productivo y extender la economía social, sino que también aspiraban a conseguir un mayor bienestar para los colectivistas y suprimir “la explotación del hombre por el hombre”. En este sentido, representaban una alternativa integral frente al modelo de desarrollo económico basado en la economía de mercado y el sistema capitalista, ya que desde la óptica sindical de los años treinta la innovación tecnológica y la expansión económica no eran unos fines en sí mismos, sino unos medios para conseguir mejorar su calidad y nivel de vida. Llevados hasta sus últimas consecuencias estos argumentos, cabría interpretarse que, en tanto las colectividades rurales garantizaban el sostenimiento de la actividad agraria y la permanencia de la población en sus pueblos, hubiera resultado menos atractiva la emigración a las ciudades y zonas industriales. También se hubiera conseguido proteger mejor el medio ambiente, porque la agricultura explota más eficazmente y redistribuye la energía, fundamentalmente, con el flujo de baja entropía que llega a la tierra por la irradiación del sol.[56]

Las colectividades se constituyeron principalmente en las tierras ocupadas e incautadas a los grandes y medianos propietarios; pero, sin duda, muchos pequeños propietarios o arrendatarios, se vieron perjudicados en sus intereses económicos de forma directa o indirecta por la colectivización agraria. El caso andaluz es muy parecido a los de Castilla y Extremadura; pero el perjuicio sufrido por algunos de los pequeños campesinos en los casos de Levante y Cataluña, parece que estuvo más relacionado con la escasa superficie asignada al cultivo familiar, que con la colectivización forzosa. Dentro de estos condicionantes, las cada vez mejor conocidas colectividades agrarias catalanas y aragonesas demuestran, en contra de la interpretación tradicional, que la colectivización agraria fue casi siempre una decisión personal y libre.

En todas las zonas se dieron grandes similitudes en el funcionamiento interno de las colectividades agrarias, tanto por lo que se refiere al salario familiar mientras se mantuvo, como a la tipología colectivista. En Aragón, Granada o Málaga el proceso colectivista llegó a ser más integral con la abolición del dinero, la utilización de vales o la implantación de la cartilla de consumo familiar. Pero no aparecen diferencias provinciales importantes entre las colectividades agrarias autogestionadas por los campesinos anarcosindicalistas o socialistas, las secciones de trabajo colectivo administradas por los consejos municipales, o las cooperativas de base múltiple, puestas en marcha por comunistas y socialistas. Todas ellas se correspondían con el control sindical o municipal, dependiendo uno u otro de la correlación de fuerzas políticas locales.

Garrido 16

Las colectividades agrarias fueron organizadas por los afiliados de los sindicatos, pero su consolidación fue obra del trabajo y la propaganda de las centrales sindicales. Éstas compitieron frecuentemente entre ellas, por el logro de sus objetivos y por ampliar su influencia. En Castilla-La Mancha y Andalucía la mayoría de las colectividades agrarias siguieron los principios socialistas, en vez de los anarcosindicalistas como sí ocurrió en Aragón y Cataluña. Pero eso no impidió que ambas organizaciones colaborasen en las colectividades mixtas CNT-UGT, que fueron especialmente importantes en Levante.

Pese a la precariedad de la experiencia y las circunstancias bélicas en las que se desenvolvieron, para muchas de las mujeres y hombres que participaron voluntaria y entusiásticamente en las colectivizaciones, ante todo supusieron la puesta en práctica de una alternativa social y económica para sacar adelante a sus familias. Para los que se sublevaron contra la República eso era peligrosamente revolucionario.

 
Abreviaturas
 
AIT: Asociación Internacional de Trabajadores.
CNT: Confederación Nacional del Trabajo.
ELA/STV: Eusko Langileen Alkartasuna-Solidaridad de los Trabajadores Vascos.
FAI: Federación Anarquista Ibérica.
FETT: Federación Española de Trabajadores de la Tierra-UGT.
FIJL: Federación Ibérica de Juventudes Libertarias.
FNTT: Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra-UGT.
FRCA: Federación Regional de Campesinos de Andalucía-CNT.
FRCL: Federación Regional de Campesinos de Levante-CNT.
IISH: International Institute of Social History.
IR: Izquierda Republicana.
IRA: Instituto de Reforma Agraria.
JJLL: Juventudes Libertarias.
JSU: Juventudes Socialistas Unificadas.
PCE: Partido Comunista de España.
PNV: Partido Nacionalista Vasco.
POUM: Partido Obrero de Unificación Marxista.
PSOE: Partido Socialista Obrero Español.
SRI: Socorro Rojo Internacional.
UGT: Unión General de Trabajadores.
UR: Unión Republicana.
 
