jeudi 18 juillet 2024

Roberto Conesa, policia cazarrojos

FUENTE: https://www.publico.es/politica/policia-cazarrojos-infiltro-pce-aniquilarlo-franquismo.html
 
El policía 'cazarrojos' que se infiltró en el PCE para aniquilarlo durante el franquismo. Roberto Conesa captó a militantes comunistas para que delatasen a sus compañeros. El historiador Fernando Hernández relata en 'Falsos camaradas' el duro golpe que sufrió el Partido en 1947.

"La mejor astilla es de la misma madera". Roberto Conesa, policía de la Brigada Político Social y enemigo número uno del PCE, tenía claro que para desarticular las organizaciones de izquierda durante el franquismo no bastaba con infiltrarse en ellas, sino que también era necesario captar a sus militantes. Sus confesiones a la revista Cambio 16 en 1977 revelan el modus operandi de un agente que estudió a conciencia la psicología de los insurrectos y que se empapó de la terminología revolucionaria para pasar por uno de ellos.

También desplegaba sus técnicas en los interrogatorios de los detenidos en la temida Dirección General de Seguridad, en la Puerta del Sol, donde podía pegarle un puñetazo a una mujer y luego pedirle perdón, decirle que la quería porque era una "desgraciada" e insistirle en que su pareja la engañaba, caso de Eva Forest, quien tras el chantaje emocional sentía la gelidez del cañón de una pistola en la sien. El marido, la esposa, los hijos… Roberto Conesa carecía de escrúpulos y aludía a los más seres más queridos de los arrestados para que cantasen.

"Vas en busca de otras piezas. Vas a bajar la pieza como el buen cazador. Luego, que la coma otro. Vas siguiendo el rastro para que el detenido sirva de cimbel", declaraba a Cambio 16 en referencia al método que empleaba para que unos militantes delatasen a otros, aun a riesgo de que muriesen durante las torturas, "por su culpa, por sus propios hechos", algo que, hipócritamente, decía lamentar en la entrevista. ​​"Como hay cazadores que ven la pieza bonita y después de haberla matado dicen: qué pena, qué pena no haberla podido coger viva para presentar este ejemplar, ¿comprende?".

Mitin en el Monumental Cinema, donde el PCE fundaría el Frente Popular.
Mitin en el Monumental Cinema, donde el PCE fundaría el Frente Popular. BNE

Roberto Conesa Escudero (Madrid, 1917-1994) era menudo, "madrileño por los cuatro costados", padecía acidez de estómago y fue descrito por el diario católico Ya como "un ejemplo de dedicación y vocación", sin hijos, porque "todo su amor está depositado en la Policía". Un "enamorado" de su profesión, su "medio de vida", en las propias palabras de un agente que trabajaba "con entusiasmo y con fe", hacedor de delaciones y confesiones a cualquier precio. "Un remedo de Eliot Ness del barrio de la Arganzuela", escribe el historiador Fernando Hernández Sánchez en el libro Falsos camaradas (Crítica).

Su carrera fue meteórica. En 1939 entró como agregado de la Brigada Político Social y, dos años después, participó como infiltrado en la reconstrucción del Socorro Rojo, a cargo de militantes de las Juventudes Socialistas Unificadas, que llevó a la detención y al fusilamiento de decenas de jóvenes, incluidas las Trece Rosas. También intervino en el arresto de comités y militantes del PSOE, la UGT, la CNT y otras organizaciones clandestinas como el PCE, con operaciones en Madrid, Zaragoza, Lleida y quizás en Barcelona, donde cayeron ochenta militantes, un duro revés para el PSUC.

Así, el Partido Comunista lo llegó a considerar "su más implacable enemigo, como lo prueba el odio que se manifiesta hacia su persona en toda cuanta propaganda edita, principalmente en su órgano de difusión Mundo Obrero, en el que raramente se le deja de amenazar", según una memoria de la Jefatura Superior de Policía. Paradójicamente, Roberto Conesa también se infiltró en el órgano oficial de comunicación del PCE y llegó a imprimir ejemplares falsos en una rotativa clandestina requisada por la Policía. A veces, cometía errores deliberadamente con la intención de reunir a los cuadros para que lo instruyesen y, de paso, darles caza.

La penetración en el PCE provocó la caída, entre octubre de 1946 y enero de 1947, de numerosos militantes: más de 2.000 detenidos, penas de 1.744 años de cárcel y 46 condenados a muerte. Además de ser felicitado públicamente, llegó a recibir 2.500 pesetas por una operación, el 56% de su salario anual, a las que habría que sumar el dinero que podría haber sustraído durante los registros. "Las recompensas, las mordidas y otros ingresos al margen de la nómina eran lo que permitían que el pobre Conesa viviera por entonces en un ático de la calle Narváez, en pleno barrio de Salamanca", escribe Fernando Hernández Sánchez, quien señala que esas prebendas alentaban el "celo represivo" de unos agentes "mal pagados".

Imprenta clandestina usada por el Partido Comunista.
Imprenta clandestina usada por el Partido Comunista. Archivo Histórico del PCE

"Roberto Conesa fue el enemigo número uno del PCE porque se infiltró varias veces en él y logró deshacerlo otras tantas. Después de que la Policía liberase en 1977 a Antonio María de Oriol y Emilio Villescusa, secuestrados por los GRAPO, él presumía de haber logrado algo más que infiltrarse: captar el espíritu de la organización, su lenguaje y su personalidad no solo para hacerse pasar por uno de ellos, sino también para captar a militantes desde dentro y persuadirlos para que se pusiesen a su servicio", explica a Público el autor de Falsos camaradas: Un episodio de la guerra antipartisana en España, 1947.

Tendría que pasar una década para que se reactivase el Partido Comunista, con la llegada de nuevos cuadros desconocidos para las autoridades franquistas, caso de Jorge Semprún, quien en Autobiografía de Federico Sánchez escribe que la Policía que encarnaba Conesa era "capaz únicamente de trabajar a base de confidentes y de palizas". En 1956 comienza, explica Fernando Hernández Sánchez, la protesta universitaria y resurge el movimiento obrero en Asturias, Euskadi, Madrid y Barcelona. "Entonces, personajes como él pierden valor añadido, aunque seguirán cobrando del fondo de reptiles".

En 1975 es designado comisario principal y en 1977, comisario general de la Brigada Central de Información, heredera de la Brigada Político Social. "Su progresión fue esmaltada por los éxitos contra su presa favorita, los comunistas organizados en el PCE o en las Comisiones Obreras, pero también contra las escisiones prochinas y los grupos armados del tardofranquismo", escribe el historiador, quien señala que tenía varios informantes a su cargo, a los que llamaba "mis niños", como el Rubio, el Peque o el Chato, ​​"continuador de una saga de soplones que compartieron su apodo, como si el alias imprimiese carácter", relata en el libro.

"Eran sus criaturas porque las había captado y adiestrado", apunta Hernández Sánchez, quien traza un perfil de los falsos camaradas, incluidos los que se habían pasado al lado oscuro antes de entrar clandestinamente en España. "Alguno podía ser quintacolumnista durante la guerra civil, porque es increíble que un republicano español exiliado en Francia fuese detenido por la Gestapo dos veces en quince días y no le pasase nada. Luego, había de todo, desde comunistas sinceros en sus orígenes, pero jóvenes, inexpertos, con flancos débiles o con familia, hasta veteranos que se desmoralizan", asegura el historiador.

Fernando Hernández, autor del libro 'Falsos camaradas', sobre los infiltrados y traidores del PCE.
Fernando Hernández, autor del libro 'Falsos camaradas', sobre los infiltrados y traidores del PCE. Crítica

La vieja dirección en el interior, fogueada y con experiencia sobre el terreno, ha sido purgada, añade el autor del libro. "Entonces, es sustituida por chavales menos curtidos y con escasa trayectoria que, tras ser presionados por la Policía, cometen traición. Aunque hay que resaltar que otros persisten en su actitud y lo van a pagar muy caro". El contexto tampoco era favorable, pues la invasión del Valle de Arán fracasa y se pierde la esperanza de que las potencias aliadas derroquen a Franco tras el pacto entre Londres y Moscú, el acercamiento del régimen a Washington y el comienzo de la Guerra Fría.

"A partir de entonces, solo queda una resistencia interior de lucha armada que se comienza a ensimismar, sin posibilidad de llevar a cabo una acción que ponga en jaque al franquismo. Subsisten núcleos de resistencia aislados, en zonas rurales y sin ninguna incidencia en el mundo urbano. Una estrategia que costó cambiar y que durante esos años acarreó muchas pérdidas y escasos logros", lamenta Fernando Hernández Sánchez, quien señala la "responsabilidad in vigilando" de Santiago Carrillo, pues era "el encargado del aparato de la organización y de pasos, es decir, el responsable en última instancia de la gente que se enviaba a España".

Él pensaba, apunta el historiador, que podían cumplir ese papel, pues se trataba de "jóvenes aparentemente disciplinados y estalinizados". Sin embargo, algunos eran unos traidores con quienes "llegó a mantener una correspondencia fluida durante meses, donde los felicita por los supuestos logros conseguidos". Con la caída de 1947, los presos de la cárcel de Burgos se constituyen como la dirección del Partido en el interior. "Es la dramática metáfora final", concluye Fernando Hernández. "El PCE, que nunca quiso ser un partido en el exilio, mandaba delegaciones a España, pero iban cayendo una tras otra. Por eso, dirigir una organización desde una prisión fue la expresión de la máxima impotencia".

Pedro Urraca, policia cazarrojos


 Sinopsis

El retrato de un personaje siniestro y ambicioso, capaz de efectuar el peor trabajo sucio al servicio de las dictaduras más execrables del Siglo XX. También es la crónica de una herencia maldita a través de la mirada crítica de su nieta, Loreto Urraca, que con dignidad y humildad repudia.

Les situationnistes et l’économie cannibale (François Bott, 1971)

 

Article paru dans la revue Les Temps modernes n°299-300, juin 1971

Au début de l’année 1968, un critique, traitant de la théorie situationniste, évoquait, en se moquant, une « petite lueur qui se promène vaguement de Copenhague à New York ». Hélas, la petite lueur est devenue, la même année, un incendie, qui a surgi dans toutes les citadelles du vieux monde. A Paris, à Prague, à Rome, à Mexico et ailleurs, la flambée a ressuscité la poésie, la passion de la vie dans un monde de fantômes. Et beaucoup de ceux qui, alors, ont refusé le sort qui leur était fait, la mort sournoise qui leur était infligée tous les matins de la vie, beaucoup de ceux-là – jeunes ouvriers, jeunes délinquants, étudiants, intellectuels – étaient situationnistes sans le savoir ou le sachant à peine.

Une fois le feu apparemment éteint, les sociologues et autres futurologues d’État se sont efforcés, comme on exorcise une grande peur, de rechercher les origines du printemps 1968. Ils n’ont récolté que des miettes de vérité, autrement dit des parcelles de mensonge. N’importe quel blouson noir rebelle en savait beaucoup plus sur la révolution de mai. Les distingués penseurs n’ont pas songé à se référer aux écrits de l’Internationale situationniste, que ce soit la revue ainsi intitulée – dont le premier numéro date de 1958 – ou les essais de Debord et Vaneigem [1]. Les professionnels de la culture auraient, peut-être, découvert qu’en mai « le mouvement réel » de l’histoire a coïncidé avec « sa propre théorie inconnue », ou encore que se sont rejointes, en ce printemps, les armes de la critique et la critique des armes.

Les penseurs du vieux monde se seraient, peut-être, aperçus que les situationnistes avaient repéré, depuis longtemps, le cheminement de « la vieille taupe vers le jour », vers ce « lever de soleil qui, dans un éclair, dessine en une fois la forme du nouveau monde ».

Quelques idéologues ont, cependant, jeté un coup d’œil sur les écrits des situationnistes. Et ils ont tenté de ranger ces irréductibles sous l’étiquette de l’utopie. Je veux bien qu’on parle d’utopie, du moins si on entend par là le projet d’une révolution qui ne s’est réalisée encore en aucun lieu, en aucune époque. Mais si on désigne ainsi quelque chimère, cela prouve une fois de plus que les idéologues de la bourgeoisie n’apprennent, ne retiennent rien de l’histoire. Ou ce sont des myopes et amnésiques invétérés, ou d’habiles serviteurs du pouvoir, qui ont voulu neutraliser le danger, en lui donnant, sous le label de la prophétie, une place dans le grand « show » des marchandises et autres momies de la culture.

Mais la pensée de l’internationale situationniste agit comme un révélateur dans les étouffoirs, les cimetières de la fausse conscience ; dans cette pensée, vont se retrouver ou se reconnaissent déjà tous ceux qui refusaient, à tâtons, d’ensevelir leur volonté de vivre, ceux qui percevaient, en silence, la vérité de leur vie, sous le masque anesthésique et mensonger des idéologies. Les situationnistes ont dégagé la théorie du mouvement souterrain qui travaille l’époque moderne. Alors que les pseudo-héritiers du marxisme oubliaient, dans un monde bouffi de positivité, la part du négatif, et du même coup mettaient la dialectique chez l’antiquaire, les situationnistes annonçaient la résurgence de ce même négatif et discernaient la réalité de cette même dialectique, dont ils retrouvaient le langage, « le style insurrectionnel » (Debord).

Dès 1958 – alors que « la gauche » était tout occupée et fascinée par le lancement publicitaire d’un général anachronique, dernier avatar d’un héroïsme caricatural – les situationnistes ont commencé de formuler – à partir de Fourier, de Hegel, de Marx, en même temps que des « grands négateurs », Sade et Lautréamont notamment – une critique radicale et unitaire de la totalité moderne, et n’ont cessé, depuis lors, de dévoiler le visage nouveau du pouvoir dans l’idéologie, la culture, l’urbanisme, la vie quotidienne et ses dimanches moroses.

Ayant colonisé la production, le capitalisme a dû, pour assurer son développement, coloniser la consommation. La totalité de la vie a été soumise à la dictature de l’économie politique. « L’économie transforme le monde mais le transforme seulement en monde de l’économie » (Debord). Le temps du loisir est devenu un temps-marchandise comme le temps du travail. Le prolétaire, naguère méprisé, a été promu citoyen-consommateur. Le mépris n’a pas disparu. Il a cessé de parader.

L’économie doit imposer, sans relâche, et hâter, sans trêve, la consumation des marchandises qu’elle produit. La vérité de l’économie est tautologique. Elle se répète indéfiniment elle-même, n’ayant d’autre visée que le développement de soi, dans une identité toujours recommencée. Elle impose comme une loi sacrée le forcing dans l’achat, et l’achat lui-même tient lieu de prière dans « les supermarkets géants, ces temples » de la modernité (Debord).

Le capitalisme, sous peine de mort, ne peut s’arrêter de séduire. Il lui faut sans répit recommencer la toilette des marchandises. Les parures de la marchandise composent le spectacle : le miroir aux alouettes, où se perdent les sujets de l’histoire. « Le spectacle est à la fois le résultat et le projet du mode de production » (Debord).