[1] http://orcid.org/0000-0002-3238-1755

[2] Macario ROYO (1934). Cómo implantamos el comunismo libertario en Mas de las Matas. Barcelona: Iniciales, en http://rafaelmartipanchovilla.blogspot.com.es/search/label/Teruel (consulta marzo 2019). Helmut RÜDIGER (1938). El anarcosindicalismo en la revolución española. Barcelona: CNT. Una visión desmitificadora de las colectividades en Michael SEIDMAN (2003). A ras de suelo. Madrid: Alianza, pp. 107-110, aunque los casos de Girona y Huesca matizan algunas de sus interpretaciones, Marciano CÁRDABA (2002). Campesinos y revolución en Cataluña. Madrid: Fundación Anselmo Lorenzo. Pelai PAGÈS (2013). El sueño igualitario entre los campesinos de Huesca. Huesca: Sariñena. Francisco J. RODRÍGUEZ-JIMÉNEZ (2015). “Reseña de Palai Pagès, El sueño…”, Historia Agraria, (67), 234-239.

[3] Fuentes: Pascual CARRIÓN (1973). La reforma agraria de la Segunda República y la situación actual de la agricultura española. Ariel: Barcelona. Aurora BOSCH (1982). Colectivizaciones en el País Valenciano durante la Guerra Civil (1936-1939). Valencia: Universidad de Valencia, Tesis doctoral. Juan GONZÁLEZ y Jesús ROMERO (1982). “La colectividad mixta (UGT-CNT) de Bullas”. Áreas, (2), 73-81. Walther BERNECKER (1982). Colectividades y revolución social. Barcelona: Crítica. Julián CASANOVA, Comp. (1988). El sueño igualitario. Zaragoza: Institución Fernando el Católico. Marciano CÁRDABA (2002). Luis GARRIDO-GONZÁLEZ (2003). Colectividades agrarias en Andalucía: Jaén (1931-1939). Jaén: Universidad de Jaén. Alejandro R. DÍEZ (2003). Orígenes del cambio regional y turno del pueblo en Aragón, 1900-1938. Volumen II. Solidarios. Un turno del pueblo Aragón, 1936-1938. Madrid: UNED-PUZ. Antonio VARGAS (2007). Guerra, revolución y exilio de una anarcosindicalista. Datos para la historia de Adra. Almería: autor, pp. 83-85. PAGÈS (2013).

[4] Francisco COBO (2006). “Labradores y granjeros ante las urnas: el comportamiento político del pequeño campesinado en la Europa Occidental de entreguerras. Una visión comparada”. Historia agraria (38), 47-74. Luis GARRIDO-GONZÁLEZ (2007). “Politización del campesinado en los siglos XIX y XX. Comentario al monográfico «Política y campesinado en España»”. Historia Agraria, (41), 135-165.

[5] Francisco ESPINOSA (2007). La primavera del Frente Popular. Los campesinos de Badajoz y el origen de la guerra civil (marzo-julio de 1936). Barcelona: Crítica.

[6] La dominación roja en España. Causa General instruida por el ministerio fiscal, Dirección General de Información Publicaciones Españolas, Madrid, 1953.

[7] Las discusiones se centraron en si se debía anteponer ganar la guerra a hacer la revolución. A título de ejemplo, véase Manuel DELICADO (1937). Los problemas de la producción, la función de los sindicatos y la unidad sindical. Informe pronunciado ante el Pleno del C.C. del Partido Comunista, celebrado en Valencia, en los días del 18 al 21 de junio de 1937. Madrid: PCE. Actas del Pleno Nacional de Regionales CNT-FAI-FIJL celebrado del 16 al 30 de octubre de 1938. CDMH Salamanca, Político Social Barcelona, caja 1429. Acuerdos del Pleno Económico Nacional Ampliado, 15 al 23 de enero de 1938, CNT, Barcelona.