L’économie fait sans fin l’éloge de soi. « Le spectacle ce chante pas les hommes et leurs armes, mais les marchandises et leurs passions » (Debord). Il instaure la domination totalitaire du quantitatif, mais se travestit en faux qualitatif, en qualité fantomatique. L’apologie des marchandises déguise la pauvreté, la banalité en fausse nouveauté. Empire de l’apparence et du mensonge, domaine de l’inauthentique, le spectacle suscite les besoins factices que réclame le foisonnement des marchandises. Les nécessités de la survie – désormais satisfaites par le développement technique – sont accrues sans cesse par l’idéologie du spectacle. L’essentiel est de consommer, non pas ce qui est consommé. Le gadget résume la logique de l’économie moderne. Peu importe sa valeur d’usage, l’essentiel étant sa valeur d’échange : le gadget, c’est un néant sous le déguisement de l’être. Il tient lieu d’un trophée dans la mystique de la marchandise. « Celui qui collectionne les porte-clés… accumule les indulgences de la marchandise » (Debord), il témoigne de « sa présence parmi les fidèles », ainsi que de « son intimité » avec la Chose. La Chose règne sur tous les domaines de la vie. Le fétichisme de la marchandise est le somnifère de la société moderne.

L’idéologie dominante a enfermé la valeur ontologique dans l’avoir en tant que support du paraître. « Le spectacle constitue le modèle de la vie » (Debord). L’acheteur reçoit, avec l’objet qu’il acquiert un rôle à tenir, « une idéologie portative », « une vision du monde en solde » (Vaneigem).

Chacun s’aliène dans les rôles indiqués par le discours anonyme de la Chose. Le vécu se sacrifie dans le rôle ; « le rôle s’incruste dans le vécu » (Vaneigem). Le spectacle est l’envoûtement de la société moderne. Chacun subit le règne de la fantasmagorie. Les aliénés sociaux, comme les aliénés mentaux, se perdent, s’oublient dans un personnage. Le capitalisme nous vend la folie, en prêt-à-porter.

Ce que manifeste le monde, c’est l’absence de subjectivité ; ce qui se représente, sous un travesti, c’est l’histoire abstraite des choses. L’économie cannibale est abstraite, en ce sens qu’elle agit comme pouvoir séparé, autonome. Elle exclut l’homme de soi-même, en l’incluant dans le rôle ; elle le tire hors de soi, le réifie. « L’extériorité du spectacle par rapport à l’homme… apparaît en ce que ses gestes ne sont plus à lui mais à un autre qui les lui représente » (Debord). L’extériorité de la Chose s’inscrit dans l’intériorité du sujet et le sépare de soi : le séduit au sens étymologique. Fêlé, morcelé, mutilé, chacun se trouve dépris de soi-même, exilé de sa vie la plus intime, « exproprié de sa peau » (Vaneigem), absent à soi et au monde. L’économie se révèle comme un gigantesque hold-up de la vie. Le spectacle recèle, en lui, « l’essence de tout système idéologique : l’appauvrissement, l’asservissement et la négation de la vie réelle » (Debord). Le spectacle, c’est la vie à l’envers : notre pâle mort quotidienne.

L’urbanisme se dévoile comme la « technique même de la séparation » (Debord). Les citadins subissent, dans l’isolement, le pouvoir anonyme de l’économie. Chaque soir, les solitudes se closent sur elles-mêmes dans le désert des villes. Et le matin, recommence le triste voyage des foules taciturnes. La domination du quantitatif nous change en hommes-sandwiches, en hommes- marchandises : les objets ne communiquent pas. Seul le qualitatif instaure l’unité de l’homme avec soi, avec le monde, avec les autres.

Les villes, les vies se décomposent en espaces, en temps morts, identiques et mornes. Le temps de la vie s’efface dans le temps mort des choses. Regardez les visages hâtifs, angoissés, éperdus des somnambules qui hantent les nécropoles de la marchandise : ils reflètent, à certains moments, la même indifférence que les choses. Une sénilité précoce atteint les esclaves de l’époque moderne, qui fusent, se consument à suivre la course aveugle de l’économie. Comment ne pas vieillir avant l’âge, quand on ne cesse de se plier, se conformer à ce qui n’est pas soi ? Sous le règne du quantitatif, du répétitif, on ne croise que des regards absents de la même absence que les choses.

Le spectacle « est le soleil qui ne se couche jamais sur l’empire de la passivité moderne » (Debord). « L’ennemi numéro UN » du pouvoir, « c’est la créativité » (Vaneigem). La spontanéité du vécu apparaît comme « le premier foyer de guérilla ». Aussi « les interdits cernent le vécu de toutes parts, le refoulent, l’incitent à se changer en rôle » (Vaneigem). La loi du pouvoir hiérarchisé s’intériorise en œil inquisiteur, en surmoi castrateur. Les forces de l’Eros sont domestiquées, dévoyées. Les hommes dérobent quelquefois des moments furtifs de vraie vie, des amours hâtives. Chacun, alors, se réunit à soi-même, aux autres, au monde. Mais les policiers de l’inconscient veillent et chargent d’angoisse le souvenir des trêves heureuses. « L’aube où se dénouent les étreintes est pareille à l’aube où meurent les révolutionnaires » (Vaneigem). L’ombre du châtiment pèse sur qui a disposé de l’emploi de son temps. La colonie du spectacle est une colonie pénitentiaire.

« Assassinés lentement dans les abattoirs du travail » (Vaneigem), les hommes changent de visage, à la sortie, mais c’est encore un visage de mort. Menacé par l’envahissement de la Chose, traqué, agressé de tous côtés, à tous moments, chacun survit dans « la rancœur de n’être jamais soi » (Vaneigem).

La bourgeoisie subit, elle aussi, la domination de la marchandise. En assurant le triomphe de l’économie, les hiérarques et technocrates de la bourgeoisie deviennent les serviteurs d’un pouvoir autonome et inconscient de soi [2]. On dira de l’économie ce que disait Kant à propos de l’art : c’est une finalité sans fin. Voici le temps des maîtres-esclaves. Les programmateurs de la cybernétique sont eux-mêmes programmés : réifiés. « L’humanité du maître tend vers zéro, tandis que l’inhumanité du pouvoir désincarné tend vers l’infini » (Vaneigem). La bourgeoisie s’étant vouée au « néant politique », le prolétariat devient le « seul prétendant à la vie historique » (Debord).

La société marchande ne laisse d’appauvrir la vie, alors qu’elle abolit la rareté économique qui « nécessitait » naguère le sacrifice de cette vie. « La victoire de l’économie autonome doit être en même temps sa perte » (Debord) : elle enfante les contradictions qui la feront disparaître.

Les petites morts de la vie quotidienne suscitent ou vont susciter « une réaction violente et quasi biologique du vouloir vivre » (Vaneigem). Les critiques sauvages de l’économie politique annoncent le réveil de la conscience historique dans un monde où les idéologies de la misère ne cessent de trahir la misère des idéologies.

La force et l’unité du mythe divin garantissaient jadis le pouvoir de la féodalité, mais la bourgeoisie a désacralisé le monde en le transformant : les déicides ont remplacé le mythe divin par une multitude de fantômes idéologiques, dérisoires et précaires, qui tentent vainement de compenser la pauvreté de la vie ; ils apparaissent à peine que déjà ils quittent la scène, le spectacle étant forcé de se renouveler sans cesse : on change d’illusion, tous les matins, ce qui dissipe, un jour, « l’illusion du changement » (Vaneigem) De plus, l’habitude des changements illusoires ravive le désir d’un changement réel et radical.

Le déclin du monde barbare a commencé, avec la résurgence du négatif ; au heu de se perdre, le négatif se réalisera, un jour, dans la positivité d’un monde nouveau.

La volonté d’être soi sera « l’arme absolue » du prolétariat (Vaneigem). L’accomplissement de soi dans le monde remplacera la mort de soi dans la Chose. « La logique des désirs » évincera « la logique de la marchandise » (Vaneigem).

Le temps des maîtres-esclaves laissera place au temps des maîtres sans esclaves, qui domineront la totalité de leur histoire. Le projet de l’homme total, unitaire s’inscrira dans « l’autogestion généralisée», autrement dit la poésie faite par tous ; en effet, la poésie se définit comme l’accomplissement de la liberté (ou créativité) dans le monde.

Après la souffrance, la patience de « l’histoire en soi », viendra « le plaisir de l’histoire pour soi » (Vaneigem). Le vécu s’épanouira dans un temps ludique et qualitatif, au lieu de s’aliéner dans le temps-marchandise. « La vie se connaîtra comme une jouissance du passage du temps » (Debord).

« L’autogestion généralisée » s’identifie à la démocratie des conseils. Elle ne sera pas la promesse de quelque époque lointaine, mais sera instaurée au début de la révolution.

Le pouvoir des conseils sera absolu, ou ne sera qu’une apparence : il ne pourra tolérer, hors de soi, aucun pouvoir, aucune hiérarchie.

Les situationnistes annoncent le triomphe de la subjectivité dans l’histoire : c’était – comme le note Vaneigem – le projet même de Marx.

François Bott.

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Article paru dans la revue Les Temps modernes n°299-300, juin 1971

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[1] Guy Debord, La société du spectacle, 1967. Raoul Vaneigem, Traité de savoir-vivre à l’usage des jeunes générations, 1968.

[2] De même, les bureaucrates de l’Est imposent et subissent la dictature de l’économie. Le règne de la bureaucratie totalitaire apparaît comme une ruse de l’économie qui change la classe dominante, afin de maintenir sa domination.

mercredi 17 juillet 2024

Recension de Contre-histoire du libéralisme (de Domenico Losurdo): les théories libérales ont-elles favorisé l’émergence du nazisme ?

Source: https://anticons.wordpress.com/2020/01/15/les-theories-liberales-ont-elles-favorise-lemergence-du-nazisme/

 

Issu du siècle des lumières, le libéralisme se présente comme une philosophie politique qui prône des valeurs telles que la démocratie, la laïcité, l’égalité entre les sexes, l’égalité raciale, la liberté d’expression, la liberté de la presse, la liberté du choix religieux ou encore une forme d’internationalisme. Mais par delà les apparences, connaît-on vraiment l’histoire du libéralisme ? Cette doctrine qui domine sans partage est-elle aussi bienveillante que ses aficionados le prétendent ?

Convaincu de la nécessité d’un nouvel éclairage, le philosophe italien Domenico Losurdo a publié en 2014 une « Contre-histoire du libéralisme ». Dans cet ouvrage, le philosophe revient sur trois siècles de libéralisme. Chapitre après chapitre, Losurdo nous détourne des idées très largement répandues qui laissaient entendre que le libéralisme garantit à l’ensemble de la communauté humaine des droits fondamentaux. Pour lui, l’esclavage, le colonialisme, les génocides, le racisme et le mépris de classe font partie intégrante de l’histoire du libéralisme. Losurdo insiste avec force, méthode et détermination. Sans établir de parallélisme simpliste, il parvient à nous démontrer que les théories du “troisième Reich” étaient déjà en gestation dans la matrice libérale.

En nous inspirant du décryptage minutieux de Losurdo, il nous a semblé utile de revenir sur l’histoire du libéralisme. Tout d’abord en essayant de reprendre à notre compte la méthodologie du philosophe italien qui pointe notamment les contradictions du libéralisme. Puis en nous permettant de recouper les affirmations de Losurdo avec d’autres sources. Enfin, en essayant de comprendre où nous a conduits le libéralisme en 2019, nous essayerons de mieux cerner où il pourrait nous emmener, alors même qu’il est toujours de bon ton de diaboliser les révolutions et la lutte des classes.

John Locke : le père du libéralisme

 

John Locke (1632 – 1704) était un philosophe et médecin anglais, largement considéré comme l’un des plus influents penseurs du libéralisme. Locke pense que la nature en soi fournit peu de valeur à la société, ce qui implique que le travail consacré à la création de biens leur confère leur valeur. Partant de ce postulat, Locke a élaboré une théorie du travail fondée sur la propriété. Pour lui elle est un droit fondamental lié à la nature intrinsèque de l’être humain, au même titre que la vie ou la liberté. Si, au départ, la terre appartient aux hommes de façon égale, elle leur a été donnée par Dieu et ceux-ci se l’approprient en y apportant la valeur ajoutée de leurs efforts. Il estime également que la propriété précède le gouvernement et que le gouvernement ne peut « disposer des biens des sujets de manière arbitraire ». A la question « de quel droit un individu peut prétendre posséder une partie du monde ?”, Locke répond que “les personnes se possèdent elles-mêmes et donc possèdent également leur propre travail.”

L’esclavage comme fondement

Mais le droit pour Locke n’est finalement pas universel, puisqu’il s’obtient par la volonté divine. De ce fait il ne s’applique pas de la même manière à l’ensemble des individus qui forment la communauté humaine. Dans son système les pauvres doivent être blâmés pour leur pauvreté. Une recommandation qu’il argumente clairement dans un rapport intitulé « Fondements des politiques de la pauvreté ». Locke suggère des réformes axées sur la discipline inculquant des caractéristiques qu’il considère positives telles que le travail acharné. Il affirme que, pour «restreindre efficacement les vagabonds inactifs», les pauvres devraient être mis au travail. Les vagabonds pourraient être contraints de servir dans l’armée et la marine. Ils seraient astreints à des travaux durs, et en cas de délits, à des peines sévères aux travaux obligatoires dans des plantations.

Locke fut l’un des principaux investisseurs de la Royal African Company, pilier du développement de la traite négrière. Dans une carrière aux fortunes diverses, Locke fut intimement impliqué dans les affaires américaines. Il participa à la rédaction des Constitutions fondamentales de la Caroline (divisée entre le nord et le sud en 1729) qui stipule entre autre que les citoyens de la Caroline exercent un pouvoir et une autorité sans limites sur leurs esclaves noirs. “Les Indiens vivent de cueillette, de chasse et de pêche, et non d’agriculture ou d’élevage intensif” argumente Locke. En bon colonialiste libéral il soutient que la terre appartient à celui qui la cultive et non à celui qui l’occupe. Les terres américaines peuvent donc faire l’objet d’une appropriation sans consentement.

Les « Workhouses » : l’univers concentrationnaire pour les pauvres

 

De 1601 à 1948 au Royaume-Uni, les workhouses furent des sortes de camps de travail, dans lesquels les personnes dites incapables de subvenir à leurs besoins se virent contraintes d’accepter des conditions de vie qui peuvent, comme nous allons le voir, aisément s’apparenter à de l’esclavage. Les malheureux qui survivaient dans une workhouse étaient marqués sur la manche de leur uniforme du «P» qui voulait dire «pauper». Comme dans les camps de concentration, les détenus, puisqu’au fond il s’agit bien de cela, étaient soumis à une discipline inflexible qui reposait sur un travail épuisant. Les indigents, pour reprendre un terme cher à John Locke, y travaillaient jusqu’à 18 heures par jour. Par l’effet combiné de la sous-alimentation, du travail éreintant (dès l’âge de 4 ans), du manque de vêtements, de la surpopulation et des épidémies, on dénombre 280 000 morts dans les workhouses irlandaises durant la grande famine qui sévit au milieu du 19e siècle en Irlande. Le roman de Charles Dickens “Oliver Twist” critique sévèrement la violence institutionnelle des workhouses. Dans la scène où Oliver demande une petite ration supplémentaire, Dickens détaille parfaitement le caractère inhumain des maisons de travail. Dickens commente aussi sarcastiquement la mesure notoire consistant à séparer les couples mariés lors de l’admission à la maison de travail.