[8] Xavier PANIAGUA (1982). La sociedad libertaria. Barcelona: Crítica. Ferran GALLEGO (2007). Barcelona, mayo de 1937. Barcelona: Debate. Borja DE RIQUER (2008). “Cataluña durante la Guerra Civil. Revolución, esfuerzo de guerra y tensiones internas”, en Julián CASANOVA y Paul PRESTON, Coords. La guerra civil española (pp. 161-195). Madrid: editorial Pablo Iglesias. Josep Antoni POZO (2015). Del orden revolucionario al orden antifascista. La lucha política en la retaguardia catalana (septiembre de 1936-abril de 1937). Sevilla: Espuela de Plata. Mercedes VILANOVA (1996). Las mayorías invisibles. Barcelona: Icaria. Anna MONJO y Carme VEGA (1986). Els treballadors i la guerra civil. Hisòria d’una indústria catalana col·lectivitzada. Barcelona: Empúries. Anna MONJO (2003). Militants. Participació i democràcia a la CNT als anys trenta. Barcelona: Alertes. Rafael GIL BRACERO y Mario LÓPEZ MARTÍNEZ (1997). Motril en guerra. De la República al franquismo (1931-1939). La utopía revolucionaria. Granada: Asukaría. Rafael GIL BRACERO (1998). Revolucionarios sin revolución. Marxistas y anarcosindicalistas en guerra: Granada-Baza, 1936-1939. Granada: Universidad de Granada. José Luis GUTIÉRREZ (1977). Colectividades libertarias en Castilla. Madrid: Campo Abierto. Alejandro DÍEZ (2009). Trabajan para la eternidad. Colectividades de trabajo y ayuda mutua durante la Guerra Civil en Aragón. Madrid: La Malatesta-PUZ. Frank MINTZ (2006). Autogestión y anarcosindicalismo en la España revolucionaria. Madrid: Traficantes de Sueños.

[9] Julián CASANOVA (1985). Anarquismo y revolución en la sociedad rural aragonesa, 1936-1938. Madrid: Siglo XXI. La nueva interpretación en DÍEZ (2003, 2009).

[10] Emili GIRALT; Albert BALCELLS y Josep TERMES (1970). Los movimientos sociales en Cataluña, Valencia y Baleares (p. 130). Barcelona: Nova Terra.

[11] Manuel TUÑÓN DE LARA y Mª Carmen GARCÍA-NIETO (1981), “La Guerra Civil”, en Manuel TUÑÓN DE LARA, dir., La crisis del Estado: Dictadura, República, Guerra (1923-1939) (pp. 241-545). Barcelona: Labor.

[12] SEIDMAN (2003: 205, 211-212).
[13] SEIDMAN (2003: 206).

[14] La administración en el campo. Normas para la organización administrativa, basadas en la aplicación de un sistema único de contabilidad que deberá llevarse en las colectividades cooperativas confederales de trabajadores campesinos. Trabajo presentado por la Federación Regional de Campesinos de Levante, Valencia: CNT-AIT, 1937. Ricard PIQUÉ (1937). L’aspecte econòmico – comptable de la col·lectivització. Barcelona: Bosch.

[15] Luis GARRIDO-GONZÁLEZ (2008). “Las alternativas económicas anarquistas y comunistas”, en Enrique FUENTES-QUINTANA y Francisco COMÍN, eds. Economía y economistas españoles durante la Guerra Civil (tomo 2, pp. 277-311). Barcelona: Galaxia Gutenberg.

[16] Como cree equivocadamente Ángel SODY (2003). Antonio Rosado y el anarcosindicalismo andaluz. Morón de la Frontera (1868-1978). Barcelona: Carena. Véase en Antonio ROSADO (1938). Orientaciones a sindicatos y colectividades. Úbeda: FRCA. Antonio ROSADO (1938). Los campesinos de la CNT y el colectivismo agrario. Úbeda: FRCA.

[17] Antonio ROSADO (1979). Tierra y libertad. Memorias de un campesino anarcosindicalista andaluz (p. 150). Barcelona: Crítica. En una zona predominantemente anarcosindicalista como Huesca también funcionaron colectividades de UGT, PAGÈS (2013: 122).

[18] El Obrero de la Tierra (1932-1936). ESPINOSA (2007).

[19] Sustituyó al zapatero madrileño Lucio Martínez Gil, quien habían dirigido la FNTT con criterios reformistas y más moderados desde su fundación en 1930.

[20] ROSADO (1979: 151).

[21] ROSADO (1979: 152). Confirmado en la información oral del socialista Ginés Vilches, quien participó en la colectividad de Sabiote (Jaén). Ginés VILCHES (1982). Entrevistas a Ginés Vilches grabadas en Madrid en marzo de 1982.

[22] ROSADO (1979: 152).
[23]  VILCHES (1982). SEIDMAN (2003: 255-258).
[24] ROSADO (1979: 153).
[25] VILCHES (1982). SEIDMAN (2003: 203, 260).
[26] Confirmado en ROSADO (1979: 186-192, 197-205) y en VILCHES (1982).