Jeremy Bentham : une conception libérale à deux faces

 

Jeremy Bentham plaide en faveur des libertés individuelles et économiques, de la séparation de l’Église et de l’État, de la liberté d’expression, de l’égalité des droits pour les femmes, de la décriminalisation des actes homosexuels, et il appelle à l’abolition de l’esclavage. L’axiome fondamental de son discours repose sur le principe selon lequel c’est le plus grand bonheur du plus grand nombre qui mesure le bien et le mal. Cependant Losurdo remarque que s’il y a le Bentham aux allures progressistes, il y a également un autre Bentham aux aspirations beaucoup plus anti-sociales qui ne tarit pas d’éloges à l’égard des workhouses. Des manufactures qu’il entend faire évoluer en « maisons d’inspection » de type panoptique. Un concept dont il est à l’origine qui permet le contrôle des détenus par un nombre de surveillants limité. Bentham justifie sa proposition ainsi : « Les soldats portent des uniformes ; pourquoi les pauvres n’en porteraient-ils pas ? Ceux qui défendent le pays les portent ; pourquoi ceux que celui-ci maintient en vie ne devraient-ils pas le faire ? Non seulement la force de travail qui réside en permanence, mais aussi les travailleurs occasionnels, devraient porter l’uniforme quand ils sont dans la maison, pour le bon ordre, pour la facilité d’être distingués et reconnus, et aussi pour la propreté« . Ce court mais explicite extrait résume très bien l’ambiguïté de la philosophie de Bentham qui d’un côté chante les louanges de la liberté et de l’autre argumente par l’entremise d’une autre facette de sa doctrine dite « utilitariste » la nécessité d’embastiller les pauvres avec pour seul motif qu’ils sont pauvres.

La grande famine irlandaise

 

L’événement est parfois appelé “famine de la pomme de terre irlandaise”. La cause immédiate de cette famine fut une maladie nommée “mildiou”, un parasite microscopique qui infectait les cultures de pommes de terre. Plusieurs sources considérées sérieuses, évaluent entre 1846 et 1851 à un million le nombre total de victimes. A ce chiffre s’ajoutent deux millions de réfugiés qui migrèrent dans des conditions périlleuses vers des pays anglophones. Dans la même période (la seconde moitié du XIX siècle), la Grande-Bretagne est la première puissance économique mondiale. Son PIB progresse de 600% lors du décollage de son économie de 1700 à 1860. Pendant que les gens mouraient de faim en Irlande, les exportations de céréales se poursuivaient partout en Europe.

Pourquoi les anglais ne sont-ils pas vraiment intervenus ?

1/ L’impact du fléau était exacerbé par la politique économique du sacro-saint « laisser-faire » cher à la mouvance libérale. Il n’était pas question pour les capitalistes britanniques de contrarier les flux de capitaux engendrés par l’exportation de denrées alimentaires.
2/ Dans le protestantisme libéral, il y avait un présupposé métaphysique qui affirmait que Dieu voulait punir les irlandais du fait de leur obédience religieuse (catholique). Tout au long de la famine, Charles Edward Trevelyan, secrétaire adjoint au Trésor, était en charge de l’action des pouvoirs publics anglais. Les idées préconçues de l’élite anglaise se révèlent formellement dans une lettre où Trevelyan
écrit qu’il voyait dans cette famine le jugement de Dieu qui selon lui infligeait cette calamité afin de donner une leçon aux Irlandais. C’est pourquoi elle ne devait pas être trop atténuée pensait-il.
3/ Du point de vue de la bourgeoisie anglaise, les irlandais étaient des arriérés, des paresseux, abonnés à la sournoiserie sans que l’on puisse faire quelque chose. Entre autres, le journal libéral
The Times tirait à boulets rouges sur le peuple irlandais, pour dénoncer : « une oisiveté rusée, calculatrice, cupide, un refus absolu de tout effort personnel et la maladie morale d’une vaste population plongée dans l’agréable bourbier de l’indigence volontaire… ».

Génocide ou pas ?

 

Le journaliste et historien John Mitchel fut l’un des premiers à accuser les Britanniques de génocide. Il écrit : « Certes le Tout-Puissant nous a frappés du mildiou mais ce sont les Britanniques qui ont provoqué la famine. » The Famine Plot (le complot de la famine) est un essai écrit par l’historien irlandais Tim Pat Coogan publié en 2012. Coogan y accuse ouvertement les Anglais d’avoir commis un « holocauste ». L’historien de l’économie irlandaise Cormac O’Grada pense qu’une attitude moins doctrinaire à l’égard de la lutte contre la famine aurait permis de sauver de nombreuses vies. Professeur d’histoire moderne irlandaise à la Queen’s University Belfast, Peter Gray dans son ouvrage « L’Irlande au temps de la grande famine » conclut que l’attitude britannique peut être qualifiée de « négligence coupable ».

Rappelons que s’abstenir de porter secours à une personne ou à un groupe de personnes en détresse s’appelle en droit la “non-assistance à personne en danger”. Mais il y a plus grave : le laisser-faire coupable motivé par des préjugés raciaux constitue l’une des bases de l’idéologie fasciste. La grande famine accompagnée du scandale de la non-intervention britannique est l’un des premiers indices qui tend à montrer que le libéralisme fut bien le poisson-pilote des idéologies fasciste et nazie.

Du « darwinisme social » au concept de « race aryenne »

Nous savons tous globalement qu’Hitler et les dignitaires du parti nazi étaient obsédés par la «pureté raciale». Ils ont ainsi utilisé le mot «aryen» pour décrire l’idéal d’une «race allemande pure». Selon eux, les aryens avaient un sang pur, la peau pâle, les cheveux blonds et les yeux bleus. Et à contrario les non-aryens étaient considérés comme impurs voire même quasi-diaboliques. Hitler croyait que la supériorité aryenne était particulièrement menacée par les Juifs. Alors certes, si le national-socialisme qui conteste comme nous venons de le rappeler le principe universel d’égalité entre les hommes, a développé ses propres spécificités, il fut aussi un réceptacle des théories racistes forgées au cours des décennies précédentes.

 

Il en va ainsi des idées développées un siècle plus tôt par Herbert Spencer, qui fut la “tête de gondole” du darwinisme social. Spencer était rédacteur en chef de la revue libérale The Economist, l’autre grand journal libéral anti-irlandais avec The Times qui encouragea la non-assistance durant les années de la grande famine. Le darwinisme social, qui n’a pas grand chose à voir avec le darwinisme, donnera naissance à l’eugénisme représenté en premier lieu par Francis Galton. Pour ce dernier, il s’agissait de préserver les élites nationales à tout prix. Des élites qui risquaient bel et bien de disparaître au profit des pauvres dont le nombre augmentait de génération en génération, prévenait Galton.

Le premier Congrès international de “l’eugénique” se déroule à Londres en 1912. Il est organisé par la British Eugenics Society Education qui compte parmi ses membres imminents une collection de hauts responsables politiques britanniques. Nous retrouvons entre autres : Arthur Neville Chamberlain, qui fut Premier ministre du Royaume-Uni de 1937 à 1940. Winston Churchill qui fut Premier ministre du Royaume-Uni de 1940 à 1945 et de 1951 à 1955. Et l’économiste John Keynes qui est considéré comme la figure de proue du « social-libéralisme ». Dans des circonstances où les pays anglo-saxons et en particulier les américains sont fortement représentés, ce congrès est inauguré par Lord Balfour. Le second Congrès aura lieu à New York en 1921. D’ailleurs bien avant l’Allemagne, les Etats-Unis étaient à la pointe dans le domaine de l’eugénisme. Ils furent même les premiers à mettre en place une législation eugénique.

L’Etat de l’Indiana pratique dès 1899 des stérilisations sur des criminels volontaires et sur des arriérés mentaux. Cet Etat vote en 1907 une loi prévoyant la stérilisation des dégénérés. En 1914, trente états promulguent des textes annulant le mariage de ceux qu’on classe en termes d’idiots. (Actuellement dix-neuf Etats ont toujours cette législation dans leurs textes). Le courant eugéniste américain vise également les immigrants, particulièrement ceux venant d’Europe de l’Est et du Sud. Ces derniers sont désignés comme appartenant à une race inférieure à celle des anglo-saxons. Le mouvement eugéniste gagne ensuite petit à petit l’Europe. Les pays scandinaves sont les premiers à voter des lois de stérilisation envers les épileptiques et les retardés mentaux. Les lois de stérilisation furent abrogées tardivement, d’abord au Danemark (1967) et en Finlande (1970), puis en Suède (1976) et en Norvège (1977).

Dans ce contexte, notons deux citations

“Je souhaiterais beaucoup que l’on empêcha entièrement les gens de catégorie inférieure de se reproduire, et quand la nature malfaisante de ces gens est suffisamment manifeste, des mesures devraient être prises en ce sens. Les criminels devraient être stérilisés et il devrait être interdit aux personnes faibles d’esprit d’avoir des descendants”. Théodore Roosevelt

“La multiplication contre nature et de plus en plus rapide des faibles d’esprit et des malades psychiatriques, à laquelle s’ajoute une diminution constante des êtres supérieurs, économes et énergiques, constitue un danger pour la nation et pour la race qu’on ne saurait surestimer… Il me semble que la source qui alimente ce courant de folie devrait être coupée et condamnée avant que ne s’écoule une nouvelle année.” Winston Churchill

Collusion entre l’idéologie pangermanique et l’eugénisme libéral

En popularisant le concept de « race aryenne », Houston Stewart Chamberlain est indéniablement l’idéologue qui servit de trait d’union entre l’eugénisme anglo-saxon et le pangermanisme qui défendait le Volkstum (le rassemblement de tous les hommes de même langue, de même culture). Inspiré par le darwinisme social et la théorie de l’aristocrate français Arthur de Gobineau qui établissait une dichotomie au sein de la même race (d’un côté la noblesse aryenne et de l’autre les citoyens de race inférieure), Chamberlain publie en 1899 “Die Grundlagen des neunzehnten Jahrhunderts” (La Genèse du XIXème siècle). Cet ouvrage constitue une « histoire raciale » pseudo-scientifique de l’humanité, qui annonce la guerre imminente pour la domination mondiale au XXème siècle entre les Aryens d’un côté, contre les Juifs, les Noirs et les Asiatiques de l’autre côté. Très élogieux, l’Empereur allemand Guillaume II lui écrit : « Je sentais d’instinct que nous, les jeunes, avions besoin d’une autre formation, pour servir le nouveau Reich ; notre jeunesse opprimée manquait d’un libérateur tel que vous !…» Pour les pays anglo-saxons, Théodore Roosevelt, le 26e président des États-Unis, dans un article de l’Outlook, souligne avec prudence un parti pris extrême de l’auteur, mais ajoute malgré tout que l’ouvrage « représente une influence avec laquelle il faut désormais compter, et compter sérieusement ». Naturalisé Allemand en 1916, Chamberlain recevra la Croix de fer peu de temps après, et apportera son soutien en 1923 à Adolf Hitler (un admirateur de la première heure). Il convient de noter que l’Institut Kaiser-Wilhelm d’anthropologie, d’hérédité humaine et d’eugénisme qui dans les années 1930 promeut l’eugénisme et l’hygiène raciale en Allemagne nazie, sera jusqu’en 1939 financé par la Fondation Rockefeller qui était également partie prenante dans les programmes américains et scandinaves.

Une concordance idéologique que l’on retrouve en 1905 quand Francis Galton (anobli en 1909) s’associe à Alfred Ploetz le théoricien allemand à l’origine de «l’hygiène raciale». Les deux hommes créèrent avec d’autres la Société allemande d’hygiène raciale (Deutsche Gesellschaft für Rassenhygiene). Cette organisation sera affiliée à la “British Eugenics Education Society” de Galton. Une coopération qui permettra l’implantation de succursales en Suède, aux États-Unis et aux Pays-Bas. Par la suite, la “Deutsche Gesellschaft für Rassenhygiene” exercera une influence directe sur des lois comme la « Loi pour la prévention de la descendance héréditaire malade », qui faisaient partie intégrante de l’Action T4 « euthanasie », un programme du régime nazi supervisé directement par Adolf Hitler.

Alexis de Tocqueville : une icône de la bourgeoisie libérale française…

 

Il est la référence incontournable des chantres français (actuels et passés) de l’«anti-antiaméricanisme». Les mêmes sont aussi les chantres de l’«anti-socialisme». Parmi eux : Raymond Aron, François Furet, ou plus récemment Bernard-Henri Lévy et Alain Finkielkraut. Né en 1805, Tocqueville, juriste qui fut tour à tour diplomate, homme politique et historien, est surtout connu aux États-Unis pour son œuvre « De la démocratie en Amérique« . Selon ses dires, l’échec de la Révolution française est le fait d’un attachement trop important aux idéaux des lumières définis en grande partie auparavant par Jean-Jacques Rousseau dans son Contrat social dans lequel Rousseau explicite que la démocratie doit maintenir sa pureté. Tocqueville était quant à lui un libéral classique qui en conséquence prônait la nécessité d’un gouvernement parlementaire. En 1835, Tocqueville entreprit un voyage en Irlande. Il y observe les conditions épouvantables dans lesquelles vivaient la plupart des fermiers catholiques. De plus Tocqueville décrit les Workhouses comme « l’aspect le plus hideux et le plus dégoûtant de la misère ».

… pas si bienveillante qu’elle en a l’air

 

L’indignation à géométrie variable est une constante chez les libéraux. Si Tocqueville a su se montrer souvent très critique envers la politique sociale britannique, Losurdo nous rappelle que « Tocqueville propose d’appliquer le modèle de la colonisation américaine à l’Algérie : il théorise la «guerre juste» faite aux «sauvages» voués à la destruction, qui passe par des exactions à l’encontre des civils, et l’instauration d’un apartheid garantissant la suprématie blanche ». Selon l’aristocrate français «La race européenne a reçu du ciel ou a acquis par ses efforts une si incontestable supériorité sur toutes les autres races qui composent la grande famille humaine, que l’homme placé chez nous, par ses vices et son ignorance au dernier échelon de l’échelle sociale, est encore le premier chez les sauvages».

 Des crimes multiples liés la colonisation française en Algérie que Tocqueville n’a jamais cessé de cautionner : « J’ai souvent entendu en France des hommes que je respecte, mais que je n’approuve pas, trouver mauvais qu’on brûlât les moissons, qu’on vidât les silos et enfin qu’on s’emparât des hommes sans armes, des femmes et des enfants, ce sont là, suivant moi, des nécessités fâcheuses, mais auxquelles tout peuple qui voudra faire la guerre aux Arabes sera obligé de se soumettre », écrivait Tocqueville avant d’ajouter « Je crois que le droit de la guerre nous autorise à ravager le pays … ».

Les pratiques esclavagistes et génocidaires du pouvoir américain

Les Anglais ont établi treize colonies de peuplement en Amérique du Nord aux XVIIe et XVIIIe siècles. Elles accèdent à l’indépendance en 1783 et deviennent les États-Unis d’Amérique. Sur les 36 premières années des Etats-Unis, il y a 34 années pendant lesquelles les Présidents sont des propriétaires d’esclave, relate Losurdo. Ce premier point constitue une différence fondamentale avec la conception des protagonistes de la Révolution française à qui il est reproché une approche trop abstraite de la question politique. Losurdo nous dit : « mais c’est pour cela que la Révolution française a débouché sur cette idée abstraite qu’est l’abolition de l’esclavage« . Cette idée abstraite mais surtout universelle ne pouvait évidemment pas être le produit d’une caste d’esclavagistes qui avaient développé leurs fortunes par le biais du trafic des Africains. Car ne l’oublions pas, entre 11 et 12,7 millions d’entre eux ont été arrachés à leurs terres entre le XVe et le XIXe siècle pour être déportés par les grandes puissances européennes : Portugal, Espagne, Angleterre, Hollande et France.