[27] Y así lo denunciaron ante el gobernador civil, Lucía PRIETO y Encarnación BARRANQUERO (2007). Población y Guerra Civil en Málaga: caída, éxodo y refugio (pp. 49, 63). Málaga: CEDMA. Las decisiones del alcalde socialista de Torre Alháquime (Cádiz) para garantizar los suministros, fueron interpretadas por falangistas en la Causa General como una implantación del “comunismo libertario”, Fernando ROMERO (2009). Socialistas de Torre Alháquine (p. 67). Granada: Tréveris.

[28] VILCHES (1982), quien fue responsable del Comité de Abastos de su pueblo Sabiote. Las dificultades para el abastecimiento de alimentos y las rivalidades entre colectividades vecinas, en ROSADO (1979: 163-172). SEIDMAN (2003: 292). El ánimo de lucro, en SEIDMAN (2003: 103).

[29] Confirmado para otras zonas como Lérida, Huesca y Barcelona en SEIDMAN (2003: 152, 199, 259-260).

[30] ROSADO (1979: 178-179). VILCHES (1982).
[31] VILCHES (1982).
[32] Ibid.

[33] Joaquín ARRARÁS (1942). Historia de la Cruzada española (p. 83). Madrid: Ediciones Españolas.

[34] Ksawery PRUSZYNSKI (2007). En la España roja (pp. 158-159). Barcelona: Alba.
[35] GARRIDO-GONZÁLEZ (2007: 135-165).

[36] Gamel WOOLSEY (2005). El otro reino de la muerte. Los primeros días de la Guerra Civil en Málaga (pp. 91-92). Málaga: Ágora.

[37] Ronald FRASER (1979). Recuérdalo tú y recuérdalo a otros. Historia oral de la guerra civil española (tomo I, pp. 173-178). Barcelona: Crítica. George COLLIER (1997). Socialistas de la Andalucía rural. Los revolucionarios ignorados de la Segunda República (pp. 178-190). Barcelona: Anthropos.

[38] VILCHES (1982).
[39] SEIDMAN (2003).
[40] ROSADO (1979: 152).

[41] Jerome MINTZ. (1999). Los anarquistas de Casas Viejas (p. 414). Granada: Diputación de Granada-Diputación de Cádiz. Confirmado para Sabiote (Jaén) en VILCHES (1982).

[42] MINTZ (1999: 438).

[43] Julian PITT-RIVERS [1954] (1971). Los hombres de la Sierra (pp. 17, 31-32). Barcelona: Grijalbo. Otro ejemplo en Churriana (Málaga) con parecidos argumentos, en WOOLSEY (2005: 98, 122).

[44] Jesús GUTIÉRREZ (2008). “Daimiel en guerra: la vida de un pueblo manchego en zona republicana”, en Francisco ALÍA y Ángel Ramón DEL VALLE, coords. La Guerra Civil en Castilla-La Mancha 70 años después (pp. 1.197-1.222). Cuenca: Universidad de Castilla-La Mancha.

[45] Luciano SUERO (1982). Memorias de un campesino andaluz en la revolución española (p. 94). Madrid: Queimada.

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[55] SEIDMAN (2003: 109).
[56] GEORGESCU-ROEGEN (1996).

mardi 15 octobre 2024

Du Trop De Réalité et Ce Qui N'a Pas De Prix : Annie Le Brun à Tropiques

 

C’est la guerre, une guerre qui se déroule sur tous les fronts et qui s’intensifie depuis qu’elle est désormais menée contre tout ce dont il paraissait impossible d’extraire de la valeur. S’ensuit un nouvel enlaidissement du monde. Car, avant même le rêve ou la passion, le premier ennemi aura été la beauté vive, celle dont chacun a connu les pouvoirs d’éblouissement et qui, pas plus que l’éclair, ne se laisse assujettir.

Y aura considérablement aidé la collusion de la finance et d’un certain art contemporain, à l’origine d’une entreprise de neutralisation visant à installer une domination sans réplique. Et comme, dans le même temps, la marchandisation de tout recours à une esthétisation généralisée pour camoufler le fonctionnement catastrophique d’un monde allant à sa perte, il est évident que beauté et laideur constituent un enjeu politique.

Jusqu’à quand consentirons-nous à ne pas voir combien la violence de l’argent travaille à liquider notre nuit sensible, pour nous faire oublier l’essentiel, la quête éperdue de ce qui n’a pas de prix ?