 

Bien moins connue, la mise en esclavage des Amérindiens est l’une des autres fautes morale du colonialisme européen en Amérique. Dans son premier livre « Colonial North America« , l’historien Brett Rushforth jette un éclairage nouveau sur le bilan total de l’esclavage des populations amérindiennes. Il établi qu’entre 2 et 4 millions d’autochtones ont été réduits en esclavage en Amérique du Nord et du Sud. Dans son second livre, Rushforth réexamine en particulier l’esclavage des Amérindiens par les colons français, aidés en cela par certains de leurs alliés autochtones. Rushforth retrace ainsi l’interaction dynamique qu’il y avait entre les systèmes autochtones déjà existants et l’institution coloniale française basée sur le continent américain. En Nouvelle-France, pas moins de 10 000 Indiens ont été réduits en esclavage entre 1660 et 1760.

Dans « Contre-histoire du libéralisme« , Losurdo revient sur Thomas Jefferson, le 3e président des États-Unis qui dans sa correspondance privée reconnaît volontiers l’horreur de la guerre contre les indiens. Mais Losurdo précise qu’aux yeux de Jefferson, « c’est justement le gouvernement de Londres qui en est responsable car il a excité ces « tribus » sauvages et sanguinaires : cette situation va nous obliger à les poursuivre jusqu’à l’extermination… ». George Washington proposait quant à lui la négociation de l’achat des terres car pour le 1er Président des États-Unis, l’Indien était un « sauvage » qu’il valait mieux éviter de « chasser » de son territoire, car il y reviendrait à un moment ou à un autre. D’un autre côté, en violation d’un traité en 1779 pendant la guerre d’indépendance, George Washington, le commandant de l’armée continentale ordonne que les territoires des Iroquois soient conquis et dévastés. Le non-respect des engagements envers les indiens accompagne la marche de l’Histoire américaine, nous rappelait l’historien américain Howard Zinn qui écrivait : « les gouvernements américains ont signé plus de quatre cents traités avec les Amérindiens et les ont tous violés, sans la moindre exception ».

En 1763, la Grande-Bretagne, par la Proclamation royale, décida de réserver le «Territoire indien» à l’ouest de la Nouvelle-Angleterre aux autochtones et interdit même aux colons de s’y installer. Cette décision est en grande partie à l’origine de la guerre d’indépendance. On dénombre environ 65 conflits armés ayant opposé les peuples Indiens d’Amérique du Nord aux Américains, dans une période allant de 1778 à 1890. La conséquence immédiate de ces guerres fut la politique de déportation des populations indiennes vers des réserves. Guerres, maladies et massacre des bisons pour affamer les indiens débouchèrent sur un résultat sans appel. Entre le XVIème et le XIXème siècle, la population des natifs américains est passée de plus de 20 millions d’individus à seulement 250 000. Alors génocide ou pas ? Sont qualifiées de génocide les atteintes volontaires à la vie, précise l’ONU. Dès lors, il suffit de relire simplement les aveux de Jefferson pour s’en convaincre : « Cette situation va nous obliger à les poursuivre jusqu’à l’extermination ».

Avant de refermer ce chapitre, n’oublions pas qu’il y a peu de temps, les lois ségrégationnistes étaient encore en vigueur : « Les Amérindiens doivent eux attendre 1924 pour bénéficier de la citoyenneté. Quant aux Afro-Américains, malgré l’abolition de l’esclavage en 1865 et le vote dans la foulée des Quatorzième et Quinzième amendements, qui garantissent théoriquement leur citoyenneté, ils voient, au moins jusqu’aux années 1960, leur droit de vote massivement restreint par des astuces juridiques comme les tests d’alphabétisation ou la grandfather clause, qui impose d’avoir eu un grand-père électeur pour être électeur soi-même ». A cela ajoutons que les mariages «interraciaux» étaient interdits entre blancs et noirs dans une majorité des États avant la Seconde Guerre mondiale, et très souvent aussi entre blancs et Asiatiques ou blancs et Amérindiens. (Slate, 25 août 2017)

Vous avez dit un continent pour une seule race…

 

En 2017, James Q. Whitman écrit : « Hitler American Model » que nous pouvons traduire par « Le modèle américain d’Hitler« . Dans cet ouvrage, Whitman démontre qu’Hitler s’est tout particulièrement inspiré des politiques ségrégationnistes mises en place aux États-Unis pour élaborer la législation du 3e Reich. Même si Whitman souligne que “les États-Unis ne sont pas responsable de la politique allemande entre 1933 et 1945« , cet essai nous aide à comprendre l’influence américaine sur les pratiques racistes dans le monde entier. Whitman note ainsi qu’en 1942 le ministre nazi Hans Frank qualifiait d’« Indiens » les juifs d’Ukraine…

Philippe Burrin, enseignant à l’Institut des hautes études internationales à Genève, rappelait quant à lui en 2001 dans L’Express que dans un plan de recomposition d’une nouvelle Europe « [Hitler affirmait qu’]il y a une race allemande, à laquelle appartiennent non seulement les Autrichiens, les Suisses allemands, les Luxembourgeois mais également tous les individus d’Europe qui ont pu avoir eu des ascendants allemands. […] Ensuite, on agrège à cette masse allemande les populations parentes dites «germaniques» comme les Scandinaves, les Hollandais, les Flamands, pour former un peuple maître de quelque 100 millions de personnes. Pour que celui-ci puisse croître rapidement, il faut un «espace vital» : Hitler a choisi les terres situées à l’est de l’Europe. Que fait-on des «sous-hommes» qui s’y trouvent déjà ? Réponse logique : on les expulse, ou bien on les transforme, comme jadis, en esclaves qui aideront aux grands travaux d’aménagement, ou, pour ceux qui n’ont pas de territoires, comme les Juifs et les Tsiganes, on les extermine « . En bref : une race supérieure, des expulsions, des esclaves et une extermination de masse. Comme un air de déjà-vu ?

Le « droit-de-l’hommisme »

 

Au fil du temps, la rhétorique libérale a dû évoluer. Tout d’abord parce que les grandes métropoles capitalistes ont vu leur leadership remis en cause par l’autodétermination chinoise qui a inspiré beaucoup d’autres pays du tiers-monde. Ensuite, parce que la narration droitière et racialiste du 18ème siècle est devenue douteuse, voire même obscène après le procès de Nuremberg. Les libéraux ont donc judicieusement abandonné le racialisme désormais trop voyant et mal connoté au profit d’un discours emprunt de bonnes intentions appelé le plus souvent « droit-de-l’hommisme« , qu’il ne faut surtout pas confondre avec la « Déclaration des Droits de l’Homme et du Citoyen” de 1789 qui stipule dans son premier article : « Art. 1er. Les hommes naissent et demeurent libres et égaux en droits« . Et de facto, le « droit-de-l’hommisme » allait immédiatement se caractériser par son jumelage avec un autre concept qui allait connaître un succès immodéré : l’ingérence humanitaire« . Cette fausse belle idée venue de la “gauche-caviar” fut popularisée par le “French doctor” Bernard Kouchner dans les années 1980. Un alibi impérialiste qui a permis par exemple à Sarkozy 1/ de s’emparer d’une plus grande part de la production libyenne de pétrole. 2/ d’accroître l’influence française en Afrique du Nord 3/ d’améliorer la situation politique personnelle de Nicolas Sarkozy en France 4/ de permettre à l’armée française de réaffirmer sa position dans le monde, et 5/ de répondre à la volonté de Kadhafi de supplanter la France comme puissance dominante en Afrique francophone. Ces 5 points sont extraits d’un rapport élaboré par les parlementaires britanniques. Pour des raisons quasi identiques, un autre rapport britannique met en cause la façon dont Tony Blair a lancé son pays dans la guerre, et son soutien inconditionnel à George W. Bush.

Le « Choc des civilisations » ?

 

Le libéralisme est une hydre à deux têtes et avec le temps, les discours sur les bons sentiments n’ont plus satisfaits pleinement les libéraux du style identitaire. Aussi, ces derniers ont préféré entretenir leur paranoïa en se référant depuis 1993 au « Choc des civilisations« . La promotion de ce concept remonte à un article de la revue Foreign Affairs du Council on Foreign Relations, puissant cercle d’influence connu pour ses penchants néoconservateurs et néolibéraux. Le Choc des Civilisations est avant tout une théorie forgée par l’américain Samuel Huntington qui laisse planer l’idée d’une supériorité morale de l’Occident qui serait menacée par une grande partie du Monde. L’un des problèmes avec la thèse d’Huntington est qu’elle oublie les effets néfastes de plus de 300 ans de culture libérale sur la grande majorité des hommes (esclavage et génocide en particulier comme nous venons de le voir). D’autre part, les Etats-Unis, actuel vaisseau amiral de l’Occident, est de loin le pays le plus guerrier des deux cents dernières années. Il convient aussi d’ajouter que les tenants du « Choc des civilisations » pointent du doigt un conflit entre la « civilisation occidentale » et la « civilisation islamique » en omettant de préciser que tout en étant la principale source de financement du terrorisme islamique, les pétromonarchies du Golfe sont des alliés indéfectibles des États-Unis. Compte tenu de cet état de fait, nous retiendrons que pour les libéraux interventionnistes, le « Choc des civilisations” fut à l’origine de la Guerre préventive qui était le point central de la doctrine Bush. Depuis lors, les guerres sont humanitaires mais aussi préventives puisqu’elles sont promues par les adeptes de deux pôles qui appartiennent malgré tout au même entre-soi.

Domenico Losurdo: Nietzsche, libéralisme, racisme (Tropiques)


Socialisme – libéralisme : deux modèles que tout oppose

Pour se soustraire à la critique, l’argumentation libérale consiste à dévier du sujet en martelant régulièrement que les révolutions (non libérales) ont fait des millions de victimes. Ce genre d’assertion univoque et souvent dépourvu de contenu factuel a l’avantage de faire oublier qu’il y a deux types d’acteurs dans une révolution. Les révolutionnaires bien sûr, mais aussi les contre révolutionnaires. Rajoutons à cette remarque que contrairement au libéralisme bourgeois qui lui est au service d’une minorité de privilégiés, le socialisme se caractérise par deux axiomes :
1/ la déclaration universelle des droits de l’homme,
2/ le concept de lutte des classes qui fut impulsé par Karl Marx et Friedrich Engels. Ces deux idées ont en commun le non assujettissement à l’influence politique et à la pression institutionnelle. Dès lors, il n’est pas question dans le proto-socialiste et par la suite dans le socialisme d’anéantir ou même de mettre à l’index une partie de la population. Alors, évidemment qu’il y a eu des crimes dans les révolutions mais il s’agit de déviances qui n’étaient pas prévues dans les projets initiaux. Dans le libéralisme, les crimes que l’on découvre à posteriori sont constamment justifiés à priori. Ce dernier point est capital, puisqu’il établit clairement que le projet libéral est historiquement réactionnaire et raciste alors que le socialisme propose un idéal de liberté et de justice.

En conséquence, la convergence des deux lignes, libéralisme et fascisme, se trouve confortée par des points de vue qui peuvent paraître étonnamment similaires. Le rapprochement idéologique est d’autant plus frappant quand l’exemple choisi fait figure de symbole de la résistance à l’Allemagne d’Hitler : Winston Churchill, célèbre pour ses bons mots et la longévité de sa carrière politique. Son caractère opiniâtre face au péril nazi lui a valu le surnom de « Vieux Lion ». Avec ses allures de tonton débonnaire et bienveillant, Churchill, a su se forger une réputation d’excellence par un travail acharné et soutenu.

 

Churchill, s’adressant au dictateur italien Benito Mussolini à Rome en 1927, déclara : « Votre mouvement a rendu un service au monde entier. Si j’avais été Italien, j’aurais été de tout cœur avec vous, de bout en bout dans votre lutte triomphale contre les passions bestiales du léninisme. ». En 1943, les Indiens sont prêts à soutenir l’effort de guerre contre le nazisme, à condition qu’on leur accorde l’indépendance. Le premier ministre britannique rétorqua : « partir à la demande de quelques macaques ? », « Je hais les Indiens. C’est un peuple bestial, avec une religion bestiale. ». Sans ménagement, Sir Winston réquisitionnera massivement les denrées. Le résultat pour les populations locales fut catastrophique. On dénombra entre 3 et 4,5 millions de victimes au Bengale selon plusieurs estimations considérées sérieuses. Dans le Illustrated Sunday Herald du 8 février 1920, Churchill accuse les Juifs d’être responsables de la révolution russe. A l’instar d’Hitler dénonçant le danger d’une conquête judéo-bolchévique de l’Europe, Churchill expliqua en substance qu’une conjuration mondiale, motivée en grande partie par de la jalousie, visait à renverser la civilisation en empêchant le processus d’évolution traditionnel. En 1937, il déclara à la Chambre des communes être « fortement en faveur de l’utilisation de gaz toxique contre les tribus non civilisées”. Ce jour-là, le futur Premier ministre du Royaume-Uni apporta indiscutablement sa caution au le projet d’extermination physique théorisé dans Mein Kampf par Adolf Hitler au milieu des années 1920.

Conclusion

Les promoteurs de cette idéologie qu’est le libéralisme développèrent dans son premier âge une opposition farouche à l’absolutisme monarchique qui régnait jusque là sur toute l’Europe. A l’origine de ce mouvement, nous retrouvons des prétendants à plus de droits qui vont de la grande bourgeoisie à la petite noblesse. Désireuse de bousculer l’ordre établi, cette nouvelle autorité aux allures de méritocratie est parvenue au nom de vertus autoproclamées (travail, effort, compétence et intelligence) à s’émanciper des monarchies héréditaires et élitistes. Cependant, ce simple renversement s’est opéré sans jamais remettre en cause la totalité de l’ordre social.

Dominico Losurdo nous rappelle que sur les traces des royautés ou des aristocraties militaires, les sociétés libérales ont eu recours pour optimiser leurs profits à l’esclavage, à l’«esclavage salarié», au sous-prolétariat, à la traite négrière et à l’élimination de populations autochtones. Ces crimes furent justifiés au nom d’une appartenance à une civilisation supérieure. Un étalage de faits qui nous éclaire sur pourquoi et comment plusieurs siècles de monarchisme combinés à plusieurs décennies de libéralisme ont débouchés dans la première moitié du 20e siècle sur l’émergence du national socialisme et de ses théories raciales. La contre-Histoire de Losurdo nous démontre de manière indiscutable que tous les ingrédients qui façonnèrent l’idéologie nazie existaient déjà bien avant la naissance d’Hitler.

Nous constatons que le fascisme circule toujours dans le réseau de tuyauterie du libéralisme. Cela se traduit d’abord dans les discours paradoxaux d’un « pôle droit-de-l’hommiste mondain » qui d’un côté fustige les revendications des moins favorisés ici en Europe, et d’un autre camoufle ses prétentions néocoloniales et stratégiques sous un verbiage cynique et hypocrite qu’ils appellent “ingérence humanitaire”. Le danger se précise lorsque nous comprenons que de l’autre bord du même camp se trouvent les identitaires, dont l’archaïsme redondant est marqué par le « choc des civilisations », un concept qui ne repose sur aucun fondement scientifique. Cette aliénation, favorisée par des débats hypermédiatisés comme celui du voile a fini par engendrer d’autres théories paranoïaques comme le mythe du « grand remplacement« . C’est que malgré un « relooking » quasi permanent, le libéralisme est avant tout réactionnaire et conservateur. En conséquence cette doctrine met tout en œuvre pour nous faire oublier l’importance de la lutte des classes dans la construction historique. Mais laissons à Jean Jaurès le soin de conclure : « C’est qu’au fond, il n’y a qu’une seule race : l’humanité ».